«Viaje alrededor de mi habitación»: la inesperada alegría del confinamiento

En 1790, Xavier de Maistre pasó 42 días bajo arresto domiciliario. Su testimonio, plagado de humor e inteligencia, es un mensaje de dulce misantropía para la Europa de los balcones encerrada por el coronavirus

Melchor de Jovellanos, según Goya

Gonzalo Núñez

Tomémoslo con filosofía: del confinamiento se sale, aunque sea con una bonita máscara de cera. Y siempre hay algo que aprender en el proceso. El ateo Casanova descubrió en la terrible cárcel de los Plomos de qué modos arteros el destino se burla de nuestros dogmas: un cerrojo escondido en el lomo de una Biblia le sacó del infierno. Toda crisis es una oportunidad, dicen los «coach» cursis que dicen los proverbios milenarios chinos. Basta con ampliar la perspectiva, ya sea a través del cinismo o del humor.

A Xavier de Maistre (1763-1852) le sobraban ambas cosas, que quizás sean la misma entre gentes de talento. Como Scaramouche, tenía el don de la risa y, visto más de dos siglos después, un mensaje de dulce misantropía para esta Europa de los balcones obligada a volver la vista hacia sus cuatro paredes. En 1790, este militar saboyano se vio en envuelto en un duelo, al parecer por un lío de faldas. Ganó el combate pero también una considerable pena de prisión, conmutada por un arresto domiciliario en atención a su aristocrático origen. Pasó 42 días confinado en su propio apartamento en Turín. Acantonado en Alejandría tres años después, empezó a escribir uno de los libros más deliciosos e injustamente desconocidos de la historia, « Viaje alrededor de mi habitación », un periplo estático en recuerdo de aquellos moderadamente felices días de encierro.

«Dignaos acompañarme en mi viaje, caminaremos poquito a poco, riéndonos, a lo largo del camino, de los viajeros que han visto Roma y París», escribe De Maistre, convencido de que «el placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de su fortuna». El siglo XVIII es una época andariega. Son los años de las grandes expediciones: Cook, Bouganville, La Pérouse, Malaspina… Se descubren Australia y la Antártida, se cartografían continentes enteros, se clasifican plantas y animales… Horace Bénédict de Saussure sube al Mont Blanc. ¿Por qué? «Porque está ahí», alega. Son los años de apogeo del Grand Tour. Surgen narraciones, diarios y crónicas de viajes a mansalva. Todos quieren contar qué se les perdió en Pompeya, qué aprendieron en Lausana. El turismo moderno da sus primeros pasos.

De Maistre, un antimoderno como lo fue su hermano, el ultramontano Joseph de «Las veladas de San Petersburgo», propone otro tipo de viaje. El suyo lo es al modo de Laurence Sterne, autor del «Viaje sentimental entre Francia e Italia», una obra que ya prefigura el famoso aforismo de Proust: «El único y verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos». En el «Viaje» de Sterne, la descripción paisajística, el comentario político o científico se torna en observación costumbrista y, más aún, en excusa para reflejar el yo. Pero De Maistre va un paso más allá: despeja de la ecuación la parte fundamental, el viaje como tal. El paisaje es sólo su habitación y los recuerdos, sensaciones, reflexiones que cada objeto le inspiran.

Los cuadros de las paredes, el ajuar de la casa, el inefable criado Joannetti y la perrita Rosine (sus compañeros de viaje), la estampa de una amante esquiva y hasta la cama («Había olvidado aconsejar a todo hombre que se lo pueda permitir el tener una cama de color rosa y blanco») son los mojones de este camino en menos de 100 metros cuadrados. Más moderno que los modernos, De Maistre prefigura el viaje interior caótico de los escritores del futuro: «Mi viaje contendrá sin embargo más; pues la atravesaré a menudo (esa habitación que, precisa, está a 54 grados de latitud, orientada de levante a poniente) a lo largo y ancho, o bien en diagonal, sin seguir regla ni método alguno. Incluso haré zigzags y recorreré todas las líneas posibles en geometría si la necesidad asó lo exige. No me gustan las personas que son tan dueñas de sus pasos y de sus ideas que dicen: Hoy haré tres visitas, escribiré cuatro cartas, terminaré esta obra que he comenzado». El saboyano bostezaría profundamente sobre la lluvia torrencial de cultura y actividades que nos proponemos unos a otros en las redes sociales estos días en que se supone que no podemos estar sencillamente mirado fijamente el gotelé. Su encierro pasa por absorber «los gozos esparcidos en el difícil camino de la vida» lejos de la «pequeñez y la perfidia de los hombres». ¡Qué más se necesita!

Recordaba décadas después el honorable Sainte-Beuve que De Maistre escribió en francés, pero que, «por su modo de contar, pertenece más bien a Italia». Como Casanova, por otra parte. En él se funden el “dolce far niente” con la «joie de vivre». El joven saboyano también se desespera a menudo, pero el humor y la ligereza transalpinas siempre vienen a corregir la derrota: al hablar de su espejo, por ejemplo, de todos los espejos, recuerda que dibujan un cuadro ante nosotros que «hasta el momento nadie se ha atrevido a criticarlo». De Maistre es un misántropo de baja intensidad: condena la bajeza humana desde lejos, pero su melancólica alegría nos lo acerca, nos lo hace cómplice. En su deambular por casa podemos vernos reflejados y hasta confortados hoy en día, ya sea en un piso interior de esta España en que tener un balcón a la calle ha pasado a marcar la diferencia de clase.

El peculiar viaje del conde saboyano es más aprovechable aún si pensamos que, lejos de un eremita, fue un gran viajero. Surcó el cielo en mongolfiera, lo que le valió otro sabroso arresto, recorrió Europa con los ejércitos, viajó al Cáucaso y a Siberia, murió en definitiva en San Petersburgo, autoexiliado de la vida moderna y jacobina. La jerga democrática le confundía: «Saliendo del silencio de las mansiones y de la calma de las monarquías absolutas, comprendía poco la utilidad de todo ese ruido», apunta Sainte-Beuve. En el fondo, siempre vivió en su habitación. Tal vez por ello el reconocimiento de su obra ha sido selectivo y tardío. Ni pisó un salón literario ni comulgó con ruedas de molino. Ni siquiera hizo caso a su hermano Joseph cuando le intentó disuadir de escribir la continuación de su «Viaje» y a los pocos años dio a luz «Expedición nocturna alrededor de mi habitación». Hoy, día 8 de encierro, es un día menos para descubrir (o regresar) a De Maistre cuando abran las librerías. Si es que para entonces queremos realmente salir afuera.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación