Joglars en Barcelona: Rusiñol versus la Cataluña de Torra

La compañía satiriza en 'Señor Ruiseñor' los delirios del pensamiento único que ha contaminado la convivencia en Cataluña

Fonsteré, en el centro, en un momento de la representación David Ruano
Sergi Doria

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Cuesta disfrutar de Joglars en Cataluña. Estrenada a finales de 2018 en Valladolid, 'Señor Ruiseñor' recala en el Apolo en versión catalana (solo hasta el 6 de junio). El montaje que dirige Ramon Fontserè sigue el método de 'Ubu President', 'La increíble historia del Dr. Floit & Mr. Pla' o 'Dalí': el protagonista muta en otro personaje para diseccionar el supremacismo nacionalista.

El tiempo ha dado la razón a Boadella y compañía. Si algunos juzgaron desaforado ligar a Pujol con el Ubu de Jarry, el proceso separatista y la corrupción de los Pujol Ferrusola demuestran que aquellos vaticinios no eran una hipérbole provocadora: en 'Señor Ruiseñor', Fontserè vuelve a regalar la caricatura del ex Honorable confesándose con verbo embarullado a un monje montserratino.

El asunto. Tomás Peracamps, reumático jubilado de Parques y Jardines, realiza visitas teatralizadas en el Museo Rusiñol a los turistas japoneses. Su vida da un vuelco cuando el patronato decide dedicar el museo a la identidad catalana. Entre las iniciativas, vindicar al racista doctor Robert y medir el cráneo a todo quisque para constatar si pertenece o no a la raza superior catalana.

Como complemento a la representación, la compañía reparte un 'Craneómetro' que anima a los asistentes a medirse la cabeza, tomar foto de la medida y publicarla en las redes. Una calavera con barretina nos advierte: «Un cráneo español nunca será como uno de la Plana de Vic». La tira incorpora un calendario: «No hace falta que tome la medida de su cráneo regularmente, no va a crecer más… a menos que acuda de forma habitual a una de nuestras representaciones como remedio infalible para mejorar su cavidad craneal».

La obra puede verse en el Teatro Apolo hasta el 6 de junio David Ruano

En sus 'Máximas y malos pensamientos', Rusiñol reunió un centenar de aforismos. Algunos reaparecen en boca de Tomás: «El triunfo de las mayorías no es razonamiento. Son empujones». En el Museo de la Identidad, como en la Cataluña actual, impera la coacción políticamente correcta para anular, bajo una presunta unanimidad nacional, la disidencia creadora que encarnó Rusiñol.

Cuando Tomás se refiere a los Jardines de España del pintor, se apaga la luz del museo y los funcionarios seguidores de 'Odium Cultural' se retuercen como la niña del Exorcista al recibir el agua bendita. El fanatismo culmina cuando tan ridículos personajes desfilan con la melodía fascista Faccetta Nera; o la criada andaluza -integrada y con lazo- proclama las bondades de la república catalana que curará hasta el reuma. 'Es más fácil creer que pensar', colige Tomás.

Con su prodigiosa gestualidad y un despliegue de imágenes cromáticas que transmiten la belleza de los óleos de Rusiñol, la compenetrada interpretación de Joglars satiriza los delirios del pensamiento único que ha contaminado con su chapapote identitario la convivencia en Cataluña.

El diagnóstico del Señor Ruiseñor: 'La prosperidad crea fatiga y tedio' (esos burgueses que dedican el tiempo libre a hacer de CDR). Como afirma Fontserè, «el humor siempre ha servido para expresar de manera civilizada la tragedia». Necesitamos a Joglars: su teatro es un poderoso aliado de la higiene mental.

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