Patrimonio natural

El gato montés contra la ignorancia

Algunos todavía lo ven como un competidor; pese a estar protegido, le disparan alegando que es un gato asilvestrado o un híbrido

Jaume Matín

Ser naturalista en España sin conocer la figura de Félix Rodríguez de la Fuente es imposible, pese a que quien les escribe estas modestas líneas nació casi una década después de la trágica muerte del mayor divulgador de la naturaleza en nuestro país. Amar la naturaleza en España y no conocer su obra es como ser naturalista en el Reino Unido y desconocer a sir David Attenborough. Sobre el gato montés (Felis silvestris), en su programa Planeta Azul, en 1971 Félix decía: «¿Ustedes saben que hay un animal muy bonito? Un animal que parece creado por el genio de Walt Disney, un animal salvaje que se llama el gato montés». Aprovechaba para dar un indispensable toque de atención a los alimañeros de la época: «Se le envenena, se le mata, se le cepea, se cuelga en una encina como tributo a la ignorancia».

Esa y otras muchas lecciones de Félix permitieron cambiar el curso de la historia de la conservación de nuestra fauna, y su impulso permite hoy la existencia del gato montés y otros necesarios depredadores. Previamente, la junta de extinción de animales dañinos acabó, entre los años 54 y 62 del pasado siglo, con 3.479 gatos silvestres, según los documentos oficiales de la época. Sin duda, el peor aliciente ha sido la destrucción y fragmentación del hábitat debido a la construcción de carreteras, con sus consecuentes atropellos, y de nuevas urbanizaciones; también el descenso del conejo en algunos lugares contribuye a empeorar la situación de los gatos silvestres, que, por su biología, viven siempre en muy bajas densidades en comparación a otros mamíferos carnívoros.

Tristemente, pese a que las analfabetas juntas de extinción son un problema del pasado, la ciencia ha demostrado que nuestro desconocimiento sobre la especie y la problemática que afronta persisten en nuestra sociedad. Algunos cazadores todavía ven al gato montés como un competidor; pese a estar protegido, le disparan alegando que es un gato asilvestrado o un híbrido. Un furtivismo a pequeña escala, muy difícil de controlar. Sin embargo, al gato montés le ha surgido otro enemigo: el gato doméstico, descendiente de los gatos monteses norteafricanos y de Oriente Próximo, que, una vez abandonado o en las incursiones agrestes que hace bajo el permiso de sus propietarios, compite por las presas con su congénere salvaje. Además, el contagio de enfermedades como la leucemia felina y, sobre todo, la hibridación (14 por ciento en algunas poblaciones de la península ibérica) pueden poner también en peligro al más misterioso de nuestros carnívoros.

El grado real de esta amenaza es difícil de comprobar, puesto que realizar análisis genéticos es costoso y el mestizaje no siempre es fácil de detectar a simple vista, puesto que cuando un híbrido tiene descendencia los caracteres se diluyen. Aunque a nivel global esto no representa la mayor amenaza para la especie, no podemos permitir que este factor afecte a nivel local a ninguna población de gato salvaje. Para pensar globalmente, debemos actuar localmente.

Mientras el lince, como especie emblemática que es y debe ser, cohesiona a la sociedad española puesto que la mayoría de los cazadores se sienten orgullosos de tener al gran gato en sus cotos y es tan querido por el colectivo cinegético como por el animalista, su pequeño pariente sufre demasiadas veces el desprecio de los primeros y es ignorado relativamente por los segundos. Lejos, por fortuna, de generar la fuerte división que provoca el lobo, el gato montés parece, sin embargo, caer en una nube de desaparición silenciosa. Bien entrados en el siglo XXI, está claro que el enemigo principal del gato montés (y de la biodiversidad en general) sigue siendo el mismo que señaló el gran Félix en su día: la ignorancia. En los científicos y naturalistas reside, entonces, la obligación, no de vencer, sino de insistir para convencer a la sociedad de tomar las medidas necesarias para una mejor protección, porque nuestro gato montés, como decía el maestro burgalés, «tiene derecho a un lugar bajo el Sol».

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