José García Domínguez

La catalanofobia

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El sindicalista Álvarez, de la UGT, veintiséis años ininterrumpidos calentando la misma silla en la Rambla de Santa Mónica, acaba de estrenarse en su novísima poltrona madrileña con una sentencia enigmática. “La catalanofobia no funciona”, ha declarado. Las fobias, como es sabido, remiten a formas patológicas de miedo y odio irracionales frente a algún objeto externo al enfermo. Así, por su propia naturaleza, las fobias ni funcionan ni dejan de funcionar; las fobias simplemente son. ¿Qué habrá querido significar entonces con ese aserto?

Sin duda, el asturiano cesante Álvarez piensa igual que los antiguos dirigentes de la difunta Unión Soviética. Recuérdese que en los buenos tiempos de la URSS la desafección hacia el orden ideológico allí imperante era considerada no una discrepancia política, sino síntoma inequívoco de alguna enfermedad mental grave llamada a ser tratada en internados psiquiátricos.

De modo parejo, en la Cataluña oficiosa, esa que alardea de modelo de tolerancia y liberalismo, la menor disidencia frente al catecismo nacional dominante expone a los herejes al riesgo de verse acusados de catalanófobos. Pues, en el universo moral de todos esos pequeño hijos putativos de Stalin, los Álvarez que moran de por vida en algún despacho con cargo al Presupuesto de la Generalitat, no ser nacionalista catalán también es indicio cierto de una minusvalía psíquica. En Cataluña, de momento, no se prescriben terapias farmacológicas a fin de curar a los pacientes afectados. Pero paciencia, que todo llegará. Mientras tanto, el silencio, que no otro era el objetivo perseguido por los creadores de ese estigma semántico disuasorio, va extendiéndose sin cesar. Nada nuevo bajo el sol peninsular, por lo demás. A fin de cuentas, la catalanofobia, ese recurrente sambenito siempre en labios de los alguaciles de la comunión nacionalista, constituye mimética traslación posmoderna de la anti-España, aquel concepto-escupitajo tan caro al otro fascio redentor. La anti-España, el ogro que se alimentaba del odio sin límites a la España genuina. Álvarez o el espíritu de la cheka.

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