José Rosiñol

¿Hacia una oligarquía anticapitalista?

Esa intersección entre demagogia/oligárquica y nihilismo/dogmático nos dibuja el escenario actual

José Rosiñol
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Ya lo advertía Aristóteles en «Política» respecto a dos formas perversas de gobierno: los demagogos y la oligarquía. De la primera avisaba de la tendencia a la manipulación y a la agitación del pueblo; de la segunda, del abuso de unos pocos: el gobierno de una minoría que únicamente busca su propio beneficio o acapara para sí todo el poder político.

Ya la Atenas derrotada en la Guerra del Peloponeso sufrió la decadencia de su democracia, la fragilidad de sus instituciones, los graves problemas económicos derivados de la guerra y la ambición demagógica de algunos propició la aparición de un régimen oligárquico en el que una asamblea de 5.000 personas, y una boulé de 400, sustituyó el poder del demos.

Cataluña, como el resto de España, ha sufrido el envite de más de siete años de gran recesión.

Ello ha deteriorado nuestra democracia, se ha enfrentado a una crisis eminentemente moral y nuestras instituciones han sido cuestionadas. Esto ha derivado en un perfecto caldo de cultivo para oportunistas, demagogos y populismos de distinto pelaje.

Sin embargo, la mezcla entre oligarquía y populismo anticapitalista es algo singular, quizás un fenómeno que marca la auténtica singularidad de nuestra comunidad autónoma. Por un lado encontramos un gobierno de demagogos volcados en cuerpo y alma en la manipulación de la ciudadanía, en la agitación y el tensionamiento del pueblo con el objetivo de monopolizar la narración política, y por otro lado, un movimiento nihilista que cree en una especie de tabula rasa, en una política cosmogónica a partir de la cuál todo empieza, todo cambiará como por arte de magia.

Pero, ¿qué tienen en común estos dos movimientos -los llamo así porque no son partidos stricto sensu- aparentemente antagónicos? Básicamente tenemos los intereses espurios de una minoría acostumbrada a manejar los recursos y la economía catalanas para su beneficio personal y un grupo de personas que denuestan la democracia liberal tal y como la conocemos. Donde coinciden es en el discurso, en la creencia de que solo unos pocos, los iniciados, los puros o «los nuestros» tienen la legitimidad para hacerse cargo de los asuntos públicos. La res pública solo puede dirimirse entre aquellos dispuestos a expresar públicamente su adhesión al régimen o a la causa, o aquellos suficientemente ideologizados como para formar parte de un comisariado político puro -dogmáticamente hablando-.

Esa intersección entre demagogia/oligárquica y nihilismo/dogmático nos dibuja el escenario actual: un Gobierno de la Generalitat y todos los palmeros mediáticos empeñados en actuar y en hacer creer que existe una mayoría aplastante a favor de la ruptura con el conjunto de España, un Gobierno catalán arrodillado ante un movimiento anticapitalista que no solo quiere la ruptura con el resto de España sino también con la Unión Europea y todo lo que no sea proyecto «revolucionario». Una perversión de las reglas del juego democrático nos ha llevado al abochornante espectáculo de dejar el futuro de siete millones y medios de catalanes en manos de unos pocos, de una asamblea de 1.600 individuos convertidos en un oxímoron político inédito en la historia: una oligarquía anticapitalista asamblearia.

José Rosiñol es expresidente de Sociedad Civil Catalana.

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