Cristian Lázaro - OPINIÓN

Solo se vive dos veces

El novillero Álvaro Lorenzo, loado y reforzado en su debut en la LXX Feria de San Isidro

Cristian Lázaro
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los toros son como Álvaro Arbeloa: no dejan indiferente. Desatan pasiones o las condenan. Pero ambos tienen la resistencia de un jabato y una naturaleza épica para afrontar los reveses de la incomprensión. Hablemos de otro Álvaro, Lorenzo.

Sale a la vanguardia de los novilleros y toda la cuadrilla. Su toro, Hostelero, no es tan ilícito como la lluvia. «Tiene una embestida un poco sucia este novillo», dice el amigo con el que vengo a Las Ventas. Estamos aquí con unos japoneses que lo viven más que nadie. Ellos entienden que el de ahí abajo con los ojos rasgados es un samurái.

Después del picador, Hostelero da una absurda vuelta de campana, está muy disperso. Lorenzo se quita la montera.

Estilizados muletazos. Olés en la grada. Las condiciones climáticas abocan a un tercer pinchazo del toledano, que saca la espada y echa mano del descabello. No hay problema, le queda otra vida esta tarde.

Justo cuando termina la faena, el nubarrón se va. Salta al ruedo Libertador, negro listón como el anterior. También es de gran envergadura. «¡Estos novillos parecen toros!» , exclama mi amigo. Le respondo: «Dicen que el público de La Maestranza es toreísta. Y el de Las Ventas, torista. Aquí siempre traen unos ejemplares tremendos. Lo malo es que embisten menos, se cansan antes… Por eso José Tomás tuvo sus desencuentros en esta plaza». Casualmente, Ginés Marín juega al dontancredismo de JT. Su quietud es criticada, pero hace un desplante tras el aplauso. Sujeta la muleta como una lozana andaluza sus faldones.

Varea recibe al tercero, Manijero, con ímpetu de capote. Un pequeño resbalón y la audiencia se crispa: «¡Está cojo! ¡Que lo cambien!». Ipso facto, salen los mansos. Le sustituye Discordia, un gran compañero de baile, con algo más que presencia. Lorenzo aprovecha la discordia y le da unos pases, va calentando motores ahora que el cielo está despejado. Varea se lo dedica a la grada y Discordia acude a la llamada. Dos pases y el novillo se queda tumbado. Pitidos. «¡Se van a quedar sin sobreros!», comenta mi amigo. No hay comunión entre público y novilleros. Discordia está venga a caerse. La banda parece hallarse en Urano y solo se escuchan pitidos. Estoque anodino.

Se diría que Lorenzo lo tiene todo en contra: los novillos dejan que desear público exigentísimo (todavía no he visto un solo pañuelo para pedir oreja). Esto es como el rayo. No va a decir el agricultor: «Ah, pues como hay rayos, lluvia y granizo, paro de sembrar».

El torero solo vive dos veces: cuando lidia los dos toros de la tarde que le han caído en suerte. La expresión también se ajusta al poema que inspiró una novela de James Bond: «Solo se vive dos veces:/ Una, cuando naces/ Y otra, cuando ves la cara de la muerte». El cuarto le viene que ni pintado a Lorenzo: Desafío.

Flexión de rodillas, elegancia, tesón… esas son sus armas para sobreponerse a las dificultades. Irreprochable manejo de los tiempos. Lorenzo marca el ritmo. Los «bieeen» salen del alma. ¡No! ¡Desafío le ha cogido! Pero se levanta sin problemas, reactivado. Cambia de mano la muleta con una agilidad espasmódica. El respetable pide la oreja con pañuelos. Al final, solo la ovación. No importa, él da la vuelta al ruedo. Ha sido el mejor parado de la tarde.

Ginés no emociona con el quinto (estoque a la mitad) y Varea, todo purpurina bajo los focos de la plaza, espera a porta gayola un toro de paso tortuguil. Además, Varea y Marín se recrean en exceso con la muleta, eso les perjudica. No se les culpe. La banda sigue sin haber aterrizado de Urano, nadie marca los tempos, excepto el mismo matador. Solo Álvaro Lorenzo ha estoqueado hasta la empuñadura.

Salimos todos indemnes de la lluvia. Salvo por el aluvión durante el primer toro y el chisporroteo del sexto. Lorenzo ha catado el acero ventero, más ingrato aún que la cornada (si no por la grada, por el presidente). Le vendrá bien de cara al futuro. Faenar en Las Ventas es como renacer. Y no hay mejor escenario posible en todo el mundo para danzar con la muerte. Aunque no le haya llegado el bautismo (la alternativa será en Nimes, junto a sus compañeros), Álvaro Lorenzo ya se solaza en su salsa caracolera.

Ver los comentarios