'Viaje al centro de mi cerebro', un tripi que no sube

El libro de Eric Jiménez (batería de Los Planetas) no cumple lo que promete, pero tiene otros alicientes inesperados

Eric Jiménez Raquel López

Nacho Serrano

El título, el diseño y las notas de 'promo' del nuevo libro de Eric Jiménez, 'Viaje al centro de mi cerebro' (ed. Penguin), venden una aventura psicodélica en doscientas páginas. Pero no hay aquí ningún 'Miedo y asco en Los Planetas', sino más bien una colección de recuerdos y reflexiones nocturnas del famoso batería ('el mejor de España', dice el prólogo en hilarante atrevimiento) granadino, que, al margen de ideas preconcebidas que él mismo seguro quería evitar, puede congratularse por haber firmado un volumen entretenido, muy bien escrito y sobre todo, puestísimo de honestidad.

Es fácil imaginar las dudas cuando entregó el archivo de word: '¿cómo vendemos esto? ¿qué enfoque comercial le damos? Hay unas cuantas anécdotas tóxicas. Tiremos por ahí'. Especialmente en la primera mitad del ejemplar, Jiménez cuenta algunos de sus colocones más legendarios con espléndido sentido del humor y conocimiento de la condición humana , en relatos que parecerán reprobables a los que detestan las drogas, fascinantes a los que han hecho sus pinitos con ellas, y cómicos a los que han llegado a iguales o mayores alturas. A veces, al bueno de Eric sólo le hacen falta unos tragos de whisky con Red Bull para ver lo que otros sólo ven fumando salvia divinorum.

En su narración hay algunos pasotes memorables, pero el libro avanza y según se va acercando el final, va quedando claro que el tripi literario no va a terminar de subir. Y aun así, cualquier lector, fan o no fan de Los Planetas y/o Lagartija Nick , alucinará con la fantástica expresividad de Jiménez al abrirse en canal para dejar sangrar sus sentimientos más internos. Los fragmentos dedicados a la muerte de su madre y a la separación de su mujer y de su hija, las hermosas evocaciones de su infancia, las confesiones de sus miedos como persona y como artista, tienen una sinceridad tan absorbente que cuesta no querer cerrar el libro, coger un tren a Graná y buscar su bar para interrumpir sus faenas más terrenales dándole un largo abrazo.

De algún modo, Eric viene a decir que lo que unos llaman abrir las puertas de la percepción y otros simplemente drogarse, es como vivir: «He visitado muchos lugares, pero he conocido pocos. He conocido a muchas personas, pero he conocido a muy pocas buenas personas. He viajado por cielo, mar y tierra. He visto mundo, pero el mundo sigue siendo un lugar desconocido para mí. He bajado a las profundidades de mi interior y también he volado al cielo más alto gracias a viajes alucinantes. Desde allí arriba he visto las cosas desde otra perspectiva, pero la caída podía ser muy grande, así que da igual desde qué altura veas las cosas si luego no te lanzas a ellas o no te atreves a encararlas. Esto suele suceder porque pasamos mucho tiempo pensando y dando vueltas a las cosas, en vez de hacerlas. La cabeza es un peligro , y da la casualidad de que el cerebro es lo último que muere de nosotros».

Hay una gran dignidad en las palabras que Jiménez trata de ordenar en este libro, y también una gran inteligencia adquirida. En su periplo por este planeta, el baterista ha aprendido a lidiar con los malos viajes de este y del otro lado de la consciencia con una mezcla de valentía y amor por el surrealismo que no se puede buscar de manera forzada, que es instintiva. «Fue un mal viaje o uno muy bueno, aún no lo tengo claro», concluye en una de sus frases más sabias.

Los fans de Los Planetas encontrarán un montón de historias curiosas y muy sintomáticas del tipo de grupo que son. Descubrirán que cuando están de gira son poco menos que una cuadrilla de infantes de guardería a los que el road manager no puede quitar el ojo si quiere cumplir la agenda, y también que son mucho menos seguros de sí mismos de lo que aparentan. Se sonreirán cuando lean la parte dedicada a Fuerza Nueva , su proyecto paralelo en colaboración con Niño de Elche: «Posiblemente sea el grupo con el que más vergüenza he pasado con solo pronunciar su nombre. Todavía hoy se me sigue atragantando». Se partirán de risa con sus reflexiones sobre el 'festivaleo': «Estaría bien llevar a los festivales a alguien que no consuma, para que certifique si la comunión de artista y público ha sido química pura o a sesenta euros el gramo». Y se emocionarán cuando comprueben que a Eric, un tipo aparentemente frío, se diría que incluso cínico, se le cayeron las lágrimas cuando escuchó el primer aplauso a los sanitarios que trataron de protegernos del nuevo y desconocido mensajero de la muerte que nos visitó el año pasado.

«La muerte me aburre que te cagas. La parte buena de morir es que una vez que te mueres no sientes nada», reflexiona el músico, que también dice que lo único malo de ella es «no volver a saber de los seres queridos que has dejado». Ahí sí te equivocas, Eric. Lo malo no es eso. Es lo jodidos que se quedan por tu marcha.

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