contracrónica

Apareció Lerroux

Cataluña es el sitio en el que llaman fascista, imperialista y, esto es lo mejor, lerrouxista a Pablo Iglesias

Los Mossos d'Esquadra desalojan a jóvenes independentistas que han acusado de «etnicista» a Pablo Iglesias
Los Mossos d'Esquadra desalojan a jóvenes independentistas que han acusado de «etnicista» a Pablo Iglesias - efe

Cataluña es el sitio en el que llaman fascista a Pablo Iglesias. Ayer, el hombre que unta salmorejo dio un mitin junto a Rabell (Carmeno) y aparecieron unos de la CUP llamándole etnicista.

También le han llamado fascista, imperialista y, esto es lo mejor, lerrouxista.

En Madrid se puede ser franquista, pero en Barcelona la cosa está más refinada y además se puede ser lerrouxista. Para huir de que te llamen nada de esto está el icetismo, la evaporación conceptual de la izquierda en la singularidad, la ordinalidad y la respuesta de Iceta al «momentum catastrophicum» barojiano: correr y bailar a la vez como en los anuncios de leche desnatada, la histeria pura.

Por la reacción de la CUP, Iglesias parece haber tocado un nervio. Antonio Baños, candidato, le acusó de «paracaidismo étnico». «Mis cuatro abuelos son murcianos y soy indepe», añadió (se supone que orgulloso).

Ahora mismo, un montón de ancianos, los Pijoapartes de las novelas, están sentados en un bar del Carmelo enseñándose fotos de los nietos.

¡Cataluña inventa el Edipo abuelo-nieto! Desde Zapatero, la importancia del abuelo es enorme en la izquierda española. Con abuelos no hace falta saber historia, hasta ellos llega la memoria genealógica. Cuando se mueren se deja de ir al pueblo.

Iglesias parecía ayer El Torete intentando hacerle un puente al Seiscientos de la izquierda española, pero llevan cuarenta años pelando los cables, así que le vuelven a decir populista (¡la CUP!) y le tiran a Lerroux a la cara, como si ellos fueran liberales ingleses.

Lo de Lerroux es curioso. Ortega llegó a pensar que era necesario su «liberalismo agresivo». Luego se arrepintió. Lerroux era Lerroux, pero en el primer tercio del siglo no había mucho más. Es como si a alguien de los 80 le acusasen de llevar hombreras.

Lerroux es un poco el privilegio catalán para llamar facha a todo quisqui. E Iglesias es Lerroux por tocar un tabú que Iceta jamás osaría: el afectivo. Esto ha herido la sensibilidad de muchos murcianos que comparten las tesis de Celia Villalobos, que la emigración fue culpa de Franco. Y llaman etnicista a Pablo Iglesias como si Extremadura fuera el Kurdistán.

La españolidad genealógica es tabú. Y se siente que es tabú si se escucha a Inés Arrimadas: «Nací en Jerez, elegí Cataluña para pasar el resto de mi vida. Si me preguntas, no sabría decidir de dónde soy. Patria son los lugares que llevas en el corazón». Es Anne Hathaway en la comedia romántica de la soberanía, sobrevolando en avioneta cuqui los pasajes nebulosos de la Región Iceta, los Cirros de Úbeda. Iglesias ha llegado al nervio de lo no-dicho: sois murcianos.

Una pregunta malévola (malévola como lo diría Millán Salcedo): ¿En este combate contra la CUP, tendrá Iglesias el mismo apoyo mediático?

Por este hilo se llega a otro ovillo: al dibujo de la Cataluña post declaración no como el país recobrado, sino como una utopía antiliberal.

Llegados a este punto. ¿No sería momento de que alguien asumiese lo de lerrouxista como timbre de gloria? «Sí, seré lerrouxista, ¿pero qué otra cosa se puede ser aquí?».

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