LIBROS

Virginia Woolf y otras mujeres proscritas que reescribieron la Historia

Mary Shelley, Brontë, George Eliot, Olive Schreiner y Virginia Woolf son las cinco damas que protagonizan este brillante y ameno ensayo, cuyas páginas recorren sus intensas y rompedoras vidas y como estas se ven reflejadas en sus obras

La escritora británica Virginia Woolf

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Proscribir, según la RAE, equivale a «echar a alguien del territorio de su patria». Y las cinco damas que protagonizan este ensayo fueron expulsadas de muchos sitios . No solo de sus países de origen (si entendemos a este como patria), tal y como ocurrió con algunas de ellas, sino, sobre todo, de sus propias familias y de una sociedad pacata que las encasillaron como mujeres sin otros atributos que el de lucir bien en actos sociales y pillar a un buen marido, cada cual a la altura de sus expectativas, de sus habilidades en el manejo de la cursilería y de la dote familiar. Pero resulta que las cinco protagonistas de este ensayo aspiraban a mucho más que a la impuesta discreción de niñas buenas , remilgadas y devotas, dispuestas a darlo todo por perpetuar una «patria» de intereses eminentemente masculinos cuyas fronteras se cerraban a cal y canto entre las cuatro paredes de una casa c on un marido como gobierno absoluto y una larga hilera de hijos siempre rondando alrededor de las enaguas y minando la salud hasta el desahucio.

Aunque algunas de estas mujeres se casaron, tuvieron una extensa progenie y hasta contaron con cierta complicidad de sus parejas para dar rienda suelta a unas inquietudes (normalmente literarias) que les estaban vedadas, ese mundo tan paternalista se les quedó muy corto de miras y optaron por asumir toda clase de riesgos al borde del acantilado, como en esas postales románticas de la época: entre el honor y el deshonor, entra la pasión y la razón, entre la cordura y la locura. En los límites de ese bien victoriano y de ese mal (también victoriano) que equivale al destierro, al repudio dentro de un ambiente intelectual manejado por eminentes señores, y al pseudónimo si querían ver sus escritos publicados con los mismos honores y derechos que sus colegas de sexo opuesto.

Lugar en el mundo

Ese discurrir entre heroico y trágico hoy hace que las consideremos personalidades únicas y sigamos hablando de ellas por sus hechos y sus obras -entre las más grandes de todos los tiempos, desbancando a las de algunos poderosos varones de su época, hoy efímeros recuerdos-, y ejemplos de señoras con todas las de la ley empeñadas en ocupar su lugar en el mundo, el que les dio la gana.

Las proscritas en cuestión fueron cinco, y a cada una de ellas la autora de este ensayo, la sudafricana Lyndall Gordon , les coloca un «mote»: a Mary Shelley la llama «Prodigio»; a Emily Brontë, «Visionaria»; a George Eliot, «Rebelde»; a Olive Schreiner, «Oradora», y a Virginia Woolf, «Exploradora». Cada uno de estos sobrenombres se podría intercambiar entre ellas. ¿Quién puede negar que las cinco fueron a un tiempo rebeldes, prodigios, visionarias , oradoras en primera línea de batalla o exploradores de territorios ignotos?

No obstante, tales motes me suenan un poco a etiqueta de película de superheroínas e, incluso, a secuela de Los ángeles de Charlie . Es la única pega que pongo a este extensísimo ensayo en el que Lyndall Gordon, doctora por la Universidad de Columbia, trufa la erudición con toda clase de cotilleos biográficos , los entreteje prodigiosamente porque sin los sueños y frustraciones, sin los amores y amoríos, sin los progenitores de por medio, los castigos, las enfermedades, las dolorosas pérdidas, nada entenderíamos de sus logros, de sus novelas, de sus poemas... Pero vayamos una por una.

