Elecciones - Catalanas

Son como niños

Más allá de que el nivel de argumentación y conocimientos no superó el de cualquier tertulia del dial, hay en el discurso de Junqueras una paradoja que enternece y desbarata la pulsión independentista: Junqueras se aferra a su derecho constitucional

Los candidatos de Junts pel Sí, Artur Mas, Carme Forcadell, y Oriol Junqueras
Los candidatos de Junts pel Sí, Artur Mas, Carme Forcadell, y Oriol Junqueras - efe

El de Margallo y Junqueras era el primero de los grandes choques intelectuales que, con el argumento del porvenir de una Cataluña independiente, albergará la cadena 8TV. El siguiente lo protagonizará este jueves Belén Esteban quien, como Margallo, se presenta como simple ciudadana española, desprovista de honores públicos: igual que en el Western es preceptivo con las pistolas, Margallo dejó el cargo de ministro en la oficina del «sheriff» antes de entrar en el estudio.

Margallo y Junqueras. Dos pensadores no habían despertado semejante expectativa desde que Wittgenstein trató de pegar con un atizador de chimenea a Popper en el Club de Ciencia Moral de Cambridge. Aunque, al ver las hechuras de Junqueras, su rotundidad de «pagés» esférico, la turbiedad en la mirada recelosa por el párpado caído, uno casi se hacía la ilusión de que iba a comenzar una velada del «pressing-catch» –teatrillo perfecto por infantil para impostar el conflicto del «prusés»– y que Junqueras, con la panza envuelta en la estelada, se subiría a una esquina del ring para saltar sobre Margallo.

La escenografía real fue más convencional. Junqueras y Margallo estaban sentados en una mesa con forma de «croissant», con el moderador, Cuní se llama, en el medio. Entre que el rótulo del fondo mostraba una Cataluña desgajada de España, y que el presentador hablaba en catalán, incluso cuando se dirigía directamente al ministro, todo daba una fea impresión que constituyó la derrota de Margallo antes incluso de decir buenas noches: era un extranjero en una televisión extranjera en la que sólo faltaba uno de esos servicios de traducción simultánea a los que están tan acostumbrados por sus viajes los ministros de Exteriores. Repito, de Exteriores.

Cuando Margallo parecía enajenado por esto, Junqueras se descolgó con la cortesía condescendiente de hablar en castellano. Educación fue lo que ambos antagonistas trataron de ¿fingir?, acaso para no degradarse aún más después de haberse arrastrado el uno al otro a un espectáculo de lucha en el barro que marcó un hito de la baja estofa en una campaña llena de ellos.

Lo evidente es que la entrevista de Alsina a Rajoy puso a trabajar a los asesores de ambas facciones en la víspera. El argumento introducido por el locutor de que la nacionalidad española no puede ser retirada a los españoles residentes en un país extranjero ha terminado vertebrando todas las cábalas jurídicas acerca del futuro en la UE de una Cataluña independiente. Como durante toda la jornada de ayer, Margallo se amparó en el ejemplo de las repúblicas iberoamericanas emancipadas y de la independencia de Argelia –que era una colonia, Cataluña no– después de su guerra con Francia, pero en estos casos ninguna nación estaba regida por la Constitución española de 1978. Entró el ejemplo de Camus, que no era un argelino colonizado, sino un «pied-noir», como todos los franceses de pleno derecho que integraron la OAS después de la «traición» de De Gaulle.

Más allá de que el nivel de argumentación y conocimientos no superó el de cualquier tertulia del dial, hay en el discurso de Junqueras una paradoja que enternece y desbarata la pulsión independentista: Junqueras se aferra con verdadera vehemencia a su derecho constitucional –la misma Constitución que no acata, por cierto– a seguir siendo español, y por añadidura europeo, después de la independencia. Entonces, si lo que quieren es seguir siendo españoles, si van incluso a luchar por ello en el día 1 de la independencia, ¿por qué coño estamos metidos en este lío y en estas tensiones? Esa es la insensatez de la independencia en Cataluña: que anhela destruir cosas que los catalanes ya tienen para luego volver a conquistarlas. No ya la pertenencia a Europa, el mismísimo pasaporte español.

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