Natación | Saltos

Celia Fernández: así es saltar desde el límite del cielo

La madrileña desafía su vértigo con saltos desde los 20 metros, deporte del que es única y pionera en España y que le llena de vida

Celia Fernández posa para ABC a las puertas de la Biblioteca Nacional Isabel Permuy

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Hay superhéroes que vuelan, que se vuelven invisibles o atraviesan paredes. Celia Fernández (Madrid, 1988) tiene el superpoder de ralentizar el tiempo y de bloquear su cerebro para que solo exista el presente. Solo. Este. Preciso. Instante. Es la única forma de afrontar lo que hace: desafiar al miedo con acrobacias desde una altura de 20 a 23 metros para siempre caer de pie. Celia Fernández es competidora de highdiving. Pionera en España. Mundialista en Gwangju 2019. Y creciendo en la Copa del Mundo a la que llegó hace apenas dos años. Una superheroína.

«Pero si mis compañeros de saltos me llaman ‘segurolas’. Me dicen “No me creo que estés haciendo esto”. Me tenía que tumbar en la plataforma de diez metros para poder mirar hacia abajo», se sincera entre risas con ABC en las escaleras de la Biblioteca Nacional .

La gimnasia artística, de la que todavía es juez, la formó en su infancia y dibujó horizontes de acrobacias que la llevaron hasta el espectáculo El Circo del Sol; dos años en Macao. Fue especialista en «Águila Roja» e interpretó escenas de acción en una gira de seis meses con Marvel Studios, con peleas y carreras de motos porque también hace motocross. Los saltos de gran altura son ahora su presente. Los trabaja en el gimnasio y la piscina del CARde Sant Cugat, con su entrenador Agustí Sánchez . Está en proceso de aumentar la dificultad de los giros. Llevar el reto un poco más allá. Para llegar a vivir solo de los saltos. Porque cuando se quita la capa trabaja en una consultora farmacéutica en Barcelona. Ingeniera de Telecomunicaciones con vértigo.

«Otra cosa no, pero la eficiencia es una característica. Cuando voy a entrenar a la piscina, click, chip de piscina. Cuando voy a la oficina, click, chip de oficina. Tengo mucha facilidad para concentrarme, conectar y desconectar», explica como uno de sus secretos para controlar el miedo ante el salto.

Son apenas tres segundos de caída, a más de 80 kilómetros por hora. La altura y la velocidad convierten al agua en puro hormigón. Por el desgaste mental y físico, solo hacen cuatro saltos al día. Un despiste supone una lesión grave. Quizá más. El miedo no puede entrar en la ecuación. «Todo lo que hago está controladísimo. Si no estoy segura no hago nada. Debes estar fuerte, sobre todo en core (zona muscular que envuelve el centro de gravedad del cuerpo) y piernas para que no se te abran al caer. Y flexibilidad: si tienes una mala entrada, es mejor ser flexible. Cualquier mínimo desequilibrio, el agua te castiga», expone. Entrena el salto por partes:en seco para pulir la técnica y automatizar la acrobacia;y en la piscina a 7 y 10 metros. «Lo repites un millón de veces en el agua. Y 200 millones de veces en la cabeza. Te visualizas desde fuera y también dentro de tus ojos para entender el salto. En la plataforma tienes que unirlo todo y que el cuerpo responda como debe».

El tópico de que el deporte es más mente que físico en esta disciplina es ley. Aquí entra su superpoder. Allí arriba, más cerca de las nubes que del mar. Para ralentizar el tiempo. Ser solo ella. Despejarse de todo. Bloquear el cerebro. Apartar el miedo. «Se para un poco el tiempo. Más que en la caída, en el previo. Cuando te concentras, visualizas el movimiento. Para mí dura muchísimo; pero luego veo los vídeos y apenas han pasado unos segundos. En Bilbao, sentí que había estado tres horas animando a la gente desde la plataforma, y no duró nada. En el aire sí pienso. Tengo verdaderas conversaciones en la cabeza, además de los sentimientos». ¿Y cuando sale bien del agua? «Wooooow, explosión de energía, adrenalina, felicidad pura». En tres segundos.

Celia Fernández Isabel Permuy

Estar en el presente

«Estoy muy presente en cada paso. Si te pones a pensar en lo que puede pasar, en lo que no has preparado… malo. Más que con los rivales, esto es contra lo que luchas, debes estar absolutamente presente. Y a la vez no debes escucharte a ti mismo. Tiene mucho de meditación», intenta analizar. «Hay que vivirlo. He evolucionado mucho en controlar los pensamientos. En mayo tuve una malísima competición, insegura, comparándome con el resto. Y en septiembre, con mi familia en las gradas, más atención y más cosas para despistarme, disfruté muchísimo, supercentrada, supertranquila. La evolución de la experiencia», dice.

Este deporte premia la edad por encima de la juventud . Con 31 años, asegura, le queda todavía mucha carrera para mejorar. Tiene una compañera canadiense que ha sido madre en tres ocasiones y sigue en activo. «Es tan mental que lo único que tienes que hacer es mantener la cabeza saludable».

A pesar del vértigo , le llena el sentimiento de comunidad porque los rivales, en realidad, no lo son tanto, y de comunión con la naturaleza. Se entrena en piscina, pero las competiciones son al aire libre. «Y subes a unos acantilados que respiras y se te llena el pecho de energía, de amor, de sentirte vivo».

Tan viva que disfruta del hoy, de todo lo que conlleva ser pionera. Sin saber qué hará dentro de unos años: «Mi filosofía es no esperar nada de nada ni de nadie. Así todo lo que llega es un regalo y si no llega, no te frustras. Y ahora estoy yendo a sitios que en mi vida me hubiera imaginado . En artística ir a un Mundial son muchísimos años de preparación. Y si llegas. Y aquí todo lo que estoy recibiendo es increíble».

Le gustaría estar menos sola como abanderada de este deporte en España . «A las mujeres nos cuesta más porque pensamos más. Nos ponemos una barrera mental. La calidad de las saltadoras españolas es altísima. Yo me siento un “cero patatero”, y siempre pienso “si se quitaran el muro mental nos darían mil vueltas a todos”. Cuesta».

Como le cuesta a ella contar ciertas cosas a la familia. «Comparto lo menos posible las partes malas. Los triunfos sí, a tope, pero no los momentos bajos porque no ayuda nada que sepan que tengo miedo. A mi madre le entran corrientes de pánico y me manda mensajes: “Celia, por favor, ten cuidado”. Tiene la confianza en que soy muy segura, no soy nada loca. Bueno, a ver, esto es una locura controlada», se ríe.

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