La llama de la juventud de Ginés Marín en Albacete

Corta la única oreja en una interesante corrida de Alcurrucén, con buen fondo

Ginés Marín, en un torero muletazo rodilla en tierra Efe

ROSARIO PÉREZ

Arde la llama de la juventud en la mirada de Ginés Marín, cuyos ojos no pierden de vista al toro, el viejo maestro que todo lo enseña. Y el torero nacido en Jerez pero criado en Badajoz lo ha estudiado desde la cuna. El primero que le tocó en suerte se frenó en el capote y esquivó la esperanza de parte del público. Pero Ginés se la devolvió cuando se dobló, con muletazos soberbios rodilla en tierra, ante el ejemplar de Alcurrucén, agradecido y con buen fondo, como la mayoría de la interesante y noble corrida, con algunas notas mansas.

Hablábamos de «Impetuoso», que rompió a embestir con transmisión en las telas de Marín, de cuyas muñecas brotaron trincherillas y firmas de aroma antiguo. Se prodigó en remates de torería por bajo después de series con gusto por ambos pitones. La zurda puso el punto final, con hilos de filigrana, un bello cambio de mano y un pase de pecho con sabor. ¡Qué bonita manera de andarle al Núñez! No fue una faena aplastante, pero sí en la que se vislumbró una vez más su mente despejada, su talento y su desparpajo (y solo tiene 20 años). Lo cazó a la primera y se ganó la única oreja. No pudo redondear con el último, un «Afanes» –¡qué reata!– que se lastimó en chiqueros, por lo que tuvo que salir el sobrero, reservón y con peligro, el peor del conjunto.

Había abierto plaza un guapo, encastado y bravo toro, «Deseadito» de nombre. Este humillador Núñez era una máquina de embestir, pero la dispuesta faena de Juan del Álamo no acabó de levantar el vuelo. Hasta que una serie ligada en redondo cual compás trepó por los tendidos. Se metió entonces más en las cercanías y llegó la imagen más sobrecogedora, con el toro ensañándose por la chaquetilla y pisotéandolo. Conmocionado, se lo llevaron a la enfermería y Álvaro Lorenzo pasaportó a «Deseadito». El salmantino, pendiente de estudio radiológico, salió a dar cuenta del cuarto, que, sin ser igual, también tuvo su viaje boyante. Mientras la banda le racaneaba la música, la gente agradeció el esfuerzo de Álamo.

El segundo derribó al picador y sembró el desconcierto en banderillas. Las buenas dobladas de Lorenzo le abrieron los caminos, pero el alcurrucén manseó cada vez más. En su jurisdiccción, «Profesor» iba y venía con noble son y las series adquirieron importancia. Hubo muletazos de temple superior, como una al natural de mano baja y un profundo pase de pecho. Se recreó también en algunos toreros broches por bajo, pero el acero le privó del premio que su castellana muleta se ganó. Recorrió el anillo tras entender con clasicismo al huido quinto, con embestidas más potables y otras más geniudas.

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