VIVIR TOLEDO

El Hospital de San Pedro y los cambiantes usos de una casa

Entre 1999 y 2017 acogió la Escuela Municipal de Música y tras su restauración, en abril de 2017, se destinó a reunir las sedes de varias asociaciones bajo la común denominación de Centro Cultural Cisneros

Exterior de la casa donde estuvo el Hospitalito de San Pedro en la calle Cardenal Cisneros. FOTO RAFAEL DEL

Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

Cercano al cruce de los Cuatro Tiempos, frente al muro catedralicio, se halla un edificio municipal encajado entre el largo adarve de San Pedro y la calle del Barco. Su historia está ligada a un olvidado hospital que existió hasta el primer tercio del XIX y después como sede de sucesivos usos públicos allí alojados. Sin embargo, hasta 1997, y tras apearse un tabique, había vivido oculta durante dos siglos una pintura mural ligada a la antigua función asistencial de la casa, en tanto que la fachada de la citada calle del Barco ostentaba, desde 1924, dos visibles homenajes a Mauricio Barrès y Luis Tristán.

Antiguos documentos sitúan aquí el Hospitalito de San Pedro cuyo origen, según alguna fuente, se lleva a época medieval, cobrando auge a partir del siglo XV. A finales del XVII se agruparía con otras dos arraigadas hermandades toledanas para conformar la Cofradía de San Pedro, San Miguel y San Bartolomé, cuyos miembros debían probar previamente su limpieza de sangre hasta el siglo XVIII, relación publicada por Mariano García Ruipérez en 2006 ( Archivo Secreto , nº 3). La razón de aquel hospital no era la sanatorial, ni tan siquiera, la de repartir alimentos. Su objeto era la simple alberguería de pobres y transeúntes (acaso con poco más de una docena de camas), además de donar una dote a jóvenes sin recursos para casarse, según escribe Sixto Ramón Pa rro (1857). Sus escasos recursos daban para tener un modesto refugio con unos pocos cuartos para los jergones de los socorridos, un hogar, alacenas y rincones para guardar ropas, tinajas, leña, etc. Una sala se reservó para las reuniones de la cofradía y otra se habilitó como capilla. El investigador Hilario Rodríguez de Gracia (1980) añade que el hospitalito contaba con vivienda para el capellán y el «guarda» que, con su mujer, atendían las tareas confiadas por el rector. También refiere como los cortos ingresos impedían mantener debidamente el edificio y los avisos de los alarifes, en 1722, para afrontar el derribo de ciertas paredes y armaduras, entre ellas, la de la propia capilla.

En 1997, con motivo de unas obras urgentes motivadas por una invasión de termitas, afloraron un alfarje policromado y, en el testero de una sala asomada al callejón de San Pedro, una pintura mural al temple tras un tabique levantado en 1771 para «reducir la sala a cuadrado». Retirado el aparejo de albañilería y dejando solo el entramado de madera, apareció una gran escena apaisada (de 5 x 4 metros), de sencilla mano, afiliada a los modelos vigentes en el siglo XVI. El conjunto evoca una arquitectura de mármoles coloreados con tres arcos encajados entre una cornisa plateresca y un decorado friso inferior que incluye un texto bíblico. A la izquierda surge la figura de san Pedro; en el centro, el Juicio Final (que parece seguir al que Juan de Borgoña compuso, en 1510, en la Sala Capitular de la Catedral) y, por último, a la derecha, san Pablo.

En 1836, esta pequeña y decadente cofradía, como casi todas las existentes en Toledo , tras desamortizarse sus escasos bienes, quedó absorbida por la Beneficencia Municipal. La casa hospitalaria de San Pedro fue subastada, en 1859, a favor de un particular, Pedro Malmierca . Sin embargo, su ejecución debió quedar sin efecto, continuando en manos del Ayuntamiento hasta hoy.

Un servicio de especial recuerdo surgió a partir de las ordenanzas municipales, de 1890, que disponían la vigilancia sanitaria del matadero y el mercado por parte de un laboratorio municipal creado entonces en una de las estrechas bovedillas de las Casas Consistoriales. Sería el gestor encargado de analizar el agua, controlar la salubridad y la desinfección de viviendas, de locales y la higiene de mendigos transeúntes en el antiguo matadero (el Corral de Vacas) al que ya dedicamos un artículo en otra ocasión. La dirección del laboratorio se confiaría a farmacéuticos de la ciudad, entre otros, Valiño, Santos, Venancio Echevarría y Jose Úbeda . Desde 1911 lo dirigió hasta su muerte (en 1933) Francisco Jiménez Rojas, doctor en Ciencias Fisicoquímicas, logrando una total mejora del servicio al llevarse al número 2 de la calle del Barco, en la planta baja del antiguo Hospitalito de San Pedro. Recordemos que, entre los muchos afanes de Jimenez Rojas estuvo el presidir la Asociación de la Prensa de Toledo. Su firma era habitual en los medios locales, además de ejercer como corresponsal de las cabeceras madrileñas El Sol y La Voz . En 1916 había publicado Los que triunfan , una novela de ambiente toledano y, en 1932, accedía como numerario a la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.

En 1900, en la planta superior de aquel caserón «hospitalario», con acceso por la calle Cardenal Cisneros, ya funcionaba la escuela de niñas del 2º Distrito, uso que alcanzó hasta sexta década de esta centuria, siendo una de las aulas el antiguo oratorio cuyas pinturas aún eran desconocidas. En 1924, en la fachada asomada a la calle del Barco, con pocos meses de diferencia, se fijaron dos dedicatorias. La primera, el 15 de junio, al rebautizar a dicha calle con el nombre del escritor francés Maurice Barrès (1862-1923), autor de la célebre obra El Greco o el secreto de Toledo (1912). La segunda, fue una lápida -debida al profesor, escultor y académico Roberto Rubio-, descubierta el 7 de diciembre, impulsada por Hilario González, director de la citada Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, para recordar al pintor toledano y discípulo del Greco, Luis Tristán (fallecido en 1624), al situar aquí «la casa en la que habitó y murió».

Tras la guerra civil, cerrado el Laboratorio Municipal, el Ayuntamiento instaló allí la Casa de Socorro -creada en 1930 en Zocodover-, servicio que, en 1968, se trasladó a la actual calle de Capuchinos. Mientras, en otras dependencias, proseguía la escuela de niñas y, desde 1961, la recién creada Escuela Municipal de Idiomas que, en 1992, vista la mala situación del edificio, hubo de llevarse a otro lugar. El alto coste de una completa reparación retrasó las obras hasta 1995, de cuyo resultado surgieron las referidas pinturas murales. Entre 1999 y 2017, el histórico edificio del Hospitalito de San Pedro, acogió la Escuela Municipal de Música Diego Ortiz . Tras una nueva intervención y restaurado el mural del siglo XVI, en abril de 2017, se destinó a reunir las sedes de varias asociaciones bajo la común denominación de Centro Cultural Cisneros.

El investigador e historiador Rafael del Cerro, autor de la sección Vivir Toledo en ABC
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