Antonio Peidra - NO SOMOS NADIE

A ninguna

«Este gran servicio de su eminencia le costará a Raúl Castro un pico eminentísimo y gustoso»

Antonio Peidra
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Los cubanos exiliados en Castilla y León -que forman parte la décima provincia que reivindicaba Juan Vicente Herrera- están que trinan contra su eminencia reverendísima, el cardenal Ortega, socio íntimo de la tiranía castrista. No todos, imagino. Aquí residen cubanos que son castristas activos. No sé qué hacen con tanta jeta, pues deberían volverse al paraíso comunista y gozar en plenitud, y no a distancia, de las libertades con pistola, de las cárceles por opinar, del hambre por decreto, y de las dulces conquistas del totalitario. Pero los otros, repito, están que bufan contra el señor cardenal o lo que sea. Y razón no les falta.

Hace hoy 3 días, su eminencia dio en Madrid una charla en el Fórum Nueva Economía.

Noticia que no he visto refrendada. No sé qué hace un religioso hablando de dineros, pero ahí estuvo Jaime bendiciendo los asuntos del César, su señor. En el turno de preguntas, una periodista de la Ser, y dado el escandaloso viraje del purpurado a favor de la dictadura y en contra de las víctimas, formuló una doble e inevitable pregunta: «¿Se arrepiente, mirando atrás, la Iglesia y usted mismo, del tibio papel de la Iglesia Católica cubana en la defensa de los derechos humanos y libertades (…)?. Según la Iglesia Católica cubana, ¿cuántos presos políticos quedan al día de hoy en Cuba». Textual.

Al oír la pregunta, a su eminencia se le destiñó la cresta cardenalicia, demudó el rostro, y se quedó con la boca abierta. Y ahí está como prueba el audio que, como vergüenza eclesiástica, se hizo viral en las redes sociales con miles y miles de mensajes llamándole de todo. Pero no entraré en esas descalificaciones viscerales que, al ser tan objetivas, se convierten en merecidas y en dardo fácil. Lo cierto es que la palabra de su eminencia -como si le hubiera atragantado una vil pechuga de polla con parte del espinazo-, se volvió lenta, tartamudeante, harinosa y pastosa, imposible de hilar, y tan negra como el de una de dama de luto y reaccionaria. Y digo esto último sin intención alguna, pues es bien sabido que a monseñor, o lo que sea, las damas de blanco se la traen floja por contrarrevolucionarias.

La respuesta de su eminencia reverendísima fue magistral y, sin entrar en cachondeos -véanlo en el audio-, recordó en román paladino a la que dio en resuellos la vaca de Eleuterio pillada en adulterio: «No… no… no daré… respuesta… a esta pregunta porque… no… no… no entra en… realmente en… en este ámbito… en que estamos ahora… nosotros… ehhhh… conversando». Textual. Interpelado el cardenal por la segunda pregunta, y con más dominio de la oratoria y del idioma chino, su hipocresía reverendísima fue más expedito en el gatillazo y concluyó pegándose un tiro en los pies sin titubear: «No responderé (…) a ninguna de las dos». Este gran servicio de su eminencia le costará a Raúl Castro un pico eminentísimo y gustoso.

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