Flamenco

Las mujeres a las que se les prohibió el cante

Aquellas voces flamencas femenimas que nos perdimos y las que, por poco, pudimos recuperar

María La Sabina en la única grabación que tenemos de ella RTVE

Luis Ybarra Ramírez

El éxito mayor de los que frecuentan el arte está en el hallazgo. Acudir a un lugar con las expectativas por los suelos y experimentar, sin esperarlo, una relevación. La mujer flamenca, en este sentido, tiene mucho que decir. Ha estado tapada durante décadas, encarcelando su talento por motivos diversos, aunque todos ellos relacionados con una sociedad machista, tras los diques de su casa. Y eso, lo de no ser nadie y cantar de pronto como ninguna, sorprendió a muchos a lo largo de la historia .

Algunas, durante la Guerra Civil , después de ella, hasta hace bien poco o incluso hoy mismo, tuvieron la humildad de no tomarse demasiado en serio. Otras, con trabajos paralelos , o al cuidado del hogar , no tuvieron oportunidad de dar un paso adelante en sus carreras, a veces ni siquiera consideraron que podían hacerlo. Hay ejemplos para argumentar lo contrario en cualquier época: La Niña de los Peines, Isabelita de Jerez, la Niña de la Puebla, La Paquera, Fernanda y Bernarda, La Sallago… así lo demuestran. Pero son, en el fondo, excepciones que superaron las barreras de su tiempo si contamos, con los dedos de la otra mano, a los hombres.

Encontramos, lejos del escaparate que expone este puñado de nombres, varias generaciones de flamencas que se quedaron fuera del escenario o que dieron ese salto a una edad tardía, cuando ya nadie tenía potestad para decidir su destino. Han sido fuente de la que se han nutrido los mejores. Voces calladas ante el gran público cuya aportación incalculable define hasta los tuétanos esta cultura.

La investigadora Cristina Cruces , en el ensayo 'Mujeres flamencas. Etnicidad, educación y empleo ante los nuevos retos profesionales' apunta algunas de las claves que han propiciado la desigualdad. Una mentalidad imposible de juzgar con los ojos de hoy para no caer en una suerte de etnocentrismo radical relegó a la mayor parte de ellas a la transmisión oral y cercana . Muchos recuerdan las nanas de sus madres. En Utrera, Lebrija y Jerez, a menudo, en forma de bulería. Los procesos creativos, las programaciones y la escritura han tenido protagonismo masculino. El hombre, en casa, aportaba de puertas para afuera y la mujer para dentro. A esto se suma la falta de profesionalización histórica que acusa este sector. Es preciso recordar que figuras del siglo XIX y principios del XX, además de su labor como artista, ejercían otros oficios para llenar el buche de los suyos: zapateros, areneros, tratantes. De todo hubo en una cultura que hasta la llegada de la generación del 27 y algunos intelectuales andaluces de la del 98, no fue bien considerada. Por partida doble sufrió la mujer ese desprestigio.

Voces casuales que por poco no se perdieron

No conoceríamos, por tanto, el eco de Flora , mujer de Porrina de Badajoz, en los jaleos y los tangos extremeños, ni el de Juana Cruz , madre de Camarón, o María La Sabina , cuyo fandango hace hoy Miguel Poveda, si no fuera por la serie de TVE 'Rito y geografía del cante' (1971-1973), donde participaron unos minutos. Tampoco la de La Bolola , una gitana que habitó en una choza en Jerez a la que acudieron a aprender Antonio Mairena, Camarón y Terremoto, entre otros, si no fuera por algunas grabaciones caseras. Ella dejó escaso registro sonoro de su bulería, pero influyó en voces de enorme referencia. Esa mujer, cantaora, como todas, de repertorio corto pero intenso, no llegó a ver el mar, cuando vivía a escasos kilómetros de la costa. Entiendan con este dato el primitivismo en el que nos movemos.

La Perrata con su hijo, El Lebrijano ABC

Pudimos rescatar ligeramente de este ostracismo a Tía Añica La Piriñaca , María La Burra y María Bala . Ellas, esposas, hijas y hermanas de artistas, se profesionalizaron, o al menos coquetearon con el arte profesional, en la recta final de sus vidas, cuando los agentes externos que se lo impedían fallecieron o se vieron superados. A menudo, sus maridos. Josefita del Vereo , quien se dedicó de joven a la aceituna, cuenta a sus 94 años que a ella no le dio gana de cantar fuera de su hogar. Otro patrón que se repite: ambiciones diferentes a las que les presuponemos el resto. Por poco nos quedamos sin conocer a La Perrata , madre del Lebrijano, y Cristobalina de Funi , que grabó un disco con García-Pelayo y poco más. Son las puntas de un iceberg cuya dimensión real desconocemos.

Por todo esto, cuando Inés Bacán rompió su silencio al echar un romance por la boca, sorprendió a los suyos de madrugada, en una fiesta. O eso cuenta el pianista David Dorantes, que se quedó perplejo al descubrir el paladar gangoso y delicado de su tía. La mujer, y esto es una generalización, siempre indebida, es sorpresiva y ha cultivado durante más de un siglo el arte íntimo. Lo que se asocia a lo cabal. Ese cante falto de aditivos que solo busca doler y gustar entre los suyos , que pertenece al terreno familiar y se ha tocado poco con lo de fuera. En esa cultura de base, de la que los profesionales roban, beben y escupen piezas más estilizadas, como las galeras, tan llenas de candela, corro y sangre, que dejó El Lebrijano, la soleá de María Bala o la bulería corta de La Bolola, el protagonismo femenino resulta notorio, aunque apenas se estudie.

La situación ha cambiado, por supuesto, y hoy lucen nombres de hombres y mujeres en las programaciones sin demasiados desequilibrios. Pero díganme el nombre de cinco mujeres guitarristas que llenen un teatro . Díganme el de una.

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