Carlos Marzal - HOTEL DEL UNIVERSO

Días que sobran

«El día basura por excelencia no es el 29 de febrero, sino el 1 de enero»

Carlos Marzal
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Algunos días deberían excluirse del calendario, por inútiles, por absurdos, por resultar poco edificantes para la ciudadanía. ¿Para qué sirve el día extra de febrero en los años bisiestos -por nombrar un día idiota-, si no es para sustentar una filigrana exhibicionista de los matemáticos y los astrónomos? Lo del 29 de febrero constituye una excentricidad innecesaria, que provoca explicaciones que nadie entiende del todo, acerca de las divergencias entre el calendario vigente y el juliano. No hay nada peor que un listillo tratándote de hacer comprender las sutilezas de un año bisiesto. De eso tiene la culpa ese día inútil, que debería tacharse de los calendarios, porque nadie iba a notar el más pequeño desajuste.

Ahora bien, el día basura por excelencia no es el 29 de febrero, sino el 1 de enero.

No resulta sensato colocar un día de verdad, con sus veinticuatro horas, después del 31 de diciembre, y, sobre todo, después de la Nochevieja, que, más que una noche, representa toda una temporada. Si los partidos políticos lo pensasen bien, deberían abolir el 1 de enero. El primero que se plantee deshacerse de él para siempre, tendrá mi voto asegurado, y el cántico agradecido hacia su ideario político desde esta columna de observación conductista de la humanidad.

El Año Nuevo, a pesar de su condición festiva, es un desperdicio, se mire como se mire. Se pasa esperando que transcurra, para que el día 2 de enero empiece a contar el tiempo como debe contar. La Nochevieja nos ha dejado a todos exhaustos, con las suelas de los zapatos pegajosas, con una mancha de champán en la camisa, con restos de confeti en el bolsillo, y, sobre todo, con la clásica resaca monumental del día 1 de enero, debida a nuestra mala cabeza, más clásica que la resaca incluso.

El 1 de enero, la mayor parte del censo electoral español (que es la población que cuenta, la que hace de este país un destino vacacional tan deseado) está muerta en vida, tirada en el sofá del comedor, escuchando en penitencia el concierto de Año Nuevo, retransmitido en directo desde la Ópera de Viena. Pocas cosas hay tan desoladoras para un español resacoso como el acto de escuchar la Marcha Radetzky, mientras se pregunta en qué momento de la noche anterior debió dejar de tomar copas. Después, no menos derrumbado en el mismo sofá del mismo comedor, verá la consabida prueba de saltos de esquí -los Siete Trampolines-, un espectáculo televisivo que origina grandes preguntas metafísicas, a poco que se esté inclinado a la reflexión. ¿Los saltadores de esquí no beben en Nochevieja? ¿Los saltadores de esquí beben tanto que no se les ocurre otra barbaridad que la de practicar el salto de esquí? ¿Todos los espectadores de la estación de esquí, con sus gorros de colores y sus anoraks, son abstemios? ¿Todos los espectadores de la estación de esquí continúan la juerga de Nochevieja, al aire libre, borrachos, asistiendo a los saltos de esquí?

Durante el día 1 de enero de cualquier año, la humanidad parece un poco más insondable que de costumbre. Mi aportación al calendario gregoriano es suprimir un día que genera tanto malestar.

Ver los comentarios