Patrimonio natural

La fauna urbanita

Antonio Notario Gómez

Confieso que desde pequeño he tenido una gran afición al ejercicio de la caza, hecho que aún perdura si bien en la más ínfima cota consecuencia lógica de los años. Las víctimas de mis primeras escapadas cinegéticas eran mayormente la t órtola, paloma torcaz, conejo y liebre, visitantes unas y residentes otros de las extensas y bellísimas tierras de Sierra Morena. Ya dedicado a trabajar como investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, y de visita en la capital de Francia, observé con verdadero deleite y a la vez con extrañeza la presencia en los campos de Marte parisinos de numerosas torcaces que casi se dejaban tocar. Hecho impensable en España, donde esta ave la visitaba en otoño para marchar poco antes de la primavera a sus zonas de reproducción del centro y norte de Europa. Y he aquí que pasados unos años Madrid tomó el ejemplo de París, las torcaces se quedaron todo el año aumentando poco a poco sus poblaciones y adaptándose a la presencia humana. Hoy en día no es raro encontrarse con ellas en las zonas verdes de la capital y ciudades adya- centes.

No entro en analizar las causas, pueden ser muchas y variadas. Únicamente me refiero al hecho en sí, muy aplaudido por los cazadores al tener aseguradas felices jornadas cinegéticas , muchas de ellas celebradas en campos cercanos a las ciudades empleando cebaderos como medio de atracción para las aves (método que no comparto).

Este fenómeno urbanita también suele ocurrir con el conejo, no así con la tórtola y liebre, cuyo comportamiento lo impide.

También confieso que debido a mi edad, no solo física sino mental, los placeres cinegéticos , si así queremos llamarlos, han sido casi completamente sustituidos por aquellos otros basados en la simple observación o en la captura de imágenes con la cámara fotográfica. Y en este sentido son los parques arbolados de las urbes los que para mí desempeñan un papel esencial al acoger una fauna rica y diversa, de manera que recorriéndolos tranquilamente tendremos la oportunidad de encontrarnos con un buen número de especies a las que observar y, en su caso, fotografiar.

Conscientes de la presencia en las ciudades de esa fauna, muchos científicos pusieron su atención en ella, llevando a cabo estudios que iban desde la confección de catálogos hasta el análisis de los perjuicios que podrían originar determinados animales, entre ellos los exóticos, bien desde el punto de vista sanitario para las personas, bien desde el punto de vista del mantenimiento del equilibrio biológico. Los resultados son abundantes y variados. Es posible acudir a textos, como el editado por John G. Kelcey y Goetz Rheinwald en 2005, Birds in European Cities, que trata de la historia natural de las aves en 16 ciudades europeas (entre ellas, Valencia), e incluso a proyectos fin de carrera realizados en la Escuela de Ingenieros de Montes de Madrid , de los que destacan por su excelencia, entre otros: ‘Aves urbanitas en la ciudad de Madrid: catálogo, poblaciones, comportamiento, manejo y control’ (2007), de Francisco Martín Aguirre; ‘Efectos de las características de los parques que determinan la composición de comunidades de aves en Madrid’ (2014), de Juan Gonzalo San Frutos; y ‘Estudio de la entomofauna y su biodiversidad del parque forestal de Vicálvaro’ (Madrid) (2008), de Laura del Fresno Flórez.

Interesante destacar este último, el de la entomofauna, la fauna de los insectos , ya que, como suele ocurrir, estos seres se encuentran en el punto más bajo de la escala de interés para los ciudadanos; aunque no me canso de repetir que, en el contexto zoológico, son equiparables al resto de los animales y, si se quiere ir más lejos, los más significativos por ser los más numerosos en cuanto a especies e individuos. En definitiva, los habitantes de las ciudades, sean estas grandes o pequeñas, no están solos; con ellos convive una fauna más o menos rica, depende del lugar, con la que pueden deleitarse con la vista al mismo tiempo que conocer sus costumbres y el papel que desempeñan en la naturaleza.

Por lo cual está en sus manos que permanezca estable cuidándola y atendiéndola respetuosamente.

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