David Gistau

Consumo esporádico

Maradona sólo admite que se gane otro Mundial si lo gana él como seleccionador, como en una continuidad taumatúrgica. Ya tuvo su oportunidad

David Gistau

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Me gustó mucho, pero mucho, el disfraz de mago de cumpleaños infantil con el que Maradona se presentó en el sorteo del Mundial. Camisa negra, pajarita amarilla, esa cara que se le va poniendo de Ángel Cristo. Faltaba, en el ojal, una flor de las de chorrito de agua. Cuando subió al escenario, en el atril, era como si fuera a hacer un truco de cartas o a serrar en dos mitades a la azafata vestida de folclórica eslava que lo acompañó. Lo que hizo luego fue de Maradona poniendo a parir el juego de Argentina cuando sólo se le pedía un comentario aséptico y breve con el que amenizar la gala. Una respuesta de máquina de tabaco como las que dieron sus colegas, no hay enemigo pequeño, va a ser difícil, tienen grandes jugadores, por ahí. Maradona no. En la época que ha puesto de moda el adjetivo «disruptivo», Maradona se tomó en serio sus atribuciones proféticas y, ya sea porque quiere que todo en la albiceleste se desmorone para que lo llamen como salvador, ya sea porque se lleva mal con ese Sampaoli que tiene faltas de ortografía en los tatuajes, dijo que, jugando como juega, Argentina no gana ni a los escolapios de Móstoles. (Lo de los escolapios no lo dijo, es adorno)...

Es curioso el papel actual de los veteranos bravos del 86, Maradona, Ruggeri, en fin, los que visitan los medios y depositan sentencias tronantes. Son muy perniciosos, muy destructivos con los chavales actuales. Se creen poseedores de una llama sagrada o de una fórmula magistral para «campeonar» y, en lugar de usar todo eso para estimular, aplastan a cada generación de las posteriores para seguir siendo ellos los representantes de la selección albiceleste fetén, 78 aparte. La banda de Maradona desea en realidad que la de Messi permanezca subordinada en la memoria, desmochada de Mundial. Maradona sólo admite que se gane otro si lo gana él como seleccionador, como en una continuidad taumatúrgica. Ya tuvo su oportunidad.

El otro hombre-hombre de la gala fue Putin. Es aparecer él y a su alrededor cuaja de pronto una predisposición a obedecer que tuvo mucha gracia cuando, después de una orden por ademán de Putin, Infantino se puso los auriculares de la traducción con tal congoja y velocidad que parecía que se jugaba una desaparición en los sótanos de la Lubianka. Le faltó a Putin entrar montando un oso y con el torso desnudo: no habría habido un árbitro con agallas para pitarle un penalti en contra a Rusia después de eso. La mirada de Putin es una eterna oportunidad de usar el adjetivo glauco, tan de novelita de espías de serie B.

Por lo demás, el sorteo terminó de organizar el Mundial más soso, menos interesante, en fin, más coñazo, que uno recuerda. Si empieza, lo hará en la fase eliminatoria, porque en la de grupos no hay un solo partido que apetezca ver, ni un solo cruce de históricos, y sí en cambio una abundancia irritante de equipillos sin historial ni atractivos por los que haríamos lo que decía Shankly del Everton: bajar la persiana si jugaran en nuestro jardín. Qué peñazo todo. Y qué ciudades remotas y ásperas en las que uno espera ver pasar a Miguel Strogoff. Entiendo que yo, por mis gustos personales, sobredimensiono la ausencia de Italia y considero que el Mundial ya es, sólo por eso, un campeonato mutilado. Pero es que, aun así, el calendario tal y como ha quedado es un alegato para regresar a los mundiales con menos equipos y más competitivos desde el principio.

Me dieron mucha pena los comentaristas del otro día cuando, por el interés de la televisión que ha invertido en los derechos de esto, tuvieron que intentar convencernos de que un España-Irán es un partido apasionante y disputado. Vamos, un auténtico clásico universal. Prefiero la sinceridad de Maradona. Entre el sorteo y el cerocerismo del Real Madrid -cerocerismo que es también el de la voluntad remolona, además de los marcadores-, va a resultar que éste será el año en que me quitaré definitivamente del fútbol, sustancia que, por otra parte, ya sólo me meto de vez en cuando.

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