Las cartas inéditas de Vicente Aleixandre a Gregorio Prieto: «Quiéreme con todos mis defectos»

La Fundación Banco Santander saca a la luz una selección de las misivas que el Nobel escribió al pintor que mejor retrató a la Generación del 27, una suerte de memorias íntimas en las que el poeta se entrega con libertad a la alegría de vivir

Vicente Aleixandre y Gregorio Prieto, fotografiados hacia 1935 FUNDACIÓN GREGORIO PRIETO

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Ya no escribimos cartas. Hemos renunciado a la fecunda intimidad de la hoja en blanco, bolígrafo o lápiz en mano. Ni siquiera nos entregamos a la infinitud de los correos electrónicos y cuando recibimos alguno que pasa de los dos párrafos lo leemos, como mucho, entre líneas. Pero, aunque ahora nos cueste creerlo, la correspondencia es, también, una de las bellas artes narrativas. Y de ella han dado buena cuenta, a lo largo de los años que nos preceden, todos los escritores que, de una u otra forma, han amado las palabras. Tanto que algunos llegaron a rozar en sus cartas altas cotas literarias. Es el caso de Vicente Aleixandre , el más amado –en el más amplio sentido del verbo amar– de nuestros escasos premios Nobel y, sobre todo, el que más amó. Y amor, precisamente, es lo que destilan las misivas inéditas del poeta, dirigidas al pintor Gregorio Prieto y que acaban de ver la luz en los Cuadernos de Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander bajo el título de «Visitar todos los cielos».

Editadas e introducidas por el periodista y escritor Víctor Fernández, que las rescató del Archivo Gregorio Prieto , las misivas escritas por Aleixandre abarcan casi seis décadas, de 1924 a 1981, el tiempo que se prolongó en esta España nuestra, que le hicieron cantar a Cecilia, la amistad de dos hombres que vivieron entregados al único arte verdadero, el que se inspira en la libertad de ser uno mismo. Son, además del valor o interés periodístico que deviene del manido adjetivo «inédito», un tesoro para todos los que tuvieron, un día, a Velintonia como faro literario, pues, a falta de autobiografía, este epistolario es lo más parecido a unas memorias íntimas del que fuera su morador.

¿No me creen? Lean, lean: «Tienes razón: ahogar sentimientos, impulsos, modos de ver; hablar a veces bajo un antifaz es doloroso e inocuo, es antihumano. La sociedad burguesa es cruel en su incomprensión y cuando hay que vivir en ella nunca se vive una vida de verdad, siempre hay que vivir de mentira en muchas cosas, amputado en cierto modo, constreñido a una vida íntima, en la soledad alta de uno mismo, que sea la verdadera libertad, la expresión total y exacta de uno. Se encierra uno en la soledad y dolorosamente se confiesa solo, con cuánta amargura, disonando a veces en el concierto de las voces medias». Eso le escribió Aleixandre, despojado de todo «antifaz», a Prieto en octubre de 1929.

Una de las cartas de Aleixandre a Gregorio Prieto FUNDACIÓN GREGORIO PRIETO

En el pintor, al que había conocido cinco años antes en la Residencia de Estudiantes, encontró a la persona adecuada, sensible y confiable, para hablar, desde aquella primera carta del 9 de octubre de 1924, de todo lo que no podía compartir con otros ilustres integrantes del 27. A quién, si no, podría confesarle: «He amado a varias mujeres en mi vida, una vez con ceguedad. Hasta hace pocos años, muy pocos, entre dos amores de esa clase, no apareció en mí el germen de contemplaciones desinteresadas y ardientes, como las que tú sientes. ¿Es un bien o es un mal? (...) Como tú, yo me prendo en bocas, ojos, sonrisas, esculturas. Como tú, amo. (...) Como tantos y tantos... Como los que cada vez serán más, porque es indudable que la futura época de salud y deporte que tanto se aproxima a una resurrección griega traerá consigo el amor a la forma humana con independencia del sexo».

