Jorge Moreta

El almirante Cervera

«Los seres humanos somos contemporáneos de nuestro tiempo. Ese compromiso con el presente no excluye la conveniencia de conocer el pasado»

JORGE MORETA

Los seres humanos somos contemporáneos de nuestro tiempo. Ese compromiso con el presente no excluye la conveniencia de conocer el pasado. Especialmente en el caso de los regidores públicos, más aún si gestionan una gran capital europea como Barcelona.

El desconocimiento unido al sectarismo es especialmente lesivo, como ratifica el último dislate de Ada Colau. La ocasión se la brindó un acto que nació de un error mayúsculo. Para recordar al cómico gallego Pepe Rubianes se borraba a un personaje histórico como el almirante Pascual Cervera y Topete. La alcaldesa podía haber dado el nombre de Pepe Rubianes a una calle de nueva creación evitando el agravio. Sin embargo, su satisfacción era doble: para perpetuar al autor de «la puta España», aniquilaba del callejero a un militar. La provocación, innecesaria, se declina por el relato raquítico que pretende «reescribir la historia» en lugar de aprender de los aciertos y errores de quienes nos precedieron. Reescribir para anular sin asumir la responsabilidad de escribir la historia desde el presente.

Con semejantes antecedentes y en el marco de la Primavera Republicana, Colau se vino arriba y acabó despeñándose. No solo borró a Cervera del paisaje urbano. Se atrevió, además, a insultarle tildándole de «facha». Doble agravio.

A estas alturas, le habrán explicado que Pascual Cervera falleció una década antes de que surgiera el fascismo en Europa. La alcaldesa debería aprender que a los personajes históricos no hay que elogiarles sin más o insultarles sin menos. Lo edificante es explicarlos.

El gaditano Pascual Cervera era un militar curtido. Fue ministro de Gobierno liberal de Sagasta, ¡liberal!, señora Colau, y demandó más presupuesto para la flota de una Armada que hacía aguas. Como no le escucharon, fue consecuente, presentó su dimisión y volvió a embarcarse.

El desastre del 98 se inició con un telegrama cuyo texto no podía ser más vago: a Cervera, sin más explicaciones, le ordenaban dirigirse con su escuadra a las Antillas. El criterio del almirante era otro: defender las costas peninsulares y Canarias para, desde allí, acudir a cualquier contingencia. Pese a su desacuerdo, y fiel a su lealtad y entrega, obedeció las órdenes. Sin carbón y ante la imposibilidad de proveerse en Martinica y Curaçao, entró en Santiago de Cuba que se convirtió en objetivo crucial del conflicto con Estados Unidos, alterando radicalmente el reparto de fuerzas en contra de España. Cervera pensaba reabastecerse rápidamente y continuar hacia Puerto Rico o La Habana. «Se me dijo que aquí encontraría de todo». Pero ni halló medios, ni infraestructura. El 19 de mayo el almirante estadounidense Sampson recibió un informe secreto: «Cervera en Santiago. Stop», y bloqueó el puerto. El número de bocas de fuego españolas sitiadas era de 19 por 374 yanquis. Pese a la manifiesta inferioridad, la prensa ibérica enardeció a la opinión pública con soflamas triunfalistas pidiendo la salida de la escuadra. El Ejecutivo también estaba ciego y jamás escucharon los vaticinios de Cervera: «No debemos ir, como el famoso hidalgo manchego, a pelear con los molinos de viento para salir descalabrados». Cuando el 25 de junio confirmaron a Ramón Blanco como general jefe, prevaleció la obsesión por presentar batalla en mar abierto, donde todo era desfavorable. Una semana después llegó la orden. «Pobre España», le dijo el capitán Concás a Cervera. «Con la conciencia tranquila me dirijo al sacrificio. Vamos a un nuevo Trafalgar», respondió el almirante.

Cervera, consciente de su inferioridad, predicó con el ejemplo. Comandó la escuadra y, con un coraje y valor inusitados, se lanzó con su buque insignia contra el Brooklyn para atraer el fuego, intentar que parte de la flota lograra escapar y minimizar las bajas. Era una misión imposible. En menos de cuatro horas todo terminó: más de 300 peninsulares muertos y otros 1.670 hechos prisioneros. Entre ellos, Cervera. «Caballero, sois un héroe. Habéis realizado el acto más sublime que se recoge en la historia de la Marina», le reconoció Evans, capitán de navío estadounidense.

A su regreso a España, le recibió el Ministro de Marina:

«Siento mucho lo sucedido. Supongo que habrá perdido todo lo suyo en el naufragio».

«Así es –le respondió Cervera- Todo menos el honor».

El almirante falleció diez años después. Desde entonces, en la Armada Española navega un barco con su nombre y sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. A siete mil kilómetros de distancia, en la fortaleza de San Pedro de la Roca, frente a las aguas donde España perdió el 3 de julio de 1898 su escuadra y con ella su última frontera, los cubanos le honran desde 2005 con un busto que inauguró Raúl Castro. Hasta su hermano Fidel mostró en vida su admiración por el heroísmo de Cervera. El mundo al revés: De héroe para los Castro a «facha» para una alcaldesa elegida en democracia.

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