El señor Königsberg y la ley del más débil y maniático

El escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel retuerce la distopía en la disparatada y mutante 'La capacidad de amar del señor Königsberg'

«En España hemos pasado una racha muy mala, después de la Guerra Civil y la posguerra, de no atrevernos a escribir nada que no fuera serio», destaca

El escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel José Ramón Ladra

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El señor Königsberg se levanta siempre a las cinco y media de la mañana, mastica veinticuatro veces cada bocado del desayuno, se pone la camisa abrochándose un botón con la derecha y otro con la izquierda, fija sus calcetines con ligas y se limpia las gafas aprovechado los semáforos en rojo. Abrigo, sombrero y a trabajar. Cada día igual, uno detrás de otro. Ya puede venir un apocalipsis o una invasión extraterrestre que ahí estará el señor Königsberg, con su carromato de manías y sus férreas rutinas, transformando lo extraordinario en un día cualquiera. Otro más.

«Es un personaje estático que se niega al cambio, un tipo maniático y obsesivo que no cambia su rutina pase lo que pase», explica Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) para presentar al protagonista de ' La capacidad de amar del señor Königsberg', un festín de géneros y cataclismos literarios del que emerge, hermético e inalterable, Paul Königsberg, oficinista de vida gris y habilidades sociales tirando a inexistentes que, sin embargo, se convertirá en pieza clave para el futuro de la humanidad.

Un vuelta de tuerca al darwinismo social con la que el autor de 'El asesino hipocondríaco' disfraza el caos que nos rodea de disparatada distopía y pone a los mandos al más insospechado superviviente. «Al final tiene que haber de todo -reflexiona el autor-. Y de algo tiene que servir el cobarde. Mi reto era conseguir que sus manías, todo aquello que lo convierte en alguien rechazado y marginal, en alguien débil, sean lo que lo salva».

Dicho y hecho, cuando los extraterrestres deciden invadir la ciudad de Nueva York y todos sus ciudadanos, valientes o cobardes, empiezan a caer como moscas, el señor Königsberg sigue a lo suyo.

Abrigo, sombrero y a trabajar. Cada día igual y, ahí está la clave, cada día por un puente diferente. «No entra en pánico, sigue con su vida y eso hace que sea el espécimen que se salve», subraya Muñoz Rengel. En la batidora de la que sale tan inalterable espécimen el autor de 'Una historia de la mentira' arroja una pizca Baterbly, una paradoja matemática (sí, la de Königsberg) y una absoluta falta de prejuicios a la hora de enredar y mezclar géneros. Tampoco es casual que el protagonista tome su nombre de la localidad natal de Kant, otro 'freak' de tomo y lomo cuyas idas y venidas servían a sus vecinos para poner los relojes en hora.

Así, de disparate en disparate hasta la victoria final, Muñoz Rengel reflexiona en la novela sobre la soledad, el acoso escolar, las disfunciones familiares (ojo con la madre) y el culto al trabajo mientras se entretiene rompiendo fronteras y barriendo etiquetas. «No es sólo fundir géneros; es que la propia novela fue mutando», apunta. Un contraste más que evidente con la inmutabilidad del señor Königsberg que se traduce en un distopía que va de lo pulp a lo apocalíptico y de lo humorístico a lo fantástico sin apenas despeinarse.

Desbordando el género

Una fórmula para algunos atrevida que para Muñoz Rengel no es más que el signo de los tiempos ahora que lo fantástico ha desbordado sus propios márgenes. «Con lo fantástico se ha ganado mucho terreno en los diez últimos años en España y eso explica que editoriales más literarias se hayan atrevido a publicar ese tipo de género», explica.

Todo un alivio después de décadas de literatura deliberadamente ceñuda y en la que cualquier excursión más allá del realismo era vista como poco más que una herejía. «En España hemos pasado una racha muy mala, después de la Guerra Civil y la posguerra, de no atrevernos a escribir nada que no fuera serio. Si te dedicabas a lo fantástico eran tontadas. Sin embargo, en Latinoamérica estaban haciendo todo tipo de cosas: realismo mágico, fantástico cotidiano, Borges... Esa tradición nos ha salvado, porque nos ha demostrado que se puede hacer literatura desacomplejada y sin ningún tipo de lastre y ser alta literatura», explica un autor que ya prepara una nueva incursión al género, esta vez con una novela de terror psicológico.

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