El rap de la Generación Z, una historia de éxitos virales, tatuajes faciales y adicción al Xanax

El documental 'American Rapstar' inaugura este jueves una nueva edición del festival In-Edit

El rapero Lil Xan, en una imagen del documental ABC

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Acción y reacción. Del rock pomposo y exhibicionista de los setenta a la apisonadora de punk rock de los ochenta. Y del hip hop como 'CNN de la comunidad negra', que diría Chuck D, a esto. ¿Esto? Veamos. Tatuajes faciales, críos sobremedicados convertidos en adolescentes adictos a los narcóticos, sótanos de Florida en los que se mezcla trap y hip hop de forma artesanal, Internet como inagotable plataforma de lanzamiento y promoción, artistas con una ingente legión de fans que no existen para la prensa y radio convencional… «En los viejos tiempos no se trataba de qué pinta tenías, sino de cómo rapeabas», suelta de pronto a Lil Xan, 25 años recién cumplidos y un nombre artístico nacido de su temprana adicción al Xanax.

Él es, con esos tatuajes encajados entre las mejillas y las cuencas oculares y su contrato millonario con Columbia, uno de los protagonistas de 'American Rapstar', documental que rastrea las claves del éxito de lo que el que el crítico de 'The New York Times' Jon Caramanica calificó como «el movimiento actual más vital y disruptivo dentro del hip-hop» y que alguien mucho más prosaico bautizó como 'Soundcloud rap'. Un vistazo a los abismos de una subcultura nacida de y para las redes sociales e Internet que abre este jueves en Barcelona una nueva edición del Festival Internacional de Cine Documental Musical In-Edit.

Sin final feliz

«No hay un final esperanzador para esta historia. Hablamos de cosas complejas y conflictivas. No creo que debas dejar que los espectadores salgan del cine sintiéndose bien», anuncia a modo de coda y dirigiéndose al director de la cinta, Justin Staple, el propio Caramanica, una de las voces autorizadas de un documental que, en efecto, aborda temas complejos como los cambios que han sacudido a la industria musical, la sobreexposición tecnológica o la epidemia de opiáceos que azota Estados Unidos.

Estos son, en realidad, los principales ingredientes de un movimiento profundamente antihistoricista (aún escuecen las declaraciones de Lil Xan asegurando que Tupac Shakur es «aburrido») y para el que sólo existe el presente. Música casi en tiempo real que se aprovechó de la brecha digital y del ritmo frenético de las redes sociales para salir de los sótanos y subterráneos y convertirse en un auténtico fenómeno de masas. Ahí están, para dar fe de la magnitud del fenómeno, Lil Pump, , Bhad Bhabie, Smokepurpp o Matt Ox, un crío de 16 años que con tan solo 12 ya fichó por la todopoderosa Warner Music.

Y también están, aunque en el recuerdo, XXXTenation y Lil Peep, ídolos caídos que tocaron el sol y se abrasaron: al primero lo mataron a tiros en 2018 y el segundo falleció de una sobredosis en 2017. Tenían, respectivamente, 20 y 21 años. De hecho, 'American Rapstar' bien podría ser la continuación de 'Everybody's Everything', documental dedicado a Lil Peep que abrió el In-Edit en 2019.

Fentanilo y marihuana

La cinta, centrada casi exclusivamente en la escena de Florida, nos habla de una generación de sobreexposición tecnológica y fama construida en las redes sociales; una hornada de jóvenes en la que se desmorona la barrera entre fan y artista. «¿Quién quiere ser un rapero como los de antes? Si tienes 16 o 17 años, quieres ser así», sentencia Caramanica. Para el crítico de 'The New York Times', otro de los factores determinantes de este 'Souncloud Rap' son las drogas. Las legales y las que no lo son tanto. Marihuana y cocaína, sí, pero también fentanilo, Percocet, Xanax y Alprazolam.

«Hay un problema de adicción a los narcóticos con críos sobremedicados desde muy pequeños. Y esta es la música de esos chavales», explica Caramanica. «Está creciendo la ansiedad y la depresión en la gente joven, pero no sabemos si es que ahora miramos más cuidadosamente y lo detectamos de una manera más efectiva o si realmente hay más gente sufriendo», explica un psicólogo infantil en la cinta. No extraña que, como señala Caramanica, la música que sale de ahí sea oscura y arrastrada. «¿Debería sorprendernos que suene así? Claro que no. Estos críos no son felices. O por lo menos no encuentran alegría ahí donde la sociedad les dice que deberían encontrarla».

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