El emotivo recuerdo del nieto de Landelino Lavilla a su abuelo

«Nací tarde para ver la etapa en la que asumió generosamente su mayor grado de potestas pública, que nunca abandonó, pero no para vivir las consecuencias de su ejecución, que se resumen en democracia y libertad; concordia y derechos», escribe

Adolfo Suárez, junto a Landelino Lavilla en el Congreso de los Diputados

Juan J. Lavilla Ezquerra

Auctoritas y Potestas

Aquella dicotomía clásica constituye una de las primeras enseñanzas que recuerdo de Don Landelino, de mi abuelo. Distinción que, paradójicamente, mejor le define.

Nací tarde para ver la etapa en la que asumió generosamente su mayor grado de potestas pública, que nunca abandonó, pero no para vivir las consecuencias de su ejecución, que se resumen en democracia y libertad; concordia y derechos .

Ejecución encabezada por el Rey y Suárez y desarrollada junto con toda una generación de brillantes profesionales que, como mi abuelo, se volcaron en lo público en detrimento de su propia situación personal y económica, movidos por algo tan olvidado como es el sentido de Estado.

Ejecución, en fin, imposible sin una generación de españoles que decidieron abrazarse y levantar la nación y que, lamentablemente, ahora está sufriendo las peores consecuencias de una enfermedad criminal. La mejor generación en todos los sentidos y la peor despedida.

Sí nací lo suficientemente pronto para conocer durante veintisiete años la auctoritas que siempre le envolvía. Su sola presencia cautivaba a cuantos estuvieran cerca, no solo por gozar de una inteligencia y sabiduría superiores sino también por poseer un carisma portentoso que fluía de sus profundos ojos verdes, cuya sola visión, unida a su característica sonrisa confidente, te hacían sentir importante y especial. Gozaba del aura propia de aquellos a los que es imperativo seguir, oír, honrar y, sobre todo, querer. El inmenso cariño recibido tras conocerse la triste noticia constituye el mejor testimonio de estos extremos.

Como casi todo aquel que ostenta ese atributo, fue un hombre hecho a sí mismo que de la provincia de Lérida y sin medios, conquistó Madrid por su talento y esfuerzo intelectual consiguiendo número uno en todas las etapas de su extensa educación centrada en el Derecho, la cual nos ha servido de guía vital a muchos dentro y fuera de la familia.

La mayor guía, empero, ha sido su propio ejemplo. Patricio le ha calificado alguien querido. Noble de espíritu se acerca también. Caballero siempre elegante en las formas y en el fondo, incluso, y esto es lo más importante, en los peores momentos. Esforzado trabajador hasta el final, sin descanso ni excusa, honrando a los títulos más que los títulos a él. Recto y cariñoso marido. Jamás he visto tanto amor en las miradas de dos esposos. Suyo en lo que era suyo, a veces seco pero siempre con gracia, no hay enfado que no terminara en el instante en que su mujer, hija o nietas le brindaran una sonrisa. Morigerado y metódico, como solía calificar a Kant en sus historias. Sus historias. Era capaz de contar cualquier anécdota, propia o ajena, cualquier curiosidad, trivial o relevante, con la precisión y profusión de las mejores letras españolas.

Atrás quedan esas historias, así como las docenas de poemas y canciones que sabia al dedillo desde su infancia, los juegos, la milicia, la enciclopedia que era su mente, la butaca que ha arropado a hijos y nietos, las películas del Zorro y el mus, las lecciones jurídicas, el cordero en Navidad, el circo y manzanares.

Nos ha dejado lo mejor de sí mismo : El resultado de su potestas y el ejemplo de su auctoritas, y eso nunca quedará atrás.

Juan J. Lavilla Ezquerra

Nieto de D. Landelino Lavilla

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