Saltar Menú de navegación
Hemeroteca |

Portada

DEFENSA

Las bombas improvisadas matan más soldados de la OTAN en Afganistán que ninguna otra causa. Así trabajan los desactivadores
11.09.10 - 02:30 -
Son dos toscos trozos de madera, dos tablones unidos por muelles de hierro y con una chapa metálica pegada de forma burda en su interior. De ellos sale un cable eléctrico que termina en una botella de butano rellena con unos 20 kilos de explosivo. Basta poner el pie sobre la tabla para que todo salte por los aires. A esa bomba mortífera, los soldados de la OTAN, muy amigos de las siglas, la llaman IED (artefacto explosivo improvisado).
De las 520 bajas sufridas por las fuerzas aliadas el pasado año en Afganistán, los IEDs provocaron la muerte de 442 soldados, según el Ministerio de Defensa. Diecisiete militares españoles destinados en misiones en el exterior han perecido a consecuencia de estas bombas trampa. El último, John Felipe Romero, destinado en el regimiento de Cazadores de Montaña Arapiles 62 y que formaba parte de un convoy de BMRs que trataba de mantener abierta la ruta Litihum, en las inmediaciones de la base aliada de Qala-i-Naw. Una mina anticarro camuflada en el camino estalló al paso del vehículo blindado y acabó con su vida e hirió a seis compañeros.
En junio, el peor mes desde la presencia de la fuerza multinacional en el país, la mayoría de los 75 soldados muertos en Afganistán cayeron por explosivos de fortuna ingeniados por los afganos. «Estas bombas improvisadas son la primera causa de bajas en todas las fuerzas de la coalición», cabecea el capitán José Manuel Fustes, profesor del Centro Internacional de Desminado de la Academia de Ingenieros del Ejército de Tierra.
Fustes tiene a su espalda los tablones y la bombona que componían la bomba desactivada por sus compañeros en Afganistán. También, una falsa roca de PVC rellena de explosivo, desmontada por los artificieros del Ejército en Líbano. Objetos de artesanía puestos al servicio de la muerte.
Las vitrinas de la entrada a este cuartel de Hoyo de Manzanares (Madrid) muestran un abanico del mortífero ingenio desplegado por el hombre para matar, herir o mutilar a sus semejantes. Hay minas antipersonal de un inquietante color verde plástico, municiones de racimo, grandes artefactos pensados para volar blindados, morteros, obuses, submunición, toscas granadas de mano unidas a finos alambres y preparadas para estallar al menor roce...
Esto es el corazón del Centro Internacional de Desminado, el lugar donde se forman los desactivadores de explosivos de las Fuerzas Armadas. Aquí se han preparado también especialistas de Portugal, Italia, Argelia, Argentina, Brasil, Uruguay, Perú, México, Ecuador, Chile, Colombia... Estos tres últimos destinan importantes esfuerzos a desminar territorios fronterizos y los encargados de hacerlo se han formado en la escuela.
Hace pocos meses, la OTAN ha dado también luz verde a la instalación, junto a esta misma Academia de Ingenieros, del Centro de Excelencia contra Artefactos Improvisados, un lugar de referencia donde se estudiarán estas bombas fuera de norma y donde se pondrá a punto la doctrina para su desactivación. La ministra de Defensa, Carme Chacón, y el secretario general de la Alianza, Anders Fogh Rasmussen, lo visitaron ayer mismo.
España se ofreció para acoger un centro de estas características y la coalición aceptó dada la experiencia del Ejército español en estas tareas. Habría que remontarse casi medio siglo atrás, a los comienzos de ETA, para encontrar a los primeros desactivadores del Ejército. Su colaboración es todavía hoy habitual en el rastreo de playas y hoteles durante las campañas contra el turismo del grupo terrorista. Países como Estados Unidos, Francia, Alemania, Portugal y Turquía han aceptado ya encuadrarse en esta nueva estructura contra artefactos e IEDs.
