Concha Buika, durante una de sus actuaciones en el Festival de Jazz de Valencia
Concha Buika, durante una de sus actuaciones en el Festival de Jazz de Valencia - Reuters
Cultura

Buika aviva la identidad isleña en el Auditorio «Alfredo Kraus»

Quién diría que Buika también olería a mar. Auténtica, pasional y espontánea, su piel respira música sin remedio

Las Palmas de Gran Canaria Actualizado: Guardar
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Buika sonríe y parece que ríe. La fuerza de su sonrisa es tal que ilumina todo su rostro. Al que casi abarca, por cierto. Sentada, literalmente, en la mismísima ventana de su camerino, esto es, en el alféizar de piedra que sobresale por fuera… Buika respira el mar de isleña mientras apura los últimos minutos antes de salir a escena.

Huele a mar. Y Buika sonríe prolongando el momento. Me devuelve el saludo con esa amplia sonrisa suya y seguimos respirando del mismo mar. Yo quisiera bebérmelo de lindo que está, aún a oscuras. La noche parece entregada a todo en este Arrecife de las Músicas. Nadie diría que casi es Navidad. Quién diría que Buika también olería a mar…

Sale descalza al escenario del Auditorio «Alfredo Kraus» y los brillos de su vestido rojo se contonean al tiempo que sus caderas. Inmersos en su vaivén. Su movimiento es pura sonrisa, como Buika. Abierta y generosa. Pura pasión hasta casi el exceso… ¿Cabe acaso el exceso en la entrega?

Buika arranca a cantar cuando la música de la maravillosa sinfónica de Las Palmas ya me ha dado la pista con sus notas. Me llega su olor a mar como mismo me llega, al instante, ese primer acorde de «Mi niña Lola». Abierta y generosa, Buika con solo llegar.

El aforo al completo rompe en aplausos. La sonrisa de Buika casi tararea antes que ella misma… «Dime porque tienes carita de pena. Que tiene mi niña siendo santa y buena. Cuéntale a tu padre lo que a ti te pasa. Dime lo que tienes reina de mi casa».

Llena de sensaciones arrancó el «Sinfónico» de Buika. Auténtica, pasional y espontánea, su piel respira música sin remedio. Y su corazón palpita arte sin mesura. Sin duda, unas canciones llegan más que otras al público, pero Buika llega en todas.

El «Sinfónico» de Buika crea atmósfera muy rápido. Hasta la orquesta parece embriagada de su olor a mar. Pero también de su aroma a raíces, a viajes, a gentes de aquí y de allá.

La Buika sosegada también halla algunos momentos para la calma, pero solo cuando la letra le deja. Cuando aquello que cuenta y canta serena su alma. A veces. Entonces se entrega al desnudo mano a mano con el pianista Iván «Melón» Lewis y el percusionista Ramón Porrina (al cajón). Sobresalientes ambos.

Precisamente, el piano de «Melón» Lewis no pasó desapercibido a nadie. A altas temperaturas y fuertemente caribeño, fue el complemento perfecto a la «Buika» más «cahonda», tal y como ella misma dijo casi al final de la noche.

Para el recuerdo queda ya su extraordinario «Siboney», cantado dos veces. Antes y después del bis de pura improvisación, que nos delata más que nunca ese fascinante mestizaje que impregna todo el arte de Buika. Toda ella. Qué más da si los ojos eran verdes «como el trigo verde» o negros «como la noche», si miran desatados de rabia al amor.

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