Crítica de Danza

La «Giselle» del milagro

La Compañía Nacional de Danza pone en escena en el Maestranza su primera versión sobre este título de ballet blanco

Una de las imágenes de la obra de la Compañía Nacional de Danza en el teatro de la Maestranza J.M. Serrano

Marta Carrasco

En el teatro hay una máxima: «la función debe continuar», y debajo de esta frase se esconden cosas que casi nunca se cuentan, pero en esta ocasión, las voy a contar.

El título de esta crítica responde a la realidad. Hemos tenido el gusto de volver al teatro Maestranza para ver Ballet y ha sido un milagro. Como saben (para no saberlo), ha nevado copiosamente en Madrid, y esta jartura informativa ha producido reales y graves inconvenientes que han inducido el milagro. Los bailarines de la Compañía Nacional de Danza llegaron como pudieron y entre la nieve al AVE, que fue uno de los primeros en salir hacia Sevilla. La escenografía también llegó a pesar de la nieve y por carretera. El Maestranza, pese a la pandemia, se abre al cincuenta por ciento, pero se abre. La Compañía Nacional tuvo que suspender el pasado diciembre las funciones de «Giselle» en Madrid por Covid. Ahora los bailarines van a PCR semanal y dentro de nada tendrán la nariz como un acerico. Pero, ya saben ustedes: «la función debe continuar». Y aquí estamos. Hay Cultura porque hay voluntad.

Es la primera «Giselle» de la CND en su historia realizada por su actual director, Joaquín de Luz . Y como la imaginación es libre, inspirado por un viaje a Sevilla, ha querido ambientarla en la época del romanticismo y cómo no, en Bécquer. Por eso suenan sus rimas al inicio y en el entreacto de la función. Lo de Bécquer, aunque por local nos guste, está un poco a calzador, pero es la elección del coreógrafo y del dramaturgo Ortiz de Gondra autor del libreto.

Una de las bondades de esta propuesta, como todos los años, es ver un ballet clásico con la música en directo, en este caso de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el foso, dirigida por Óliver Díaz, que también ha intervenido en la partitura.

No es una «Giselle» etérea, como nos tiene acostumbrada la versión clásica, sino más terrenal, de hecho, hasta en la escenografía la visión de las montañas la hace más dura. El vestuario está inspirado en la época española : delantales, flores y pañuelos en la cabeza, ellos y ellas. Los campesinos pisan la uva y llevan cestas de frutas e incluso realizan algunos movimientos corales que recuerdan en ciertos pasos a una recreación de la jota aragonesa, en una versión absolutamente libre de su autor.

En el primer acto anunciaron menos mímica, pero no, hubo bastante y eché en falta más danza, sobre todo en el paso a dos inicial de Albrecht y Giselle. Muy bonita la coreografía del pas de paysane que bailaron eficazmente Cristina Casa y Yanier Gómez, que recordaban a bailarines de Escuela Bolera y donde sonaron las castañuelas desde el foso.

Haruhi Otani y Alessandro Riga como Giselle y Albrecht componen un dúo conjuntado que se vio en amplitud dancística sobre todo en el segundo acto, en el que se ha respetado más la historia original, aunque al final el coreógrafo se permite la licencia de «hacer hablar» a Giselle desde la tumba.

Haruhi Otani es una intérprete correcta sin llegar al pellizco actoral pero con un depuradísimo equilibro y técnica ; Riga tiene una gran presencia escénica que acompaña de técnica y entrega en su papel. Ambos hicieron un buen paso a dos en el segundo acto, junto a Kayoko Everhart, una eficaz Myrtha y un cuerpo de baile al que hay que reconocerle el trabajo. Todos hicieron las delicias de un público entregado y que llenaba el cincuenta por ciento autorizado del teatro.

La Compañía Nacional de Danza se ha enfrentado en esta obra a su primer reto con lo más señero del ballet blanco , un título que en esta versión españolizada, presenta una compañìa que, como los buenos vinos y cuidando de la barrica, debe envejecer y coger prestancia para poco a poco tener ese «carácter» que requiere interpretar obras como ésta. El tiempo lo dirá.

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