Vicente Ángel Pérez - Corazón de León

Despoblación

«Se desmoronan los pueblos leoneses, con sus gentes, su cultura, sus tradiciones, su vida…»

Vicente Ángel Pérez
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Por los pueblos, e incluso ciudades o capitales de estas tierras, el invierno llega el 1 de septiembre, concluidas las fiestas patronales, y el verano lo hace por julio y explota en agosto. Por estos pueblos no hay otoño ni primavera, sólo invierno, soledad y silencio sepulcral; los hay que, llegados los «madrileños», aquellos hijos de la tierra que buscaron futuro y fortuna por el mundo, reviven por julio y agosto. Es entonces cuando se reabren portones cerrados durante el interminable invierno, se ambientan la barra y la terracita del bar, se engalanan las calles para la fiesta o la feria y el personal disfruta como si fuese el último verano.

Según las últimas estadísticas, León es la provincia española que lidera la amarga lista de la despoblación; o sea, la madre que día a día se desangra, la abandonada por sus crías, la que añora y la que suspira en un ay de lamento y pena.

Muchos pueblos sufren el abandono, el silencio y la ruina; las que fueron piedras sólidas que asentaron y cobijaron hogares, hoy son esqueletos cubiertos de musgo, maleza y tristeza. Se desmoronan los pueblos leoneses, con sus gentes, su cultura, sus tradiciones, su vida… No hay futuro para muchos de ellos a pesar de esa Diputación que los políticos de Ciudadanos quiere eliminar. Algunos ya son cadáveres, restos de un pasado que no volverá, aunque otro político ocurrente, en este caso de Podemos, un tal Ignacio Escartín, diputado él, haya encontrado la solución: usar a los refugiados sirios para repoblar zonas deshabitadas. Así son los modernos políticos, ésos que pretender eliminar las diputaciones y los que quieren resucitar los pueblos muertos con familias que huyen de la guerra.

Varias localidades leonesas se han recuperado gracias al turismo, en especial del que emana del Camino de Santiago. Se han levantado casas rurales (en exceso, eso sí), se han abierto albergues, y se ha promocionado la gastronomía, así como el tesoro artístico de estas tierras. Y los «madrileños» han aterrizado con sus «casoplones» en pueblos que estaban condenados al olvido. Pero no es eso, no es eso, pues el invierno en estas tierras dura diez meses y la primavera no existe en el calendario.

Se va la juventud, quedan los viejos, si quedan. Mueren los pueblos y no hay ni espadañas cuyas campanas doblen por ellos. Sí, se van los jóvenes a buscar futuro y fortuna, como siempre ocurrió entre estas gentes que no dudaron en cruzar el Atlántico para «hacer las Américas» o emigrar a Alemania o a Francia a buscarse la vida. Se despuebla León, dicen las últimas estadísticas. Pero la tremenda duda es si ello es bueno o malo: ¿Por qué cortar las alas a los jóvenes para que permanezcan de vida en el pueblo familiar? ¿Por qué no hay políticos que eviten que los pueblos se desmoronen y mueran en el olvido?

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