Pero la lucha contra estas trampas no sólo se realiza sobre el terreno. También es necesario, sostienen desde Defensa, ganarse a la población local y conocer el modo de operar de los talibanes y sus sistemas para hacerse con explosivos. Esa será también misión del nuevo centro.
Blindados e inhibidores
La defensa contra los IEDs se sustenta, asímismo, en la protección, cada vez más efectiva, de los soldados. Inhibidores de frecuencia y blindajes. «Desde el 1 de marzo, los efectivos desplegados en Afganistán sólo utilizan los vehículos blindados más avanzados en protección antiminas, como son los 'Lince' y los RG-31», señala Carme Chacón. «Y en todas las misiones -indica- hay equipos de detección y desactivación de explosivos que se forman en el Centro Internacional de Desminado de Hoyo de Manzanares».
Los talibanes ocultan sus artefactos en las pistas de tierra y acechan el paso de las columnas blindadas. Lo habitual, explican en Defensa, es colocar un rosario de explosivos.
Primero, una especie de cebo conectado a otro mayor y, detrás, y unidos por cables, minas anticarro, morteros y obuses rescatados de los antiguos arsenales. Si no poseen ese material, improvisan explosivos con fertilizante, combustible y productos químicos fáciles de conseguir... «Lo mismo pasa con los detonadores o con cualquier cosa que precisen. Si no lo tienen, lo fabrican», explica el capitán Fustes, un veterano de Afganistán. Todo un peligro para los 1.330 soldados que España mantiene desplegados en la zona.
«Aquí todos somos voluntarios», subraya Fustes junto a las aulas donde se forman los desactivadores.
No puede ser de otro modo cuando de la habilidad o de la sangre fría para manejar un artefacto explosivo depende tu vida. «Cada mina es un mundo», tercia el capitán. «Por seguridad, trabajamos a distancia. Si podemos -subraya el instructor- utilizamos un robot. Si no, hay que desactivar a mano».
El arte de meter el pincho
A mano y sabiendo que el enemigo puede estar esperando justo el momento en que el artificiero se acerca a la bomba para hacerla detonar. Los desactivadores disputan una partida de póquer mortal con los enemigos. «Se trata de ponerse en el lugar del terrorista y adivinar sus intenciones. Por eso, en los cursos, siempre se pide a los alumnos que fabriquen un artefacto», explica Fustes. Los mejores ejercicios son exhibidos en una vitrina: un libro bomba, un refresco Radical Fruit convertido en cóctel molotov, un sobre-trampa de Telefónica...
Pero, antes que nada y para cumplir con su tarea, los artificieros y desminadores deben ver el explosivo.
Por eso, su equipo, además de un traje de 'kevlar' que pesa 60 kilos, incluye un kit complejo de jardinería: pequeñas palas de cavar, tijeras para podar, sierras, cizallas, gruesos pinceles para retirar tierra... Luego, los artificieros despliegan el pincho, como llaman en el oficio al bastón de sondeo, un objeto metálico con mango y acabado en un fino punzón. El pincho son los ojos del desminador. El tacto y un especial sentido del oído (de ser capaz de discernir entre el sonido metálico de un obús y el plástico de una mina puede depender tu vida) son las herramientas básicas de los desactivadores. «¿Miedo? Hay que tener respeto. Pero todos hemos tenido miedo alguna vez», explica un sargento primero, veterano de los Balcanes y Líbano.
Hay que ver a los desactivadores en pleno julio, con 38º a la sombra y embutidos en sus trajes de 'kevlar', moverse con sutileza en los campos minados. Desactivar a mano es la última alternativa, un pulso contra la bomba donde es necesario ponerse en el lugar del otro para tratar de adivinar sus intenciones y sus astucias. Lo habitual para evitar riesgos, señalan en la academia, es usar sofisticados robots (de hasta 250.000 euros). Uno de ellos se llama 'Theodor' y es un eficiente modelo germano armado con pinzas, tenazas y cinco cámaras que permite a su operador desmontar explosivos y minas con total seguridad. Pero eso no siempre es posible en un oficio tan explosivo como éste.
Vocento
SarenetRSS