The Smiths, tres décadas de gozos y sombras del pop británico

Una lujosa reedición celebra el trigésimo aniversario de «The Queen Is Dead»

The Smiths, en una imagen de 1986 ABC
David Morán

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Antes de jurarse odio eterno y convertir su cada vez más improbable reconciliación en codiciado objeto de deseo de todos los festivales; antes, incluso, de echar el resto con ese majestuoso portazo que fue «Strangeways, Here We Come», Steven Patrick Morrissey y Johnny Marr ya habían conseguido lo imposible: concentrar en apenas treinta y siete minutos, poco más de media hora de intensidad subyugante, toda la grandeza lírica y melódica del pop y firmar uno de esos discos en los que la música popular descarga buena parte de su historia.

«En el tercer disco tienes que ser innovador; se acabó lo de querer sonar como tus héroes, quería ser tan bueno como ellos», recuerda Marr cuando rememora la gestación de «The Queen Is Dead» (1986), cima creativa de The Smiths que reaparece ahora en imponente formato deluxe (a elegir entre triple CD y DVD o cinco LPs ) para conmemorar no tanto los 31 años que han pasado desde la edición del disco como el trigésimo aniversario de la disolución de la banda.

Una efeméride servida entre maquetas, caras B y un directo inédito grabado en Boston en agosto de 1986 que añade nuevas notas a pie de página a una historia marcada por el romanticismo feroz, la euforia desatada y una insólita colección de versos dedicados al capitalismo, la monarquía, el thatcherismo, la iglesia o su propia discográfica. Los gozos y las sombras del pop concentrados en un álbum que lo mismo sublima el himno luminoso («The Boy with the Thorn On His Side») que saca petróleo de la depresión («There Is a Light That Never Goes Out»). «El dolor continúa siendo fuente de inspiración», escribe Morrissey en su autobiografía cuando recuerda el camino que les llevó a «The Queen Is Dead».

Alianza creativa

Un camino que, dicho sea de paso, fue cualquier cosa menos plácido: George Martin y Tony Visconti habían declinado producir el disco, y una mezcla de adicciones y líos contractuales empezaban a cuestionar seriamente la viabilidad del proyecto. Sólo las expectativas generadas por «Meat Is Murder», su anterior trabajo, apaciguaron la grabación de un disco en el que la alianza Morrissey-Marr llegó hasta extremos insospechados. «Johnny se encuentra en la apoteosis de su grandeza. Es un aluvión de ideas y movimientos, y eso fluye en cada uno de sus toques en el álbum. Los acordes son masticables y purasangres y es la actitud de planeo vertiginoso la que guía a Andy y Mike», recuerda el cantante, autor de unas letras envenenadas que, sin embargo, no lograron batir a su archienemigo del momento: el Phil Collins de «Invisible Touch». «Si bien las ventas y la prensa son lo suficientemente fervorosas como para asegurar una posición en el número uno, me hundo al oír a Geoff decir bruscamente “es número 2; Phil Collins no nos ha dejado subir más”, y vuelvo con pies de barro al número 66 de Cadogan Square, en cierto modo convencido de que al álbum se le ha impedido llegar al primer puesto por su título», evoca Morrissey.

Lo que se calla es que quizá hubiese sido peor si finalmente el álbum hubiese salido a la venta con el título de trabajo, ese «Margaret On The Guillotine» que utilizó dos años después en una de las canciones de su debut en solitario y por el que tuvo que prestar declaración por un supuesto delito contra la Seguridad Nacional en Scotland Yard.

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