Escrutinio electoral Efe/Salas

Rafael Ruiz

Abstención, voto nulo o voto en blanco son, según la ley, cosas distintas. Son realidades diferentes que se abordan en las campañas electorales con distinta intensidad. Políticamente, es la participación la que ocupa a los equipos de campaña. Los votantes propios o de otras fuerzas políticas que se quedan en casa. Es en las mesas electorales y los responsables de los recuentos los que tienen que lidiar con los blancos o los nulos.

Cuantitativamente, el voto en blanco y el nulo tienen un impacto menor en el resultado. En las anteriores elecciones andaluzas, se emitieron 81.133 votos nulos ( un 2,2 por ciento del total ) mientras que el voto en blanco alcanzó las 56.916 no-papeletas ( 1,58 por ciento ). La diferencia radica en su validez.

Un voto en blanco es un sobre vacío. Frente a otros sistemas electorales que recogen expresamente la posibilidad de no votar a nadie (que tienen esa casilla), en España esa posibilidada solo existe metiendo aire en el sobre. El voto nulo, sin embargo, es el que no cumple las reglas de la legislación.

Una casuística variada

Y la casuística es variada. Desde meter más de una papeleta en el sobre, meter una papeleta que no es la oficial o realizarle alteraciones relevantes. Aquí es donde se complica la cosa. Si una persona coloca una raya o una cruz en una papeleta (sea en el anverso o el reverso), existe una instrucción de la Junta Electoral basada en una sentencia del Constitucional que obliga a analizar si se ha alterado el nombre de la candidatura, de los candidatos, el orden en el que se presentan, si se incluyen expresiones o lemas o si la papeleta está rota o rasgada. Si la respuesta a alguno de estos elementos es sí, el voto es anulado. Si es un aspa, una raya o una cruz en el anverso el reverso de la candidatura que no afecta a esos elementos, el voto es válido. Meter una rodaja de chorizo en un sobre no lo convierte en nulo . Avisados quedan.

La diferencia del voto en blanco y el voto nulo, legalmente, es que el primero es válido y se computa. El segundo, no. Cuando se realizan unas elecciones, se toman las votos válidos y se le aplica un sistema de divisiones a los resultados (ordenados de mayor a menor) para asignar escaños. Lo inventó el jurista belga Victor D´Hont y ha adquirido rango de ley. En unas elecciones autonómicas que movilizan tres millones y medio de votos, no suelen ser un problema. En unos comicios municipales de un pueblo chiquito es otro cantar.

No votar

La abstención, por contra, implica no ir a votar . En España existe el derecho al voto pero no el deber de votar. Y puede ser una actitud militante, de protesta ante el sistema, o porque se tienen otras cosas que hacer ese día como estar enfermo. Los partidos suelen hablar de su envés, la participación, porque es lo que les interesa. Movilizar todo lo posible a los suyos y que los que votan a otro se vayan ese domingo a la playa.

Sobre la abstención se escriben tratados . Y los mensajes de las campañas electorales (fundamentalmente, los de los últimos días de campaña y en la jornada de reflexión) tienen que ver con los datos demoscópicos que tienen los candidatos. La abstención en Andalucía fue del 41% en 2018, del 36% en 2015, del 37% en 2012 y del 27% en 2008. Los partidos suelen mirar más la participación y la abstención en lugares concretos. Cómo van las cosas, durante la jornada electoral, en barrios o municipios donde se sabe que un partido es fuerte.

El clavo en el ataúd

Un electorado no movilizado es el clavo en la tapa del ataúd de una carrera política. La última vez tuvo un efecto clave: parte de los votantes socialistas ( Susana Díaz ganó pero no lo bastante ) se quedaron en su casa. Los equipos de campaña suelen tener teorías sobre la abstención que la realidad suele desmentir como que benefician o perjudican sistemáticamente a un sector ideológico. De todo hay.

En cualquier caso, el número de votos válidos emitidos tiene un efecto directo sobre los partidos más modestos. En España y Andalucía, que tiene legislación electoral propia, solo se tiene en cuenta a los partidos que llegan a un 3% de los votos válidos emitidos a la hora del reparto por la regla D´Hont. En un entorno de abstención baja, ese 3% (5% en las municipales) se convierte en un puerto de primera categoría para las candidaturas con menor representación. El voto en blanco, en tanto válido, genera el mismo efecto. A más haya, más difícil es conseguir superar esa barrera.

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