Crítica Festival de Cine

Nicolau: antídotos contra la gravedad

Con el tiempo, Bruno Dumont ha logrado personificar a las bestias y contener a los hombres en un bestiario

El protagonista de«Technoboss», del cineasta portugués João Nicolau  ABC

Alfonso Crespo

Hubo que esperar al portugués João Nicolau para volver a disfrutar de la maravillosa alucinación de asistir a una película que nace al mismo tiempo que nuestra mirada la recorre. Sabíamos que Nicolau —desde que completara «A Espada e a Rosa» (2010)— considera el cine como una aventura sin un fin claramente determinado, y esa alegría inaudita, más que festejable dentro la milimétrica programación de los festivales de hoy en día, se da cita aquí para recordarnos que no hay argumento pequeño si se le sabe reconocer su potencial ambulante.

Así es que «Technoboss» , la historia de un solitario y algo excéntrico empleado de una empresa de sistemas de vigilancia y seguridad al que se le abre un insospechado punto de fuga amoroso, se va disfrazando de varias películas mientras arrastra sorprendida sus fotogramas: una extraña comedia con gags artesanales y finísimos, un musical destemplado, sorpresivo y emocionante que atiende al ritmo secreto y subterráneo que sostiene la fragilidad del conjunto, un film de amor que irrumpe dentro de la farsa socio- laboral y a la que infecta como un virus hace con un organismo con las defensas bajas...

En este desbarajuste —donde además comparece una de las recreaciones más fieles de Sevilla que se hayan visto en una pantalla (aunque dudemos que sea del agrado de la Andalucía Film Comission)— reina la frescura de los cuerpos inéditos , esplendor de lo ocioso, de una manera desocupada de habitar los espacios que se resume en el protagonismo estratosférico del veterano debutante Miguel Lobo Antunes.

«Juana de Arco»

Luego llegó otra música, porque la felicidad nunca suele ser completa, el pop vocacionalmente anacrónico y cursi con el que Bruno Dumont pretende envolver los raptos de trance de su segunda película dedicada a Juana de Arco, aquí una niña más bien enfadada que ocupa menos tomas que aquellos que en verdad detentan el film: un clero caricaturizado a gruesos brochazos (para su estilización quizás el realizador podría haberse fijado en su compañero y casi compatriota Eugène Green, quien además ama y saborea las palabras).

Lo único que se sigue repitiendo en el ya multiforme cine de Dumont, en aquellas primeras parábolas naturalistas con pictórico anhelo de trascendencia, en las comedias grotescas apegadas a los universos del cómic y ahora en este desinflado cine de cámara , es que el francés siempre filmó mejor a los animales que a las personas. Y, con el tiempo, ha logrado personificar a las bestias y contener a los hombres en un bestiario . Esto no deja de ser significativo y puede que explique su actual estatuto de estrella.

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