Artes&Letras / Literatura

Una vida poética

Jesús Losada elabora su propia antología, «Casi la vida entera», que abarca su docena de libros, con mayor presencia de poemas de los últimos publicados

Jesús Losada, poeta zamorano, en una imagen de archivo

Fermín Herrero

Dice Antonio Colinas que «la poesía es un modo de ser y de estar en el mundo». Creo que el poeta Jesús Losada suscribiría esta identificación entre poesía y vida, como vasos comunicantes, del escritor de La Bañeza, a quien cita y pienso que admira. Lo mismo cabe afirmar para esta otra declaración de Colinas: «no concibo la poesía sin que vaya profundamente unida a la vida, por eso para mí la poesía es un medio para conocer la realidad, pero también a mí mismo».

De ese camino de autoconocimiento a través de la experiencia, treinta años de práctica de la poesía, nos ofrece lo más granado Losada en la antología Casi la vida entera (Hiperión), elaborada por el propio autor, que cuenta en su haber premios del prestigio del «Zorrilla», el «San Juan de la Cruz» o el «Provincia» de León, desde el presente hacia el pasado, en una especie de flashback continuo que abarca, con mayor presencia, como es natural, de los últimos, su docena de libros publicados, muchos de ellos constituidos por un largo poema fragmentado en partes breves pobladas de imágenes con frecuencia irracionales y de vuelo metafórico, siempre dotadas de gran plasticidad, muy visuales.

La poesía de Losada creo que tiene su eje en la descarnada solidez, pétrea, caliza, de Muelas del Pan

La poesía de Losada creo que tiene su eje en la descarnada solidez, pétrea, caliza, de Muelas del Pan, con el abismo mineral y líquido del embalse de Ricobayo como complemento, pero se despliega, como decía al paso de su vida, a lo largo y ancho de los lugares donde se ha ido formando el poeta como persona. En primer término, su Zamora natal, presente al fondo de muchos poemas, como los que describen al modo impresionista su mercado de abastos y en el poema final, exento, que dedica a otro zamorano de pro, Tomás Sánchez Santiago, con esos solitarios interiores suyos transidos por la pátina del tiempo, las cocinas de azulejos y mesas de formica. Y junto a las galerías del recuerdo de su niñez en la capital, el paisaje y, sobre todo, el paisanaje de las tierras de la raya, también con sus mercados de pueblo y su «atmósfera de cuero, embutido, loza y mimbre».

No falta un recordatorio de su Salamanca estudiantil, gracias a un poema que rescata en la coda de cinco inéditos, «fumando chinos» en unas escaleras al borde del abismo, hasta el final de la noche, con el malogrado Aníbal Núñez en su faceta de pintor. Ni del Madrid de la movida incesante, que se asoma espídico en el poema «Obsesión» de Novenario. Ni, por contraste, de su estancia durante un año en el monasterio orensano, cisterciense, de Oseira, de donde procede su vena ascética, con derrotes místicos. O del mar, la mar, de su amado Portugal, frente al océano, en Póvoa de Varzim, a la luz intermitente de los faros, el ámbito de su Cuaderno atlántico, que tampoco lo ha abandonado nunca en su visión de la existencia. Todo ello integrado en su mirada nómada, fruto de su ímpetu viajero, como el de un flâneur del mundo, por Senegal, Marruecos, Méjico o Egipto, vertida especialmente en Corazón frontera, o por las tierras escondidas de Arunachal Pradesh, en la India, entre Buthán, China y Birmania, con sus templos budistas por las faldas del Himalaya, hasta desembocar, con lejanos tintes oceánicos de idéntica inmensidad hipnótica de la otra orilla como base, en una negrura caribeña si cabe más pasional y honda.

La obra se despliega a lo largo y ancho de los lugares donde se ha ido formando el poeta como persona

Su arriesgada poética se fija ya en sus dos entregas iniciales: Indulgencia plenaria y Huerto cerrado del amor, accésit del premio Adonáis, y entronca la tradición castellana contemplativa, de recogimiento interior, con la exaltación del placer físico, de la pasión, sometida a su vez a la dualidad Eros/Thanatos. Ambos inauguran su línea «erótica-mística-existencial», veta singular en extremo en la poesía en español, que nunca ha abandonado.

El poeta, ensayista y profesor de arte y literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo Plinio Chahín califica con precisión el tono de esta poética como «exótico, desgarrado, minimalista, vertiginoso y alucinado», así de golpe y de entrada en su prólogo, que titula La metamorfosis del deseo. Y en efecto, cumplido o no en la realidad, un deseo desbocado de vida plena orienta la mayoría de los poemas. Un deseo múltiple, total, la necesidad de disfrutar a fondo y sin red desde la parte más espiritual de su personalidad a la más voluptuosa. Así mismo el crítico dominicano aplica al «imaginario poético» de Losada otra sarta de adjetivos harto certera: «errante, movedizo, angustiante y herido». Con su corazón frontera como único horizonte, esa errancia personal trata de apurar siempre al máximo el momento, para fijar, como intención última, lo sentido en crudo, para «desnudar el instante», «ese instante donde cabría la vida entera», que va cada vez más en serio, como recuerda con Gil de Biedma, y que justamente por eso que hay que elevar y reivindicar «ante la vastedad de la muerte», del peso de la oscuridad y la maleta vacía al cabo.

Una fusión entre lo biográfico y la poesía, con la que empezábamos, de la que da buena cuenta el penúltimo párrafo de su nota epilogal para esta edición: «Uno, que siempre es muchos, seguirá siendo todas aquellas palabras que va escribiendo en esa aventura del viaje de la vid». Sólo deseamos, para continuar disfrutando de sus versos que, como el de Kavafis en «Ítaca» sea largo y tan pleno de experiencias como lo ha sido hasta ahora.

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