El ridículo, Marlowe, el ridículo

«Pobre Zinedine Zidane, a los que se ha encontrado. Algunos no son ni sombra de lo que han sido»

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Las palabras que un moribundo Kurtz le dirige a Marlowe, alucinado éste del espectáculo espantoso que ha visto remontando el río Congo, en la extraordinaria novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, son: «el horror, Marlowe, el horror». Sin el acento trágico de la ya clásica narración de Conrad, llevada al cine de manera magistral por Ford Coppola, y traducidas al lenguaje de un mundo tan frívolo, vocinglero y efímero como el fútbol, y, también, traducidas las palabras de Kurtz a un esperpento nacional como es el Real Madrid de este final de Liga, cabría decir: «El ridículo, Marlowe, el ridículo». Porque la pantomima ya ha pasado de castaño a oscuro. Muy oscuro. O te ríes o sales corriendo. O ambas cosas a la vez. Es un inmenso ridículo, un monumental papelón, una galáctica tomadura de pelo lo que estos jugadores, jóvenes, millonarios, admirados (¿) están ofreciendo desde la noche triste del Ajax, a la afición, a su entrenador y, por qué no, a ellos mismos y a sus carreras deportivas. No es que jueguen bien o jueguen mal es que son, o se han convertido, en un manifiesto andante a favor del ridículo futbolístico, salvo alguna honrosa excepción.

Sea la línea que sea, atrás, en el medio, adelante, pareciera como si un magma llegado de algún agujero negro del universo fuera contagiando poco a poco a los que saltan al terreno de juego. En su actitud se percibe el mismo rictus que el mostrado por un boxeador quejumbroso y noqueado que pide, babeante y con los ojos ardiendo que paren de una vez el combate. Es decir, que termine por fin esta Liga, y la temporada.

Pobre Zinedine Zidane, lo que se ha, o mejor, a los que se ha encontrado. Algunos no son ni sombra de lo que han sido. Nadie es eterno, en el fútbol menos. Quedará la leyenda. Pero esto no es un western de John Ford, aquí no se vive de la leyenda, aquí se vive de la realidad, del día a día. Hoy, el Villarreal y su ser o no ser en la Primera división. Ahí es nada o nada.

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