Ana Iris Simón: «La Mancha es una tierra que tiende a la autoparodia por herencia del Quijote»

La periodista y escritora con raíces manchegas se ha estrenado con mucho éxito en la literatura con «Feria», un retrato que destila realismo mágico para presentarnos a los Simones y a los Bisuteros, las dos ramas de su árbol genealógico

Mariano Cebrián

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« Tendré que llevarte al cerro de la Virgen y tendré que decirte que eso es La Mancha y que es de esa tierra naranja de donde venimos , que ese manto de esparto que no acaba nunca es lo que eres. Tendré que explicarte lo que es un pueblo y sabrás que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Tendré que recordarte que eres nieto de familia postal, bisnieto de campesinos y feriantes, tataranieto de carabinero exiliado y de quincallera, y que sientas entonces que eres heredero de una raza mítica».

Esto es lo que Ana Iris Simón (Campo de Criptana, Ciudad Real, 1991), periodista, escritora y futura madre primeriza, le contará al bebé que está esperando. El texto está extraído de su ópera prima, «Feria» (Círculo de Tiza) , un libro con el que está cosechando muy buenas críticas en el que, a modo de crónica literaria, como ella misma dice, nos presenta a su familia, intercalando reflexiones y frustraciones, pero también anhelos. Como si de la saga de los Buendía de «Cien años de soledad» a la manchega se tratase, esta joven autora hace un retrato que destila realismo mágico para presentarnos a los Simones y a los Bisuteros, las dos ramas de su árbol genealógico .

¿Dónde se enmarca «Feria»: en el neorruralismo o es tan solo una autobiografía familiar?

No me lo he planteado de ninguna manera. Sergio del Molino sí puede considerarse un precursor de esa corriente «neorrural», y su libro «La España vacía» me parece un referente. Pero lo que yo he escrito son pequeños relatos que englobaban hechos de mi pasado, pero también algunas reflexiones y obsesiones que a mí me inquietan acerca de la familia, el progreso, Dios, el linaje, el territorio, ... Soy muy caótica y no tenía ninguna intención de escribir en una dirección. A posteriori se pueden hacer muchas lecturas, pero quien pone etiquetas a los libros son las editoriales por cuestiones de marketing y después los críticos literarios y los medios de comunicación. Así la han calificado como «periodismo literario» o la han incluido en la «autoficción», propia de la generación millennial . Esto no es así, porque narro vivencias de mi familia. Realmente, lo que yo he hecho es crónica literaria, pero en lugar de contar hechos históricos, hablo del entierro de mi tío Hilario o del día que me fui al Aquopolis de Villanueva de la Cañada y me encontré a Aramis Fuster posando en bañador.

Lo que sí que queda claro en su libro es una llamada a los orígenes o, por lo menos, a sus propios orígenes. ¿Por qué?

Parece que los que nos fuimos de los pueblos y nos alejamos un poco de nuestras raíces, buscando una vida urbanita que se suponía que era mejor, lo hacíamos porque queríamos romper con los imperativos que nos habían impuesto. Pero yo me di cuenta de que habíamos cambiado un yugo por otro, asumiendo otros imperativos que tienen que ver más con el producir y el consumir, con el ser eternamente adolescente o no tener una familia siendo joven, porque hay que hacer muchas cosas antes. Todo eso pasa por querer seguir alimentando a la máquina del consumismo, y en un momento yo fui consciente de todo lo que se pierde por el camino. Al final eres consciente de que tu aparente libertad era otra imposición, quizá menos coercitiva que las que tenían mis abuelos o mis padres, herencia de la moral de la dictadura franquista, pero ahora relacionado con lo material. De hecho, el otro día leí que los salarios de los jóvenes de ahora son un 50% más bajos que en los años 80 del siglo XX, lo cual es un sinsentido. El progreso es un cuento que nos hemos creído. Por eso, la crisis no es solo económica y material, sino también espiritual y de valores.

Francis Fukuyama habló en 1992 del fin de la historia y usted habla en su novela del fin de España o del fin de la excepcionalidad, tal y como usted lo entiende. ¿Está todo perdido?

Yo hablo en el libro del fin de España en relación a cómo vivo yo. Mi generación fue la última que vivió en una España preglobalizada. ¿Dónde han quedado las protestas de la izquierda contra la globalización? Este tema dejó de estar en el debate público hace 20 años. Cuando la globalización se impuso, las naciones-estado como España dieron paso a una nueva economía y realidad, con todo lo que ello implica. Así, por ejemplo, desde el punto de vista estético, las casas en el pueblo en el que yo me crié, en Ontígola (Toledo), eran casas tradicionales construidas en cuevas, que dieron paso a viviendas con paredes de madera y muebles de Ikea. Algo que ocurre también con la alimentación. Comer sushi o kebab ha dejado de ser algo excepcional porque puedes comprar estas comidas en cualquier tienda de tu pueblo o ciudad. Nuestra identidad como país ya no tiene sentido en un mundo globalizado.

Patio de la casa de los abuelos de Ana Iris en Campo de Criptana (Ciudad Real)

No sé si La Mancha es un paraíso para usted entre tanto desengaño. Pero, ¿qué tiene La Mancha, además de mucho vino, mucho pan, mucho aceite, mucho tocino?

