Patrimonio natural

Un otoño callado… Un invierno quejoso

Existe un elemento de nuestro patrimonio natural que ha sido obviado durante demasiado tiempo, los ríos, que están sufriendo una regresión innegable a ritmo acelerado

Francisco Narla

Cuando estoy en el río me asaltan los recuerdos. Y muchas veces el recuerdo es un libro. Un libro de portada verde, con grandes letras amarillas. Un libro que compré cuando vivía en California…

A principios de los sesenta se publicó ‘Primavera silenciosa’. Inspiró la movilización ecologista que llevó al Departamento de Agricultura estadounidense a revisar su política sobre pesticidas y, como colofón, el conocido DDT fue prohibido. Más aún, sentó las bases para la creación de la Agencia de Protección Ambiental.

Es más, hace poco fue considerado uno de los 25 libros de divulgación más influyentes de todos los tiempos por los editores de Discover Magazine.

La autora, Rachel Carson, era una bióloga prestigiosa. Una especialista en asuntos marinos que había logrado relevancia con libros anteriores. Meritorios ensayos divulgativos sobre la vida oceánica que alcanzaron ventas significativas y le granjearon notoriedad, sin embargo, nada comparables a su siguiente trabajo.

Fue un libro que supuso una auténtica conmoción mundial. En sus páginas se advertía del gravísimo problema que suponía el uso indiscriminado de pesticidas, ya no por su acción directa sobre insectos a los que no estaban destinados, sino por su impacto global en los ecosistemas.

Sin embargo, todos esos méritos quedaron pronto empañados. La malaria y otras enfermedades transmitidas por mosquitos, prácticamente erradicadas en algunos lugares del globo, comenzaron a repuntar. Tanto es así que incluso la OMS ha considerado recientemente volver a usar el DDT como método preventivo.

Más aún, en el embrollo se metieron también las grandes industrias químicas; hoy en día fabrican nuevos compuestos pesticidas y desean darles salida antes que volver a la vieja receta del DDT (que le valió el premio Nobel a su creador).

Un embrollo

Cuando se pregunta a los catedráticos de Biología sobre cuál sería una postura sensata, uno se encuentra con miradas huidizas o con una mano en la que hay más de cuatro ases. Opiniones divididas e incluso enfrentadas. Muchos mencionan que Rachel Carson exageró al pronosticar que todas las aves del mundo desaparecerían; y otros dicen que, como divulgadora, la autora exageró a propósito, sabiendo que debía provocar un impacto indeleble.

Yo no sé quién tiene razón. Titubeo. Y dudo aún más cuando considero la dicotomía moral entre el uso de un pesticida probadamente peligroso para la salud humana, o dejar que la malaria vuelva a suponer un problema.

Ni siquiera sé si es razonable plantearse esa dichosa dicotomía. Lo que sí sé es que lo que empezó en los campos de cultivo ha seguido su camino. Eso que, para bien o mal, detuvo el clamor de Primavera silenciosa sigue amenazándonos.

Hay un elemento de nuestro patrimonio natural que ha sido obviado durante demasiado tiempo. Y está sufriendo una regresión innegable a ritmo acelerado: los ríos.

Nuestros ríos, las venas de nuestra geografía, los responsables del agua que bebemos, del agua con la que cocinamos… Y son también los lugares en los volcamos nuestras alcantarillas, a los que robamos energía, a los que colmatamos de sedimentos. A lo largo de la historia nos hemos aprovechado de ellos sin descanso: molinos, batanes, presas hidroeléctricas. Hemos permitido que se vean amenazados por especies invasoras, peces, plantas, e incluso caracoles.

Abusamos de ellos de todas las formas imaginables y, además, los obligamos a generar bellos entornos naturales en los que idear paseos, merenderos y playas fluviales.

No les damos nada. Les pedimos todo. Y, como en el grito de auxilio de Rachel Carson en su Primavera silenciosa, numerosos estudios llevan años reclamando a voz en grito más cuidados para nuestros ríos.

Es evidente que el uso y abuso que se ha hecho de ellos, pese a los esfuerzos más que bienintencionados de algunas ONG, ha llevado a los ríos peninsulares a una situación que podría ser catastrófica.

Ha llegado el momento de que la conciencia despierte y reclame lo que es de todos. Rachel Carson consiguió que el mundo entero se acogotase al pensar en una primavera sin pájaros que pintasen el aire con sus trinos.

A mí, que vivo en un viejo molino en el corazón montañoso de Galicia, se me encoge el corazón cuando pienso que al final del otoño, cuando las aguas suben, cuando llega el frío, podría no ver a las truchas saltar la vieja presa que daba servicio a las muelas, remontando el cauce en busca de frezaderos.

Y no puedo callarme, no quiero callarme. No quiero que nadie se calle. Porque si permanecemos en silencio, luego solo habrá quejas… Nos dio miedo el silencio de la primavera, no podemos callar en el otoño.

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