ARTE

«Quiero saber cómo mis fotos alteran la vida de quien sale en ellas»

Susan Meiselas es una de las fotógrafas más prestigiosas de los últimos 50 años, con una carrera marcada por su necesidad de volver sobre sus pasos y reexaminar las imágenes que crea

La fotógrafa Susan Meiselas, durante el desarrollo de esta entrevista en Barcelona Inés Baucells

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Empezó en los años 70 con una serie sobre las bailarinas de estriptis que actuaban en ferias de Estados Unidos. De ahí pasó a documentar la revolución sandinista y una de sus fotografías se convirtió en símbolo de la misma. Desde entonces, Susan Meiselas (Baltimore, 1948) se ha convertido en una de las fotógrafas más premiadas y respetadas del mundo. Su reciente paso por Barcelona, para dar una master class en Elisava (la Escuela Universitaria de Diseño e Ingeniería de Barcelona), propició que ABC Cultural pudiese tener una larga conversación con ella.

Ha tenido una trayectoria increíblemente variada. ¿Cómo elige los temas de sus proyectos?

Sé que parece que he seguido un camino en zigzag, pero en realidad ha sido muy intuitivo y orgánico. Cuando no te asignas a ti misma una dirección, sigues una especie de curiosidad o, de forma impredecible, te cruzas con algo o alguien te invita a algún sitio y empiezas a ver algo que te atrapa. Te atrapan las ideas, y a veces vuelves a ellas. En los años 70 me quedé bastante cerca de casa, en general, hasta que a finales me fui a Centroamérica, donde me quedé durante una década. Pero, si piensas en lo que estaba sucediendo en Estados Unidos desde el 68, en todos los conflictos de una sociedad que intentaba transformarse (y es irónico, porque ahora estamos haciendo lo mismo, pero quizás no de una forma tan efectiva), descubrir las formas en las que esos conflictos sociales se estaban extendiendo por América Latina era –en cierta medida– una progresión natural. Así que es cuestión de encontrar los hilos de continuidad, el tipo de preguntas que me hago sobre la autodeterminación, ya sea la de una persona o la de una sociedad. Esa es la idea central.

Dentro de eso, ¿hay también una idea sobre el rol de un fotógrafo en el mundo?

Pongo muy en duda esa idea de rol. Yo no asumí un rol, no estaba tratando de llenar un cierto molde. Depende de lo que quieras decir. Por ejemplo, la fotógrafa del periódico que me ha hecho las fotos tiene un encargo, tiene que hacer algo concreto para alguien. Yo no tenía esa mentalidad, así que cuando empecé a explorar el tema de las «strippers» de las ferias fue un proyecto que yo misma lancé. Era una mujer joven y hoy en día es evidente por qué lo hice, volviendo la vista hacia esas dinámicas de poder que eran obvias incluso en la fotografía de portada del libro que hice. La forma en que pensábamos acerca de las mujeres estaba cambiando en esos primeros años setenta. Así que el rol es tener sensibilidad hacia la sociedad en la que vives.

¿Es muy distinto hacer ese tipo de trabajos, más sociales, a trabajar en zonas de conflicto?

Yo no fui con mentalidad de fotógrafa de guerra. Cuando te encuentras en un lugar en el que se está desarrollando algún proceso tienes que comprender cuál es. La gente se mueve, la gente sueña, la gente actúa, la gente a menudo sufre las consecuencias. Así que ese tipo de riesgos para transformar una sociedad resultan muy atractivos.

Una de las imágenes tomadas por Meiselas en el Kurdistán durante los años 90

Los Estados Unidos vuelven a estar en un momento de conflicto. ¿Es por ello un buen momento para hacer fotos?