Confesiones

A lo largo de los años, a Prieto le traslada confidencias sobre esos primeros amores. Le habla de sus lecturas de André Gide o el Quijote. Le manda versos recién alumbrados –esta edición se cierra con un apéndice con todos los poemas que le hizo llegar y que el pintor conservó como oro en paño, aunque clavados en la pared, como atestiguan las marcas de las chinchetas que conservan los originales–. Le aconseja sobre infructuosas pasiones sentimentales. Le desliza proféticos comentarios sobre el cine. Y, ante todo, le insta a vivir. Esa alegría de vivir es, de hecho, el corpus central de un epistolario que es, además, una oda a la libertad amatoria. «Amo a montones, esto es una catarata, me voy quedando en todos los ojos y a todo le hallo su núcleo, su yema esencial o meritoria que me lo hace deseable. Carnal o sólo espiritualmente», le confiesa a «Gregorito». «Viva la desnudez y la pudorosa impudicia de los cuerpos encendidos, prestos para el amor, ¿es eso digno de vergüenza?», le plantea en otra misiva de 1928.

Todo ello bajo la atenta mirada de secundarios de lujo como Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre o Federico García Lorca, que aparecen mencionados en las cartas sin robar plano a sus protagonistas. «Ahora está el tiempo espléndido. Algunas noches cenamos Federico y yo y otros amigos simpatiquísimos (muchachos encantadores) juntos y luego corremos por las hermosas verbenas que en las noches de Madrid resultan algo que emborracha. Lo popular es una delicia», escribe el 30 de mayo de 1932. Un año después, en estado de exaltación total, le pide a Prieto: «Quiéreme con todos mis defectos, que son infinitos, con todas mis máculas, que son incontables. Pero no me quites la seriedad de mi riesgo, la veracidad con que mi alma pasa día por día, tirándose a fondo, con los ojos cerrados».

Pero la complicidad no traspasó los límites de la amistad más pura y bien entendida, que también es amor, pero de otro tipo. «El deseo no trascendió. No hubo nada entre ellos», aclara Fernández. Queda descartado, por tanto, el desengaño sentimental entre los motivos que se barajan como los causantes del distanciamiento que vivieron en los años 50. «Parece ser que hubo un malentendido, provocado seguramente por el pintor, que hizo que la relación se enfriara», explica el editor de la obra. Pese a todo –o a todos– siguieron en contacto y, aunque con menos intensidad, continuaron con la correspondencia, que se interrumpió en 1981, tres años antes de la muerte de Aleixandre.

Diálogo incompleto

Un diálogo que, sin embargo, nos llega ahora a medias, ya que las cartas del pintor al Nobel no han aparecido. Y eso que Fernández hasta se atrevió a llamar a la puerta de Ruth Bousoño, viuda del escritor Carlos Bousoño y procelosa custodia del archivo de Aleixandre. «Se ha mirado ahí, pero no hay nada. No se conservan copias. Durante mucho tiempo se dijo que Vicente Aleixandre destruía todas sus cartas. En la Guerra Civil, Velintonia quedó entre dos bandos y muchos documentos fueron destruidos».

Ya sólo queda preguntarse por la voluntad del autor de estas 72 cartas: ¿habría querido Aleixandre que vieran la luz? Según Fernández, «había una voluntad de publicar este material». De hecho, en la última misiva de esta colección, fechada el 2 de diciembre de 1981, el poeta se muestra conocedor de la voluntad de Prieto de que protagonice uno de sus libros: «Por supuesto que cualquier texto mío, de la índole que sea (poemas, cartas y cualquier clase de escritos) será, en cada caso concreto, de acuerdo conmigo para su publicación. El libro resultará sugestivo y rico y estoy seguro de que yo seré el primero en felicitarle por él y en alegrarme de su éxito». Pero el proyecto se frustró.

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