David Gistau

Emociones de fogueo

No había analogía posible con Tenerife. Porque esta Liga ya había sido adjudicada al Barcelona, pese a la pájara, tras el 0-8 de Coruña

David Gistau
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Durante toda la semana, las invocaciones a las dos ligas perdidas en Tenerife fueron para el madridismo como un «Recordad El Álamo» a la inversa. Es decir, pensado para cultivar un fatalismo que, francamente, no era para la ocasión. La rapidez con la que Luis Suárez liquidó el partido del Barcelona en Granada sirvió para que el desenlace del campeonato no fluyera hacia la maraña agónica. Fue como si, en una hipotética conversación entre el Barsa y el Madrí, ambos hubieran decidido no teatralizar más la incertidumbre, zanjar la cuestión y dedicarse cada uno a lo que le corresponde este año: el Barcelona a su Alirón y el Real Madrid a su Undécima, que aún debe ganar. Y sobre esa final sí que gravitan todas las promesas de suspense y sufrimiento que para esta conclusión de Liga fueron más un invento de la publicidad.

Por eso no había analogía posible con Tenerife. Para empezar, porque al Real Madrid en ningún caso le quedaría una herida comparable a la de entonces. Porque aún tiene su final europea. Y porque esta Liga ya había sido adjudicada al Barcelona, pese a la pájara, superada con el 0-8 de Coruña -ni un despiste más desde entonces- y con la aportación de ese gran nueve predador que es Suárez, que como mucho insufló una duda que a los madridistas más propensos a la fe sólo les serviría para perder el campeonato dos veces el mismo año. Los que ya tenían digerida la derrota desde que el Barcelona se escapó en la tabla de puntuaciones pudieron vivir el supuesto Vietnam tinerfeño de ayer con una tranquilidad comparable a la del propio equipo, que sin duda jugó un buen partido, pero con una temperatura como de pretemporada en el Teresa Herrera que permitió a Cristiano Ronaldo entrenar su pegada como un púgil en el saco. La única agonía era la posibilidad de que se lesionara alguien necesario para Milán: en ese sentido, ver a Casemiro tumbado, dolido del brazo, justo antes del descanso, fue disgusto mayor que cualquiera de los goles del Barcelona.

Para hacer más rápida y aséptica la resignación, y para que sólo tuviéramos que inquietarnos por la integridad física de la BBC, Luis Suárez evitó que los madridistas llegaran a los minutos finales de los partidos puestos en pie en su casa y con los transistores en las orejas, lo cual constituye un modo más doloroso de perder. Yo creo que, en el descanso de los partidos, el madridismo ya había regresado a las webs de viajes para encontrar una combinación aérea a Milán que no haga escala en Ushuaia y no cueste una cantidad superior al sueldo mínimo interprofesional noruego.

El argumento del final de Liga apasionante era en realidad tan liviano que hubo espacio emocional para Arsenio. El técnico del gran Dépor campeón que tuvo un paso por Madrid que nunca dejará de parecerme extraño y a destiempo. Arsenio sí que es una magdalena de Proust, la que conecta a este equipo atlántico, ahora insulso, con la memoria de aquel Superdépor que, entre el penalti de Djukic y el título, basculó entre la tragedia y el éxtasis como en una existencia fugaz en la que no pudo caber más literatura. Fue un Leicester con continuidad que por fin, con gran demora, pagó ciertas deudas protocolarias que aún tenía pendientes con Arsenio. Lo que llegó a sufrir el Real Madrid en aquel Riazor del cual salía goleado. Pero qué tristeza de media tabla mental exuda ahora ese mismo equipo que a la fuerza ha de tener gran nostalgia de sí mismo. Al menos, lo vivieron. Ganar la Liga. A este paso, cuando por fin vuelva a ganarla, también el Real Madrid la gozará como el Leicester y el Superdépor: con la intensidad de los placeres excepcionales.

Hala, todos a las camillas de los fisios, que Milán ya resopla en el horizonte. Pero esta Liga aún no acabó. Hoy, el Sporting, que no está para teatralizar los sentimientos trágicos. Son todos verdaderos.

Ver los comentarios