Los CaracolesEl restaurante de las estrellas cumple 180 años

En 1835 pasaron muchas cosas, malas y buenas: ardieron los conventos de la Rambla (malo) y Agustí Bofarull y su esposa fundaron la taberna Can Bofarull (bueno), veinte metros cuadrados donde despachar vino a granel, aceites, licores y jabón. Años después, su hijo, Felicià Bofarull decide servir eso que hoy llamamos tapas, entre las que sobresalen los caracoles. El éxito de los moluscos, aderezados con salsa y pan negro, cobra tanta notoriedad que en 1915 la clientela rebautiza el local como «Los Caracoles».

Los tiempos felices de la neutralidad en la Gran Guerra del 14 consolidan la fama del restaurante: en los años treinta, las colas colapsan la calle para saborear los platos de la casa: cabezas de cordero, «pajaritos», cap i pota… Llega el momento del traslado: del reducido local de Nou de Sant Francesc al número 14 de la calle Escudellers: la esquina con horno de pollos a l’ast, convierte a «Los Caracoles» en la rotisserie de moda de la ciudad.

Después de la guerra, los hermanos Bofarull -Ramón y Antoni- se reparten los papeles. El primero gobierna la cocina y el segundo las relaciones públicas. El «felliniano» Antoni Bofarull deviene uno de los personajes más populares de la Barcelona años sesenta que recibe al turismo y la VI flota americana: actor en una treintena de películas y productor de cine, es el anfitrión del «star system».

Burt Lancaster, Edward G. Robinson, Vittorio de Sica, Ava Gardner, Errol Flynn, Bing Crosby, John Wayne, Julio Iglesias, Carmen Amaya, Charles Aznavour, Pablo Picasso o Salvador Dalí s on algunos de los mediáticos comensales de «Los caracoles». A la muerte del «senyor Bofarull» en 1973 el magnetismo del restaurante como emblema de la Barcelona canalla sigue atrayendo a actores como Gérard Dépardieu, Alain Delon, Catherine Deneuve o Robert de Niro.

Una historia privada en cada recoveco de comedores laberínticos. Ciento ochenta años después, los descendientes de la saga Bofarull –Cristina, Yolanda, Aurora y Ramón- quieren rendir tributo al segundo restaurante más antiguo de Barcelona, el único que mantiene cocina de carbón y una carta tradicional adaptada a los gustos del siglo XXI. Porque, como afirmó Eugeni d’Ors, «lo que no es tradición, es plagio».