Castilla y León hoy

Esta semana hemos asistido a una puesta de largo entre el Parlamento regional y el Parlamento nacional con motivo del 35 aniversario de la proclamación del Estatuto de Castilla y León. En los discursos, elevados y algo grandilocuentes por evidencia del evento, hemos podido escuchar cómo nuestra Comunidad tiene más que sobradas raíces históricas y legales, no sólo para ser una autonomía si no toda una raíz matriarcal de una nación llamada España. Y es que sin Castilla y León no hay España, como sin España no existiría Castilla y León. Esa es nuestra gran virtud, y a la vez, nuestro castigo.

El sentimiento regional no podrá ser del todo identificado, o permítanme, distinguido de otras zonas del Estado a no ser por el efecto mimetizador con el que durante casi cuatro décadas hemos ido construyendo nuestra Comunidad. Pero no sólo esto le pasa a Castilla y León; existen otras zonas de España que el ser como los mal llamados «territorios históricos», esto es, País Vasco, Cataluña y quizás Galicia, hace que todos queramos tener iguales derechos y reivindicaciones. El mal llamado en su día «café para todos».

Tengo que confesarles que llevo estudiando el tema unos años, y que muchos de sus protagonistas coinciden en señalar que al final ni se hizo la gran mancomunidad de diputaciones que unos querían dándoles más protagonismo a las provincias, pero en la práctica la Junta de Castilla y León se ha convertido en un ente muy parecido a una gran estructura sobre las provincias. Quiero decir con ello que sobre el papel y sobre los hechos es una supermegamacromancomunidad.

Se echa en falta en la práctica diaria de gobierno una mayor sensibilidad con las zonas periféricas y quizás con el noroeste, frente a un triángulo: Valladolid-Palencia-Burgos de mayor prosperidad. En todo caso, serán los hijos de nuestros hijos los que asuman con naturalidad esta autonomía.