Fallece a los 90 años

George Steiner, el mejor lector del mundo

Su visión trascendental de la literatura le llevó a afirmar que la lectura es una «obligación moral»

José María Pozuelo Yvancos

Georges Steiner era un sabio y también un espíritu libre. Quizá por esas dos condiciones encarnaba como ningún otro el espíritu de Europa. Era el último representante de una estirpe de judíos centroeuropeos que vivió en sus propias carnes el destino del exilio, primero desde Viena a París y luego a Nueva York. Como Curtius y como Auerbach era crítico literario cuyo primer libro había dedicado a Tolstói y Dostoievesky. Pero era más que un crítico literario pues se s entía heredero del pensamiento nervioso que había dado a Nietzsche, a Benjamin, a Adorno, a Wittgenstein.

Siempre me maravilló que siendo judío y habiendo vivido por ello el exilio, dedicara uno de sus estudios a Heidegger, el filósofo que abrazó la causa nazi. Esa profunda liberalidad de intentar entender al otro, al adversario, lo definió siempre. En su formidable libro «Errata, el examen de una vida», que es autobiográfico, cuenta como su padre, banquero millonario, había querido que estudiara griego para leer a Homero y le puso un profesor particular para que aprendiera griego clásico. De ahí nacieron dos formidables libros de Literatura Comparada como fueron el dedicado a las traducciones de Homero al inglés, y el otro dedicado a las versiones diferentes del mito de Antígona.

Políglota practicante

Otro dato curioso que lo define es que era políglota practicante, y dejó las mejores universidades en las que había estudiado, Chicago, y en las que fue profesor como Princeton, para volver a Europa, donde enseñaba Literatura Comparada un cuatrimestre en la Universidad de Ginebra, en francés, y el otro en Cambridge, en inglés. Otro grande, Umberto Eco había dicho una vez que Europa era la traducción, y ciertamente ese espíritu de varias lenguas le proporcionó las bases de uno de los grandes libros de ensayo titulado «Después de Babel», íntegramente dedicado a temas de traducción. En otro gran libro, «Lenguaje y silencio» se encuentra la semilla del ensayo que quizá le hizo mas famoso de los últimos publicados, el titulado «Presencias reales», que le permitió combatir al nihilismo deconstructivista, y establecer la gran pregunta de la Presencia en el Arte de un Absoluto, cuya metonimia fundamental era la música, conocida era su gran pasión por Mozart y Schubert. No hay una sola nota del Figaro de Mozart, escribió que no nos lleve a lo hondo del espíritu humano.

Su religión era lo artístico-literario-musical y su militancia mejor fue la idea de la educación estética como única salvaguardia contra la barbarie. En otra gran obra suya, que casi actúa como Memorias y testamento, la titulada «Pasión intacta» escribió que el conocimiento europeo, los hábitos de argumentación y reconocimiento surgen de la transmisión que de la Antigüedad clásica hicieron el helenismo, el judaísmo, el cristianismo y el islam. Es decir que lo que llamamos Occidente fue un crisol que se ha ido fortaleciendo por esa semilla grecolatina, pero que no habría sido nada sin la aportación de las tres grandes culturas de la concordia que situaron el Humanismo y dieron origen a las ciencias y las artes. En otro momento, en conversaciones con Ramin Jahanbegloo concretaba esa idea admitiendo que Europa había sido creada por Atenas y Jerusalén.

Y ahora que lo hemos perdido pienso que en realidad si alguien quedaba que representase el gran espíritu de la cultura europea, ese era Steiner. Porque Steiner era Europa. Representaba lo mejor de una cultura en la que como se va viendo a lo largo de sus múltiples libros se funden Homero y los diálogos platónicos, el humanismo medieval islámico, la relectura que el Renacimiento hizo de la Antigüedad y finalmente una Ilustración con dos focos, el parisino que acabo con el Antiguo Régimen y lanzo la utopía de igualdad, fraternidad y libertad, y la Viena de finales del siglo XIX esa que vio nacer a los padres de Steiner y en cuyo espíritu se había educado. Esa Viena que otro judío que supo representar Stefan Zweig, quien en el ensayo «El mundo de ayer» supo levantar acta de una cultura que nos ha hecho libres y que se ha visto sometida a lo largo del siglo XX a sucesivos envites de barbarie.

En momentos de escepticismo y pavor por tanta estulticia que anida hoy por doquier, terminaba yo pensando que todavía teníamos a Steiner. Lo tenemos ahora en sus libros, y queda en la retina esa mirada ente pícara y sabia de quien se sabía feliz leyendo a lo grandes.

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