Al rincón de pensar

Si el Palau de la Música programa la integral para piano de un compositor como Joan Magrané, y solamente asisten 63 personas, es que algo estamos haciendo muy, pero que muy mal.

El compositor Joan Magrané en el Palau de la Música Inés Baucells

Pep Gorgori

Algo estamos haciendo mal. Si el Palau de la Música programa la integral para piano de un compositor como Joan Magrané, ya más que reconocido por joven que sea, interpretada por un pianista de Santa Coloma de Gramenet afincado en Nueva York y especializado en el repertorio contemporáneo (Adrián Blanco se pasa la vida estrenando obras de compositores como Rautavaara, por ejemplo), y solamente asisten 63 personas -me tomé la molestia de contarlas-, es que algo estamos haciendo muy, pero que muy mal. El propio Magrané, en su recientemente publicado libro 'Antología sentimental de la Música Catalana', afirma que esta es una tierra «antropófaga, devoradora de artistas». No le falta razón.

Podríamos ir a lo fácil y culpar a los programadores diciendo que no están haciendo su trabajo para dar a conocer a nuestros músicos. Sería tan injusto como incongruente: el concierto se convocó y publicitó , y Magrané es ya un viejo conocido del público del Palau. Reabriendo un debate ya algo 'demodé', podríamos lamentar que los compositores contemporáneos hacen cosas raras y que han desconectado del público y que tal y que cual. Pero es que para eso los tenemos, para hacer cosas nuevas y experimentos.

¿Falla el sistema educativo? Segurísimo que sí, pero esto no lo vamos a resolver de hoy para mañana. Ahora bien, no perdamos la oportunidad de repetirlo: las artes, los idiomas (catalán, castellano, inglés, latín, los que haga falta), la filosofía, y por supuesto la música son imprescindibles para constuir una sociedad en la que la gente piense. Que después llenen los auditorios y los museos es otro asunto, pero sin aquellos polvos, podemos ir olvidándonos de estos lodos.

Pero, admitámoslo, también fallamos los periodistas y los críticos . Al fin y al cabo, vamos todos en el mismo barco y nos faltan brazos para achicar agua. Esta es la única crítica del concierto que van a leer ustedes , ya que ningún otro medio se acercó el lunes por la tarde al Petit Palau. Pero eso no es lo que importa. Quien firma también se pierde a menudo buenos conciertos a los que, por uno u otro motivo, no puede asistir. La cuestión es que hablamos de Magrané y de los jóvenes compositores, pero después nadie va a sus conciertos. ¿Qué hacemos mal? ¿No explicamos con suficiente entusiasmo lo gratificante que es descubrir nuevas músicas y dejar que compositores vivos nos sorprendan? ¿O es que simplemente ya no nos lee nadie?

El concierto, a todo esto, fue excelente . Con el propio compositor en la sala, dirigiéndose al público para reflexionar sobre las diez obras que ha compuesto en los últimos diez años, pudimos palpar su viaje creativo , desde las piezas escritas siendo estudiante hasta su lenguaje actual, más maduro, complejo, elaborado, sorprendente, sutil, virtuosístico. Por su parte, Adrián Blanco hizo un trabajo magnífico para abordar todo este torrente de música lleno de matices. Supo transmitir el riquísimo universo interior de Magrané con una interpretación emotiva y perfeccionista. Una hazaña que el público agradeció con un largo aplauso . Dicho esto, me voy un rato al rincón de pensar. Si me acompañan, quizás entre todos encontremos alguna solución.

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