Volviendo a Sergio del Molino, que tiene una reflexión preciosa sobre la identidad manchega en relación con El Quijote, La Mancha es un lugar muy apegado a la tierra por narices, porque en realidad solo tiene eso. También destaca su idealismo y su forma de vivir de los relatos. Y además es una región que tiene una relación especial con la muerte, relacionada con el realismo mágico, y que tiende a la autoparodia por herencia del Quijote. Por algo, su protagonista se llamó Don Quijote de La Mancha. Si hubiese sido de León o de Covadonga, el relato hubiese sido más épico. Pero si pones a un caballero andante en mitad de un secarral, no es lo mismo. Por eso, el pueblo manchego se ha apropiado muy bien de esta burla. No hemos ido de quejicas, como muchas veces le pasa a la gente de otras regiones, y hemos sacado provecho a autoparodiarnos. Ahí está José Luis Cuerda, por ejemplo, que puso a hablar a los campesinos sobre Faulkner (escritor) o literatura rusa, o más recientemente Joaquín Reyes, que ha puesto a personajes famosos de medio mundo a hablar como mi abuelo.

En «Feria» hay muchas reflexiones sobre la política, sobre Dios, sobre la vida y la muerte, … No sé si es que en su familia hay muchos filósofos, ¿o es que todos llevábamos un filósofo dentro?

En general, La Mancha es una región en la que se reflexiona mucho, algo que se ve en la cantidad de dichos, frases hechas y de refranes tan peculiares que tenemos y que reflejan una manera particular de ver el mundo. En el mundo moderno tendemos a pensar que el licenciado es el único que tiene conocimiento, pero en los abuelos manchegos hay más filosofía y sabiduría que en muchos catedráticos y doctorandos. Esto ya lo defendía Antonio Machado en un texto muy bonito titulado «El poeta y el pueblo», en el que decía que En España lo esencialmente aristocrático siempre ha sido el pueblo. Ese saber popular, alejado del academicismo, es lo más cercano a la realidad que hay porque tiene una forma de pensar más libre, aunque parezca una paradoja. Esto pasa también con los niños, ya que algunas veces una reflexión de un niño es más profunda que 4.000 tratados.

La memoria juega un papel primordial en su familia y en usted. En un tiempo en el que se habla tanto de memoria histórica, ¿no cree que los españoles hemos perdido la memoria de lo que fueron nuestros antepasados directos?

Es paradójico: nunca antes habíamos hablado tanto de memoria, pero tenemos muy poca. Para empezar, para que haya memoria tiene que haber futuro porque, si tú no tienes alguien en quien depositarla, si no hay nuevas generaciones a las que contarles lo que fuimos, no tiene ningún sentido. Esto tiene mucho que ver con la crisis demográfica. Por eso, tenemos menos memoria que nunca porque tenemos menos futuro que nunca. ¿De qué sirve invertir dinero en las zonas rurales si no hay depositarios y chavales que quieran recuperar esa memoria? Además, se comete el error de ver el pasado con los ojos del presente y adaptar la memoria a lo que nos conviene, según la ideología de cada uno. Se tiende a pensar que el hombre moderno es mejor porque ha venido después y miramos con condescendencia a nuestros antepasados.

La abuela de Ana Iriz, María Solo, disparando una escopeta en la feria

El papel de la mujer y los cambios en la sociedad con respecto a este tema es otro de los pilares de un capítulo de la novela. De hecho, otra de las frases repetidas en ella -atribuida a Sylvia Plath- es que «toda mujer ama a un fascista». Esta afirmación es muy categórica, ¿pero se siente identificada con ella en cierto modo?

Esta frase forma parte de un poema muy bonito que esta autora le dedica a su padre, que realmente era un fascista. Pero lo que yo quería en el capítulo que titulo así en mi libro son dos cosas. Por un lado, hablar de la alegría con la que se usa ahora mismo el término fascista. A mí me da un pánico terrible, porque si todo es fascismo, nada lo es. Es lo mismo que ocurre con el comunismo. Es increíble cómo se manosea el lenguaje guerracivilista para conseguir cuatro votos, importando un bledo enfrentar a todo un pueblo con el miedo de una amenaza que no existe por ninguno de los dos lados. Esto solo sirve para distraernos de la verdadera amenaza que acecha a España, un país con un 40% de paro juvenil o con unos salarios precarios que nos impiden llegar a fin de mes. Por eso, lo que yo critico es la banalización del término fascismo, recuperando la historia de mi abuelo paterno, que lo sufrió en sus carnes tras la Guerra Civil y tuvo que exiliarse. Y, por otro lado, reflexiono acerca de cómo muchas de las conductas de mi padre o de mis abuelos ahora podrían ser consideradas de machistas, por algunas de las cuales ahora se culpabiliza a los hombres. Con el machismo pasa lo mismo que con el fascismo, que si todos son machistas al final nadie lo es, y mientras estamos a estas cosas, nos distraemos de los verdaderos problemas que acucian a nuestra sociedad.

«Feria» finaliza con una historia que su padre le pidió a usted y a su hermano que escribieran, y que tiene al Quijote como símbolo y como referente a la hora de entender el mundo y la vida. ¿Contra qué gigantes en forma de molino cree que lucharía hoy el Caballero de la Triste Figura?

Creo que la batalla ahora es la de recuperar el sentido de la vida más allá del producir y del consumir, y del puro materialismo en su significado más amplio. Muerto Dios, rellenamos ese vacío con un montón de divinidades que al final no nos sirven para nada. Como buen idealista que era don Quijote, sus enemigos serían aquellos que proclaman que lo único importante es lo que se ve. El molino tiene ahora un sentido simbólico y nos recuerda a todos que representa algo más que moler el grano de los cereales. El Caballero de la Triste Figura lucharía contra los que piensan que los molinos solo sirven para eso.

No sé si ha contado ya todo sobre su familia, ¿o se ha guardado un poco para un próximo libro?

Mucha gente me pregunta si no me da vergüenza contar tantas cosas sobre mi familia. Pero aquel que lea mi libro se dará cuenta que son reflexiones y vivencias muy concretas. Aun así, no he desvelado todo y claro que me guardo material. Además, voy a tener un bebé y, como la familia va a ser todavía más grande, voy a tener más historias que contar.

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