Curri Valenzuela

Iglesias versus González

A nadie le puede extrañar que González se revuelva en su butaca cuando ve a un Iglesias que intenta desmantelar toda su obra

Curri Valenzuela
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Felipe González llegó al poder apoyado por Olof Palme y Willy Brandt, financiado en marcos alemanes y ayudado por la socialdemocracia europea para convertirse en la segunda pata del bipartidismo de una España democrática. Nada que ver con ese Pablo Iglesias que cuarenta años después se presenta como su sucesor pese a que le financia el chavismo venezolano y los ayatolás iraníes y le repudia la izquierda que gobierna en Europa.

En algunas cosas se parecen; en las fundamentales, no. El expresidente saludaba con el puño en alto al final de sus mítines, un gesto del socialismo tradicional. El aspirante a vicepresidente de Pedro Sánchez levanta el puño derecho (el de los comunistas) puesto en pie en su escaño del Congreso de los Diputados.

Más allá de la anécdota: uno quería contribuir a que la Democracia se asentara en España; el otro tiene como objetivo echar por tierra lo conseguido en las últimas cuatro décadas, incluida la vigencia del Partido Socialista Obrero Español.

No es de extrañar que González se haya convertido en el mayor crítico, según dicen los suyos, de un posible pacto de Pedro Sánchez para gobernar con Pablo Iglesias, con la esperanza de los barones del PSOE de que sea él quien ponga freno a lo que casi todos consideran un disparate.

Comparaciones irritantes

El expresidente calla en público y no se pronuncia, de momento, sobre la cuestión. Pero sus comentarios sobre los lazos de Podemos con el régimen de Chávez y Maduro han sido contundentes. Le irritan, afirman sus allegados, las comparaciones que se están haciendo de los jóvenes podemitas con aquel grupo de treintañeros rompedores que él lideró a comienzos de la Transición. Su número dos de entonces, Alfonso Guerra, se ha retratado también admitiendo la posibilidad de que el PSOE se abstenga en la investidura de Mariano Rajoy; debe de sangrar por la misma herida.

Pablo Iglesias se refiere a ellos como «las élites socialistas» y otra serie de epítetos con los que se nota su intención de llamarles «abuelos cebolleta» alejados de la realidad de la España de hoy. Pero a la vez disfruta con las comparaciones que se hacen de su asalto al poder con forma y fondo similares a los de aquel grupo de sevillanos que se metió en política para romper los esquemas de la casta (franquista) del momento, con un programa de izquierdas y unas maneras atrevidas.

Cierto es que algunas de esas maneras admiten comparaciones. También Felipe González aprovechó su primera entrevista con el Rey (Don Juan Carlos) para proclamarse republicano, como Pablo Iglesias hizo anteayer con Don Felipe, aunque sí fue a verle con chaqueta (de pana), no en mangas de camisa (remangadas). González hablaba hasta entonces de forma despectiva del Monarca, a quien llamaba en público «ese rubio de ojos azules» y lo primero que hizo el Rey en su primera audiencia fue acercarse a él y preguntarle: «¿Tengo los ojos azules?». El socialista comprobó que no, los dos rieron ya partir de ahí comenzaron lo que sería una larga y cordial relación.

Cierto es que Felipe González se presentó a sus tres primeras elecciones generales con un programa que proponía la nacionalización de la banca y de las compañías eléctricas, a lo que sumó la salida de España de la OTAN en los comicios de 1982, en los que ganó con una mayoría absoluta del electorado y un miedo generalizado de empresarios y banqueros que se referían a «estos chicos» con voz temblona. Como ahora se refieren a los de Podemos.

Señales claras

El primer presidente socialista de la Democracia ya había dado antes, sin embargo, señales de que no pretendía más que sustituir a la UCD en el Gobierno en cuanto pudiera. Había firmado los Pactos de la Moncloa, que es algo como pedir a Pablo Iglesias que firme ahora con Luis de Guindos y Jordi Sevilla unos acuerdos para reactivar la Economía; iba presentando a Miguel Boyer, que venía del Banco de España, como su futuro vicepresidente económico, y había abjurado del marxismo leninismo aun al precio de dimitir como secretario general del PSOE por unos meses.

Antes aún, se había presentado ante la España en la que Franco moría con el aval de los socialistas que gobernaban en Alemania y los países escandinavos para montar en nuestro país una franquicia de la socialdemocracia europea, con el visto bueno de los Estados Unidos para frenar la posibilidad de que el Partido Comunista se erigiera como la alternativa a la derecha democrática. Así que a nadie le puede extrañar que González se revuelva en su butaca, o esté pensando saltar de ella, cuando ve a un Iglesias que intenta desmantelar toda su obra.

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