El tipo de conflicto actual es difícil de visualizar. Es una sociedad muy dividida, incapaz de encontrar un punto de diálogo coherente para avanzar. Está sucediendo en debates, en un tipo de formato que no es muy inspirador para un fotógrafo. Hay gente testificando, y los escenarios judiciales resultan muy estáticos. Así que no creo que a los fotógrafos les atraiga mucho ese proceso. Los fotógrafos se enfrentan ahora con muchas dificultades. Justo ahora estaba leyendo que han matado a mil personas en Irán y no estamos viendo imágenes de eso. Sí estamos viendo imágenes de Chile, de Ecuador, de Bolivia, de Venezuela, de Nicaragua… En su mayoría realizadas por fotógrafos locales, lo cual es un gran cambio respecto a cuando yo trabajaba allí, ya que no se le daba valor internacionalmente a los fotógrafos de la zona, sus ojos no eran a través de los que veíamos. Ese es un gran cambio, un cambio importante.

Usted siempre ha tenido mucho interés en darle protagonismo a esas miradas locales.

En fortalecer las oportunidades para fotógrafos locales, desde luego. La Fundación Magnum es como he estado más envuelta en ese proceso durante los últimos 10 años. Pero incluso antes entrené a fotógrafos nicaragüenses y salvadoreños y editando libros sobre –por ejemplo– Chile que no eran tanto sobre mis propias fotos como sobre coordinar y dar expresión a la experiencia de los fotógrafos que vivían allí en ese momento. Sí, esa ha sido mi idea desde hace mucho, mucho tiempo.

«Hago proyectos que desafían mis fotos, esa imagen del pasado que parece tan perfecta, para que dudes de ella»

¿Estamos en un punto en que los medios se centran más en los tres o cuatro temas de siempre y el resto hay que entresacarlo de entre el ruido de las redes sociales?

Yo no participo apenas en las redes sociales de una manera activa, pero tienen el tremendo poder del instante. Pero no necesariamente son un espacio para la reflexión, que es lo que más me importa ahora.

¿Construir un diálogo con las imágenes lo es?

Sí, y complementar imágenes del pasado. Por ejemplo, he hecho una postal con una de las fotos que saqué el año pasado en Nicaragua y la he repartdo para promocionar una exposición. Me pareció que era un medio muy efectivo, porque te la podías llevar a casa contigo, hacerla una experiencia personal. Creo que el reto ahora, con tanta sobresaturación de medios, es cómo conectar con la gente, cómo hacer que se interroguen a sí mismos sobre lo que está pasando, o incluso conectarles con unas vidas que son tan diferentes, para que vean si son capaces de imaginarse a así mismos en esas situaciones.

Algo muy único respecto a su trabajo es que tiende a volver a lugares en los que ya ha estado. ¿Qué le lleva a ello?

Me parece algo tan inherentemente interesante… No son sólo los lugares, es la gente. Mi primer instinto con la película que hice, « Imágenes de una revolución », fue volver para encontrar a la gente que salía en las fotografías que había hecho diez años antes. Por supuesto, no tenía ni idea de qué había pasado con ellos. A lo mejor me había encontrado con uno o dos, pero sin comprender realmente cómo veían sus vidas en relación al proceso que habían protagonizado. Así que esa pregunta me llevó a hacer la película, que era una serie de búsquedas. Probablemente eso también se pudiese hacer aquí también, pero no sé si alguien lo ha puesto en práctica con fotografías de la Guerra Civil, seguir la pista de las fotografías de Capa, o de Gerda Taro, o de tantos otros, y ver qué pasó con esa gente. Es esa necesidad de saber cómo un proceso moldea las vidas de la gente que aparece en tus fotos.

En el caso de fotografías de la Guerra Civil, de Capa y de otros, no fue hasta décadas después que la gente se atrevió a decir que sabían quién salía en ellas, a contar que eran sus padres, o sus conocidos…

Volver es una cuestión de cómo las fotografías unen todos estos elementos, pero los congelan. Y cuando reflexionas otra vez sobre ellos, pueden ir en direcciones muy diferentes, pueden llevarte casi a una mente diferente. Lo que averiguas al encontrarte con alguien mucho más tarde es que la fotografía es un momento de un encuentro, es capturar ese momento antes de que tu camino cambie, es esa intersección. La persona fotografiada está ahí, pero no tengo por qué conocerla. Así que volver para encontrar a esa persona forma parte del proceso, es un instinto muy natural. No puedes conseguirlo con todas las fotografías que has hecho, pero encontrar una manera para que las personas que has fotografiado participen en esa representación de ellos mismos es una idea muy poderosa.

