Constantino Molina - OPINIÓN

Yo el ogro, tú la poesía, el dinero Dios

«Desde hace tiempo vemos a estos nuevos astros de la poesía copar las listas de ventas de los suplementos culturales de más calado en nuestro país »

Constantino Molina
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Nadie quiere ser el ogro. Observo entre los compañeros del gremio de la lírica actitudes benevolentes, amables e incluso paternalistas respecto al tema que ahora me ocupa. Pero hablemos claro: ¿Qué hay de nuevo en la nueva poesía de las quince ediciones, de los veinte mil ejemplares vendidos y de los recitales multitudinarios?¿A qué asunto mágico y cuántico se debe un censo de lectores tan opulento?

De nuevo nada. La poesía sólo es palabra y no hay nada nuevo en la demagogia sentimental escrita en verso. Desde siempre los adolescentes y las mentes más blandas se han dado a desparramar sus torturas amorosas sobre el papel y a exhibir su interesantísimo mapa emocional en forma de ripio o de ocurrencia.

Pero lo nuevo -el hecho mágico y cuántico- estriba en la falta de pudor y en la imperante motivación comercial.

Ahora es fácil que alguien diestro en el manejo de las de las redes sociales, y poco hábil en la lectura -no como mero entretenimiento, o embobamiento, sino como forma de cultura que lleve a un una reflexión y a unos conocimientos no efímeros-, escriba un libro valiéndose de un corazón incendiado de amor y de ansias revolucionarias en cuatro tardes y que un editor lo acoja con los brazos abiertos al día siguiente. Hace unos años un manuscrito de esas características era, como mucho, un arma arrojadiza con la que descalabrar a su propio autor. Falta pudor, falta ética, falta gusto en el nuevo sector editorial, he ahí lo nuevo, y sobra la ambición -todoterreno 4x4- en busca de dinero, la ambición del comercio que fagocita el mundo editorial; que fagocita el mundo.

A la pregunta reiterada sobre si tales artefactos son o no poesía la respuesta es también clara: sí, es poesía. La poesía eres tú, como dijo Bécquer, y todo lo que tú quieras traer al mundo bajo dicho término. Pero asumamos antes el carácter, posible pero por suerte no dominante, peyorativo de la poesía y del arte.

Poesía sí, pero estaría bien diferenciar. Desde hace un tiempo vemos a estos nuevos astros copar las listas de ventas de los suplementos culturales de más calado en nuestro país. Poco a poco entre Elliot, Pacheco, Plath, Margarit, Szymborska o Gil de Biedma se colaba un nuevo efebo lírico, hasta que a día de hoy la lista está casi en su totalidad ocupada por nombres que suenan a marcas de zapatillas. ¿Qué atractivo puede tener para el público juvenil un tipo llamado José Emilio Pacheco? Ninguno. Hay que llamarse algo parecido a Nike, Asics o New Ballance. Por justicia poética, no por administrar las listas de ventas, diferenciemos con algún epíteto, como por ejemplo juvenil, pueril o mercantil.

Ojalá me equivoque, pero puede que en un futuro no muy lejano el epíteto lo ganemos para nosotros. Puede que cualquier poeta no adscrito al credo de la sensiblería pase a ser un poeta «indie». No hay más que mirar hacia atrás en la historia de la música pop española para darse cuenta de que es un fenómeno posible: todo lo nuevo que no está pringado de un dulce almíbar ha pasado a ser «música indie». Hace tiempo que cambiamos a Radio Futura por Bisbal.

En fin, no me caben los halagos ni los paternalismos. Prefiero ser el ogro. Descreo de aquellos que a estas alturas quieren inventar la rueda con la renovación lírica por medio de performances, jams, guitarras y adornos múltiples para una palabra hueca. Su inocente impostura de mercachifles me enternece. La poesía, como dije anteriormente es sólo palabra. Palabra que por mí puede permanecer en las catacumbas si el precio es volverla blanda y asimilable para un entretenimiento naíf. Yo me quedo en el otro lado, donde lo solo, porque como bien dejó dicho Hölderlin: «Donde está el peligro crece también lo que salva».

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