Vuelta a España
Radiografía de un pueblo tomado por la Vuelta
Globeros, alevines, bicis eléctricas, corredores de montaña... Los puertos ofrecen la visión de una fauna divertida
Faltan cuatro horas para el desembarco del pelotón en Espinosa de los Monteros y en la curva que da acceso al puerto del Picón Blanco, primer final en montaña de la Vuelta a España, la radiografía del pueblo ha cambiado de porvenir. Ya no es un lunes cualquiera de verano, o un lunes melancólico de invierno. El giro a la derecha es el epicentro del mayor evento ciclista del mundo en agosto. Los pueblos de la España vacía, anónimos puntos en la orografía de cualquier lugar, cobran vida con el ciclismo. Deporte popular en esencia.
En Espinosa de los Monteros viven 1.650 personas como núcleo poblacional estable. En 30 minutos es probable que transitase tal cantidad de gente por la carretera BU-526 y la primera rampa de los nueve kilómetros de ascenso al Picón Blanco.
Los aficionados vascos han colonizado el pueblo. El seguimiento extraordinario de este deporte en el País Vasco se plasma en la cuesta de asfalto rugoso, donde cuelgan casas decoradas con buganvillas y viviendas de piedra equipadas para el frío. Miles de cicloturistas se lanzan a escalar el puerto por donde pasarán luego los profesionales a toda velocidad.
El panorama es variopinto, la fauna divertida y el pueblo adquiere un color contagioso. Llega un grupo de alevines, chavales que se divierten con la bici ataviados con el maillot de su escuela, club ciclista burgalés. Ataca un niño al resto y el adulto que los guía lo frena. «No te emociones, que no llegas arriba».
Hay globeros muy delgados con aspecto profesional, el maillot Alpecin de Van der Poel o la camiseta Movistar de Valverde campeón del mundo . El Strava conduce sus pasos, todos robotizados por la app. Hay globeros con chanclas, bañador y camiseta suelta por fuera en vez del preceptivo culotte con maillot. Algunas bicicletas son de categoría, por encima de 6.000 euros. «Voy a subir despacio para que la televisión me tome el número», dice uno de los pseudo-profesionales.
La cuesta del pueblo donde todo se cuece es un hervidero multicolor. Hay entusiastas que suben las rampas del 12 por ciento en patinete eléctrico con el afán de llegar hasta arriba. Cruzan por allí corredores de montaña, especialistas que imitan a Kilian Jornet y que llegarán a la cumbre de Picón Blanco a un trote estimable. Los grupos de amigos hacen planes atendiendo a la logística. «Subimos por la Sía y cogemos las mochilas».
El pueblo tiene su vida y costumbres y la dueña del bar Olmo hace el agosto poniendo raciones en la terraza , aunque para ello tiene que cruzar la carretera inundada de cicloturistas. Los hay que no quieren esperar a la mesa libre. Tiran el mantel en un claro de la hierba, habilitan un buen plato de jamón y dejan correr la cerveza fría por la garganta.
Los vecinos siguen con su vida. Hay señores y señoras que suben la rampa con la compra, paso lento pero seguro. Las camionetas de labranza ascienden y descienden con herramientas o balas de paja. «Una ración de hamburguesa de potro», se escucha al fondo en el bar.
Asoma la modernidad, bicicletas de montaña eléctricas, una gozada para la vista y para las piernas. Siguen subiendo grupos de chavales, amigos y veteranos. Todos tienen sitio en la montaña. También los senderistas. «Hemos calculado que tardaremos una hora y media en subir hasta el kilómetro 5» , dicen dos amigas con mochila y buen calzado para andar. El puerto tiene nueve kilómetros.
Faltan tres horas y del Picón Blanco descienden ya muchos globeros que se lanzaron a su conquista a primera hora. Bajan colorados, pero con las piernas sueltas junto a un cartel de protesta que dice «renovables sí, pero no así». Es la Vuelta, que vive su primera jornada de color y estallido popular. Tres jubiladas proclaman otra opinión frente a tanto jolgorio. «Dónde irán todos estos, con lo bien que se ve por la tele».
