El independentismo exhibe apoderados

El partido de Junqueras ha llenado los colegios de afines, no sea que el Estado Español, que convoca elecciones con censo legal y urnas de verdad, monte un pucherazo

Un simpatizante independentista silba a Inés Arrimadas a su llegada al colegio electoral, este jueves ÁNGEL DE ANTONIO
Sergi Doria

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Nueve de la mañana. Espacio vecinal de Calabria, 66. Nutridas filas de electores que se bifurcan. Llama la atención el número de apoderados de Esquerra; una proporción de cinco a uno en relación con los partidos constitucionalistas. Los de este colegio son de edad madura. Jubilados consagrados a una causa que les da vidilla, aunque la causa sea un absurdo: proclamar la independencia en un mundo interdependiente.

Educación y cortesía en las filas. En el mostrador, folletos con actividades culturales y un fajo de «Il.legal Times»: «prensa amarilla» de veinticinco ilustradores «contra las políticas represivas del Estado Español». Nadie repara en ese panfleto que rinde un dudoso homenaje al rotativo londinense que fundó John Walter. La gente escruta relojes y móviles, más pendientes de acceder a la urna y llegar a sus trabajos.

Dos horas después, en otro colegio electoral. De nuevo, la densidad independentista. Apoderados de Esquerra y Junts per Catalunya están al tanto de todo. El bloque secesionista suma 37.000 en toda Cataluña.

El partido de Junqueras ha llenado los colegios de afines, no sea que el Estado Español -que convoca elecciones con censo legal y urnas de verdad- monte un pucherazo. En la memoria, las instrucciones a los apoderados de Silvia Sendra (ERC) que se filtraron a la prensa, tosco remedo del dicho teresiano de que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda: «Legalmente, no podéis hacer nada, pero con la mano izquierda podéis hacer todo… Podéis colocar papeletas, podéis participar en el recuento… En teoría no podríais participar, pero el presidente de la mesa puede ser vuestro vecino o la frutera. Y si os ofrecéis… Si veis que el presidente de la mesa no se aclara con el recuento, llamad a vuestro responsable y él dará las recomendaciones para que cuadre…».

Frase alusiva a Sijena

Aunque estas instrucciones son improbables en unas elecciones legales, el ambiente político comarcal constituye un líquido amniótico para el engendro. En Avinyonet de Puigventós cierran más tarde: a primera hora no había bridas para precintar las urnas. Ahí todo quisque se conoce: si no llevas la papeleta ensobrada de casa, la has de pillar sin cortina que te guarde, entre interventores de la CUP y concejales de Esquerra. En Lleida, una pintora tapa sus cuadros con lazo negro y una frase alusiva a Sijena: «Los retablos siempre serán nuestros». En el Centro Cívico de Sagrada Familia borran una pintada con molde con la faz del líder de ERC: «Free Junqueras».

La fiebre amarilla recalienta espacios públicos y dependencias sanitarias. Desde que metieron en chirona a los actores del Procés, muchos «yayos» y «yayas» catalanes soportaron el mitin de alguna enfermera con lacito amarillo. Una visita rutinaria -peso, tensión- aliñada con comentarios tendenciosos: «Si ganan esos del 155 -PP, PSC y Ciudadanos- no tendremos libertad… Son franquistas». Sería lógico que la paciente -paciente, nunca mejor dicho- enviara a la enfermera a «pastar fang» como se dice en Gerona; pero una anciana no se atreve a enfadarse con alguien de quien depende: la dependencia ha sido, como las guarderías, la gran olvidada en los presupuestos del Procés.

Esta bolsa de voto «dependiente» -sobre todo en la Cataluña profunda ha sido convenientemente acechada: «La ANC os acompaña a votar. Si tenéis problemas para desplazaros, los voluntarios de la ANC os acompañarán a vuestro colegio electoral…». En los «wasaps» grupales la fiebre amarilla conjuga la mitomanía tramposa -enésima cita de Mandela- con las alertas del supuesto pucherazo. Como no hay mejor defensa que el ataque, los promotores del 1-O denuncian que hay demasiados interventores de C’s y PP «de fuera de Cataluña».

El «voto» de Puigdemont

Laura, 18 años, vota en nombre de Puigdemont: «Que esté exiliado en Bruselas no es política, es censura», declara. El fugitivo agradece el gesto y proclama que «el espíritu del 1-O nos guíe siempre». Si nos guiara el espíritu de las tupper-urnas y el censo que vulnera la ley de protección de datos no daríamos abasto con las incidencias. Otro meme memo: «Como se prevén largas colas para ir a votar, se pide que los que vayan a votar C’s, PP o PSC vayan mañana, así, evitan aglomeraciones».

En los días previos a las elecciones, nos sorprendió una inmoral epifanía: un hombre se declara víctima de un golpe de estado, de un complot de jueces, fiscales y guardia civil, de un gobierno que lo cesa: «Yo fui elegido legalmente y ahora no pueden suspenderme esas elecciones… No tengo por qué dimitir, me han echado ilegalmente…». No son frases de Puigdemont, sino de Luis María Villar. ¡Cuánto se parece la cháchara de los pícaros! Villar solo se debe a la FIFA y Puigdemont a un «poble de Catalunya» cada vez más etéreo.

Ocho de la tarde: persisten las colas en los colegios repletos de apoderados. El recuento. Los vigilantes secesionistas se acercan a las mesas.

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