«Debbie and Renee, Rockland, Maine» (1972)

¿No le resulta un poco descorazonador volver una y otra vez a los mismos lugares y encontrarlos de nuevo sumidos en el caos?

Desde luego. Inauguré mi exposición « Mediaciones » en Sao Paulo justo cuando los turcos estaban bombardeando a los kurdos en Siria y fue muy doloroso pensar en qué significaba mi trabajo, qué valor tenía a la larga para la gente. Cómo se lo contamos a quien no lo sabe, cómo mantener la actualidad, qué nos dice, cómo nos ayuda. Son preguntas que no se pueden resolver con facilidad. Es más una cuestión de mantener una perspectiva, una noción de fe.

Una fe que no resulta fácil de mantener hoy en día, imagino.

Tengo la sensación de que ahora el mundo está al revés, girando en tantos lugares que he llegado a conocer, en tantos puntos al mismo tiempo. Un amigo de Chile me mandó un vídeo de cómo la policía le dio una paliza. Él trabaja en asuntos de derechos humanos y estuvo en las calles como fotógrafo en tiempos de Pinochet. La historia se está repitiendo.

¿Piensa volver en un futuro próximo a la frontera entre Estados Unidos y México?

Estuve hace un año y no sé cuándo voy a ir de nuevo, qué creará la oportunidad, el momento perfecto. Fue impactante ver no sólo la cultura de las caravanas, sino la mentalidad actual acerca del mundo. Con muro o sin muro, la mera idea de que tendría que haber un muro, de intentar mantener fuera a la gente, a gente de la que dependemos tanto en Estados Unidos. La primera vez que estuve allí fue a principios de los 90, como colofón a mi trabajo en Centroamérica. Y pensaba más en la situación desesperada –económica y políticamente– en la que se encontraban los refugiados, en la necesidad de marcharse. Y, claro, el gobierno estadounidense había participado en crear ese caos. Y esto de ahora es una parte de esa misma guerra, es una historia más larga. No vemos la continuidad de nuestra historia, de nuestros actos. Y aunque el de ahora no sea mi gobierno, no sean mis propios actos, como ciudadana consciente, ¿qué debería hacer? ¿Cómo le damos la vuelta a la historia?

Los inmigrantes han sido un tema recurrente en su trabajo, supongo que por la importancia de mostrarlos como personas y no como una invasión sin rostro.

Ese es el mayor reto al respecto, no sólo en los medios de comunicación: fotógrafos, escritores, cineastas, trabajadores humanitarios, los que servimos como puentes, ¿somos efectivos al hacerlo? Eso es lo que nos tenemos que preguntar. A qué esferas llegamos. Lo que más me preocupa es la cultura dividida en la que estamos viviendo: los que tienen y los que no, los que dan la bienvenida a los inmigrantes y los que no. Querer la integración, el desafío de lo global frente a los nacionalismos, ese pensamiento aislacionista que es el centro de muchos de estos conflictos.

Aparte de a quién le lleguen sus fotografiás, también es importante el cómo, porque al publicar las fotos se pierde el control sobre su mensaje.

Nunca he pensado que tenía el control sobre las imágenes, pero cuando empecé no me daba cuenta de hasta dónde llegaría esa falta de control. Sólo puedes recondicionar, recontextualizar, reenfocar las imágenes que produces. Así que hoy en día no me interesa tanto la fotografía como una composición estática, sino el contexto que puedo crear con ella. El desafío es encontrar y crear espacios para la fotografía en los que se puedan crear instalaciones no sólo con imágenes, sino también con otros elementos: textos, sonido, vídeos. Lugares de exhibición, libros, en todos esos aspectos sigo buscando, es una experimentación constante.