Peripecias

El libro, que sigue un recorrido cronológico como ríos que van a dar al mar de Virginia Woolf en el capítulo final, abre sus indagaciones en la figura de Mary Shelley . Para la posteridad, quedó bien claro hace mucho que bajo ese nombre de mujer se esconde la autora de una las novelas más famosas de todos los tiempos, Frankenstein, y que nada tuvieron que ver, ni siquiera entre líneas, las manos de sus compañeros de andanzas y peripecias por media Europa: su esposo, el poeta Shelley ; el necio de Lord Byron , que toma y deja a la hermanastra de Mary Shelley, Claire Clairmont, cuándo y cómo le viene en gana, y Polidori. Lo interesante de la extensa indagación es ver cómo ella nace en una casa ilustrada, a la que se le supone una cierta tolerancia y, sin embargo, acaba siendo repudiada desde el instante mismo en que huye con Shelley, un hombre casado, en pos del sueño romántico de la época entre lecturas, poemas y otras fantasías a la orilla de un brumoso lago.

Pese a que luego se casaran y tuvieran hijos, nunca volvió a recibir los parabienes y la aprobación de su padre, el filósofo político y editor William Godwin, a quien le pesó más el qué dirán que los ideales de libertad e igualdad defendidos por él de boquilla y por su primera mujer, la madre de Mary, autora de, entre otros muchos títulos, Vindicación de los derechos de la mujer . Mary Wollstonecraft murió joven, pero se la considera precursora de la igualdad de oportunidades y de educación entre hombres y mujeres. Está claro que si no hubiera dejado a Mary y a su otra hija ilegítima, Fanny, huérfanas tan pronto la historia de esta primera proscrita hubiera sido otra bien distinta y, tal vez, menos literaria.

Las cinco figuras abordadas en este trabajo aspiraban a mucho más que a la impuesta discreción de niñas buenas, remilgadas y devotas

Emily Brontë sigue en la historia como hija de un párroco anglicano no demasiado dado a las lecturas, ni a la amplitud de miras, ni a los horizontes lejanos. En ese estrecho mundo y tras la muerte de su madre, los hermanos crean un universo imaginario en el que Emily destaca junto con su hermana, Charlotte . Con apuntar que tiene que publicar bajo el pseudónimo masculino de Ellis Bell sus poemas y novelas, entre ellas su título más famoso, Cumbres Borrascosas , queda todo visto para sentencia. La violencia (de género, entre otras) que describe en esta novela es la que ve a su alrededor -en las tierras donde vive e inspirándose en una familia real- y, por tanto, no termina siendo bien recibida por la crítica de la época. Tras su temprana muerte por tuberculosis fue su hermana, Charlotte, también escritora de éxito, quien se ocupa de sacarla a la luz de día, no si antes vender un poco su alma al diablo.

Encendido alegato

Las dos mujeres que vienen a continuación en la lista de desterradas de su tiempo, pero no de la historia, son George Eliot , pseudónimo masculino de Mary Ann Evans, y Olive Schneider . Las más desconocidas de las cinco y, por ello, las más apasionantes en cuanto a sus logros y hazañas. La primera, una mujer hecha a sí misma que de la nada, porque su familia no era nada más que granjera, acaba sorprendiendo en su madurez por un descaro intelectual y una brillantez que le permiten codearse con la flor y nata de la época, todos señores, claro. No obstante, el que tuviera que firmar con un nombre de varón sus textos para ser tomada en serio describe el verdadero ambiente. Olive Schneider sí que vivió confinada de verdad en Sudáfrica tras defender el pacifismo, el derecho de los nativos, de las mujeres, por todo el mundo. Famosos fueron sus encendidos alegatos, aunque se la tildó de ser muy chillona y, cómo no, tuvo que escribir bajo el manto protector de otro nombre de varón, Ralph Iron .

Virginia Woolf queda como la última -aunque, al cabo, es, hoy por hoy, la primera- de esta lista que recoge todo este legado de mujeres en busca de un lugar en el mundo, lo que ella denominó para la posteridad «Una habitación propia». Si quieren saber más de sus crisis mentales, de los chicos de Bloomsbury, por favor, elijan este ensayo para salir o aliviar el destierro en sus casas.

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