Ni sal, ni pimienta

Más que duro es condenadamente aburrido un final de Liga en el que no es que ya no te juegues nada, es que tienes la cabeza en otro sitio. El Madrid, en Kiev. Y se nota. Vaya que se nota. La desgana se muestra en cada gesto. Es como si pensaran en la visita a unos familiares tediosos las eternas y lánguidas tardes de los domingos. Sin ánimo, sin entusiasmo. El último partido de Liga que jugó esta temporada el Madrid fue el del pasado domingo en el Camp Nou. A partir de ahí la cosa se veía venir. Acuden al compromiso como el que acude un viernes a una comida con los compañeros de trabajo y sus mujeres. Pasar cuanto antes.

El partido en el Sánchez Pizjuán fue un modelo de esto. Se debería estudiar en las Escuelas de Negocios como Estudio de Caso. Nada más ver la actitud, y la aptitud, sobre el campo, lo de que llegaría un 3-0 estaba cantado. Lo terrible para el Madrid es que pensando en los dioses y en el Olimpo, tiene que cumplir con estos partidos domésticos, sin sal, ni pimienta. Ya veremos esta noche en el Bernabéu. Zidane, que es un bendito, no pierde ocasión de dar oportunidades a los maletillas, pero estos se obstinan en no complacer ni al técnico, ni a la afición, ni –lo que es peor- a ellos mismos.

Qué decir de la extraordinaria, y casi literaria, pasividad de Theo en el tercer gol del Sevilla. Sublime. Claro que nadie cuál es el mérito que Zidane busca en un jugador. Y qué decir del caso Benzema. Éste adquiere los rasgos de un personaje de alguna de las películas de su compatriota François Truffaut. Benzema es como el alumno que a lo largo del curso no ha dado ni golpe pero que cuando llegan los exámenes finales, y nadie sabe cómo lo hace, se entrega y exhibe un conocimiento impensable, y así pasa al siguiente curso. Paciencia y a barajar. Ya lo declaró Zidane en Sevilla: «No vamos a hablar más de la Liga». Ni a jugar.