Antonio Illán Illán - CRÍTICA

Un Grito de vida y justicia en el teatro de Rojas

«Una obra de un teatro socialmente necesaria que educa y hace reflexionar al poner sobre las tablas el reflejo de lo que sucede en la calle»

ABC

Antonio ILLÁN ILLÁN

El grito , obra de Itziar Pascual y Amaranta Osorio , es el punto final de muchas historias en las que, junto al abrazo, resuelve un proceso de situaciones vitales complejas haciendo coincidir la verdad y la justicia. Ese grito y ese abrazo es la escena con la que concluye la dramaturgia que sube a las tablas una historia real sobre una mujer tenaz que aguanta los embates, más que los del destino, los de una sociedad acosadora que tiene por norma amoral no fiarse de lo que una mujer afirme.

Esta obra compendia la lucha de tantas mujeres que no se dejan amilanar ni por el fracaso de la pareja en el matrimonio, ni por las dificultades de la maternidad, ni por los avatares de la justicia que desconfía de ellas, ni por el deterioro de la vejez de los padres, ni por las dificultades de encontrar trabajo, ni por las malas artes del derecho. Y junto a esta lucha se significa la dignidad de la abogada que antepone los principios éticos al dinero y al estatus, la jueza que rechaza los prejuicios y mantiene la credibilidad en la igualdad, en la dignidad y en la veracidad de la mujer.

El grito es una obra de teatro verité de un realismo auténtico, no descarnado, que muestra lo que pasa a mucha gente, a muchas mujeres (y a los hombres del contexto). Es la vida misma. En este caso, en la obra teatral, tras un proceso angustioso y lleno de incertidumbres, el final lo podemos considerar, si no feliz, sí cercano a lo justo y lo aceptable. En la vida no siempre sucede así.

La obra atrapa desde el momento en que sabemos que se basa en hechos reales, aunque evidentemente tiene un componente de ficción necesario para la dramatización del asunto. Se representa un periodo de ocho años de la historia de una mujer en diferentes facetas de su vida, historias paralelas que se entrecruzan: con la pareja que la abandona con dos mellizos, con la madre que envejece hasta enfermar de alzheimer, y sobre todo con el proceso judicial contra una clínica que comete un error de protocolo en una inseminación.

Es una obra que nos pone ante los ojos situaciones cotidianas, valores y contravalores de la sociedad en que vivimos. Dice una de las autoras, Itziar Pascual que « El Grito  compendia, seguramente, muchas de las preguntas esenciales que nos hacemos como dramaturgas y como mujeres. Preguntas que tienen que ver con la incredulidad de la sociedad ante las circunstancias de las mujeres, la cultura de los cuidados, la maternidad, la relación madres-hijas, la lucha por la justicia, por la equidad, el derecho al respeto y a una vida en la que la presunción de inocencia sea una realidad». Ahí reside la esencia de la historia que se cuenta y se dramatiza.

Teatralmente, la obra perfila papeles excelentemente definidos, como el de la protagonista, la mujer que persigue la verdad y la justicia con todo en contra. Precisos y contundentes son los de la abogada y la jueza, ambas un modelo de sororidad. Caleidoscópicos y plenos de matices son los del director de la clínica y su abogado. Sin embargo, aún manteniendo la tensión por ese interés social y por lo vívido de la historia, a veces resulta un tanto plana, decae el ritmo y no deja claros algunos aspectos necesarios. El papel del hombre abandonando repentinamente a su pareja no parece muy congruente ni bien argumentado, a no ser por algunos trastornos mentales que parecen apuntarse.

En una escenografía un tanto anodina la obra se sustenta en unas interpretaciones que aúpan su interés. Nuria García encarna a la protagonista (Aina Lóguez) con una vitalidad extraordinaria y una naturalidad para cambiar de registro según las situaciones dignas de alabanza. El gran José Luis Alcobendas (Doctor Serrano) dibuja un personaje sin fisuras y retrata una realidad con su actitud y con su gesto. Lucía Barrado (Patricia Palau) y Alberto Iglesias (Agustín Becerro) interpretan a la perfección el papel contrapuesto de dos modelos de abogado: el que se mantiene fiel a los principios (ella) y el que pone el interés en ganar como sea, aunque no triunfe ni la verdad ni la justicia (él). Elsa Chaves (Empar Amat) hace una madre magistral, en especial cuando empiezan a manifestarse los olvidos de la enfermedad. Carlota Ferrer (Victoria Sau) está institucional y se echa en falta un poco más de pasión en el desarrollo de su personaje. Quizá el que contrasta en el conjunto, más acaso por lo difuso de la escritura sobre el personaje, es Óscar Codesido (Rubén Torres) que nos muestra un marido un tanto surrealista.

El grito en suma es una obra de un teatro socialmente necesario que educa y hace reflexionar al poner sobre las tablas el reflejo de lo que sucede en la calle. Tiene el interés de la lucha tenaz de la mujer por conseguir que su verdad no sea puesta en duda en una sociedad que mantiene sospecha sobre su conduta, y que esta lucha se apoya esencialmente en otras mujeres (en este caso en la abogada, la jueza y la madre). Hay que agradecer a la siempre emprendedora valiente Pilar de Yzaguirre su apuesta y su compromiso con obras como la de esta producción.

El público del Rojas, muy identificado con la historia y con la emoción que transmite, aplaudió con más ganas que de costumbre el buen trabajo.

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