«Que las personas que has fotografiado participen en esa representación de ellos mismos es una idea muy poderosa»

Siempre ha dicho que intenta mantener una mirada libre de nociones preconcebidas. ¿Es eso más difícil cuando vuelve a lugares donde ya estuvo?

Todos llevamos nuestra historia con nosotros, no nos podemos desprender de ella. Pero hay una crudeza en enfrentarse con las cosas. Es en ese contacto con el entorno en lo que quiero ser honesta conmigo misma. Así que puedo documentarme y leer, pero eso no determina con quién me encuentro, qué puedo llegar a ver, cómo puedo verlos en ese momento. Creo que ver es escuchar. Es abrirse a recibir. Ese proceso de captura es dinámico, no algo fijado, determinado y predecible. Las fotografías son sólo parte de ese proceso. Lo que lo une todo es una exploración continua. Así que la imagen puede parecer fija –la imagen inicial, el encuadre de ese momento–, pero ese momento puede volverse a mirar, ser reconfigurado, recontextualizado. Y también desafiado. Algo que pasó con «Imágenes de una revolución» fue que la gente recordaba que sabían que les estaba mirando, pero en esas circunstancias no teníamos ocasión de hablar. Así que me llevó diez años comprender que se daban cuenta –de una forma de la que yo no era consciente– de mi presencia allí. Cuando volví a ver a un hombre llamado Augusto, que me dijo que cuando le fotografié le quedaban seis balas en el rifle, eso transformó mi noción de ese momento, de la imagen, de su vulnerabilidad y del riesgo que estaba corriendo por el sueño de conseguir transformar Nicaragua, sin ninguna garantía. Eso es lo que abre más niveles.

Imagino que la presencia del fotógrafo siempre transforma la foto.

Yo siempre tuve la idea de que podía ser invisible aunque estuviese presente. A mí no me interesa que la gente me mire y responda a mi presencia. Quiero negar mi presencia, estar allí, pero sin interacción. Y quizás eso es falso en alguna medida. Pero depende del tipo de situaciones en las que trabajes. Yo no me siento cómoda con el espacio de los retratos, prefiero los reportajes, en los que te tienes que asimilar en ambientes con muchas dinámicas, no estás en el centro.

Se necesita mantener la distancia.

Esa es otra cuestión. Yo uso objetivos de 28 o de 35 mm, no quiero estar delante de tus narices. Quiero dar espacio para que se desarrollen las dinámicas y capturar eso sin interferir, sin dirigirlas ni determinarlas. Por supuesto, el mismo hecho de encuadrar fija algo que yo he visto y que otros puede que no reconozcan aunque estén dentro de ese mismo marco.

«No sé si el fotógrafo ha de tener un rol más allá de mostrar sensibilidad hacia la sociedad en la que vive»

Ha experimentado con cosas como la realidad aumentada, proyectos multimedia. ¿Le hubiese gustado disponer de ese tipo de herramientas cuando comenzaba su carrera?

Creo que las tecnologías crean oportunidades fantásticas para experimentar. Así que sí, por supuesto. Recordando mi serie sobre las «strippers» de feria y cómo grabé el sonido, si hubiera tenido un iPhone, a lo mejor hubiera hecho una película. La cuestión es si puedes seguir explorando con los nuevos medios de forma que no hayas hecho antes y encontrar el material correcto para ser abierto y participar en el proceso y la tecnología que sirva para lograr lo que esperas. En el caso concreto de la realidad aumentada y mi libro sobre Nicaragua , lo que buscaba era coger la película que hice hace 25 años y hacer que interviniese, que interactuase con esas fotografías que estaban congeladas. Quería conseguir que el vídeo alterase la imagen estática, desatarlo, desafiar esa imagen del pasado que parecía tan perfecta, para que no te fíes de ella más que de cualquier otra. Y las personas que salían en esa fotografía tienen la libertad para ser ellos mismos más allá de la foto. Mostrar que la Historia no es una imagen fija, sino una continuidad.

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