MÚSICA

Niño de Elche: «Con mi último concierto en la Bienal de Sevilla rompí toda mi relación con el flamenco»

Desde que publicó «Voces del extremo», en 2015, hasta su reciente «Colombiana», el cantante y guitarrista ilicitano ha acumulado tantos seguidores como enemigos

Álvaro Perdices
Israel Viana

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«El día que el mundo del flamenco aplauda un disco, un concierto o un proyecto mío, será mi gran derrota. Así lo entiendo yo y espero que ese reconocimiento no llegue nunca. No creo que vaya a llegar, realmente, por lo menos mientras yo viva. Y si sucede, asumiré mi derrota. Espero haber ganado suficiente dinero, por lo menos». El encuentro con Francisco Contreras Molina (Elche, 1985) se produce en Cartagena, mientras esperamos a que lleguen sus padres desde Elche para comer con él y ver la presentación de su último disco, « Colombiana » (Sony, 2019), en la última edición de La Mar de Músicas .

«Mis padres me han echado broncas por el flamenco, claro, aunque no sé decirte una concreta. La época más dura para ellos fue la de las peñas y los concursos. Eran aficionados y les resultaba difícil entender que entre mis influencias hubiera cantaores que no eran los suyos, como Juan Talega, Antonio Mairena, Fosforito, José Menese o Manuel Gerena, ya que ellos eran de la rama de Juanito Valderrama y Pepe Marchena», recuerda. A pesar de ello, ambos han presenciado muchas de sus aventuras dentro, y no tan dentro, del flamenco, con las cuales el Niño de Elche se ha ganado una pequeña legión de seguidores incondicionales, pero también un buen grupo de enemigos acérrimos que le tachan de « tongo » y de representar una « falsa vanguardia a la que ha llegado por el camino más corto ».

¿No disfrutaba cantando en esas peñas?

No siempre, pero muchas veces sí, claro, porque yo me movía en sus códigos tradicionales. Las peñas y los festivales son muy buenos mientras pienses como ellos, ya que no se pueden reformar. Quién diga lo contrario, miente. Es una falacia, un posicionamiento fascista.

¿Y no experimentaba allí?

¡Qué va! Tú vas allí a recibir tu ración egomaniaca como fiel transmisor de la tradición. Intentarlo es como mostrarle tu alma al diablo. Cualquier pequeño experimento que te dejen hacer en una peña es un experimento conservador. Es como pensar que puedes hacer políticas revolucionarias en el Parlamento europeo. Yo no soy un reformista en ese sentido… yo las quemaría todas.

Niño de Elche A. P.

Más allá de proyectos como Exquirla y ahora Fuerza Nueva —la banda que ha formado junto a Los Planetas (21 de diciembre en la Industrial Copera de Granada y 24 de enero en La Riviera de Madrid)—, sus padres no se perdieron el espectáculo «VaconBacon. Cantar las fuerzas» y los conciertos de « Voces del extremo » (2015) y de su « Antología del cante heterodoxo » (2018). Este último, un triple vinilo con el que quiso superar el debate «esquizofrénico» que se empeña en diferenciar entre vanguardia y tradición en el flamenco.

¿Se ha usado la etiqueta de «revolucionario» con demasiada facilidad en el flamenco?

Para usar la palabra «revolución» hay que tener pies de plomo. Para mí es un término con mucha profundidad que tiene una connotación colectiva. Es decir, tiene que cambiar la lógica de mucha gente. Por eso creo que lo que yo hago no es revolucionario, algo que no tiene que ver con que ser experimental o no. Y tampoco es siempre positivo. Los dictadores fascistas eran revolucionarios también. Cuando a Enrique Morente le repetían eso de que era un «revolucionario», él respondía muy gracioso: «¡Hombre, yo no me veo cortando cabezas! Ser revolucionario no siempre me suena bien» [risas].

¿Es verdad que está escribiendo un ensayo sobre la mentira en el flamenco?

Sobre el flamenco a secas, porque decir «la mentira del flamenco» es redundante. No hay una tesis como tal, sino pequeños artículos en clave ensayística basados en frases del Agüjetas, de donde saco temas que me interesan para hablar de lo flamenco: la cultura queer, el lumpen, el trap, lo urbano, el concepto del compás o la idea de que los progres en el flamenco también son conservadores.

Usted también es conservador, entonces...

Yo es que no soy flamenco... soy ex-flamenco.

Pensé que la etiqueta era una respuesta irónica ante las críticas que recibe de una parte del mundo de flamenco.

¡Ah, bueno! En ese sentido no me importa que se me catalogue de flamenco o no. Pero si afino mi posición, algo que es imposible, estaría más cerca de lo que supone ser ex-flamenco.

¿Nadie ha conseguido superar esos conceptos dentro del flamenco?

La única que ha sabido despojarse del trauma de ser flamenca es Rosalía. De los demás, nadie.

¿Qué quiere decir?

En el flamenco se ha intentado muchas veces que haya artistas internacionales, pero no se ha conseguido con ninguno. Solo un poco con Paco de Lucía, el único. Rosalía es la única que ha asumido eso desde ser «mainstream», entre comillas, porque no es Madonna. La única que ha podido codificar ese lenguaje y darle un plus de calidad, porque tiene las herramientas, la valía, la cabeza y viene de una generación mucho más liberada. Con Camarón se intentó. Antes de morir iba a grabar un disco con Quincy Jones que podría haber llevado el flamenco a ese territorio «mainstream», pero ya nadie lo recuerda.

¿Ha habido demasiados intentos de establecer cuál es el flamenco verdadero y cuál no a lo largo de la historia? Recuerdo, por ejemplo, a Demófilo a finales del siglo XIX y a Federico García Lorca en el XX.

Sí. Ahora la Junta de Andalucía ha propuesto hacer una «Ley del flamenco», un delirio. Espero que no la desarrollen. Es una psicosis que ha acompañado a otras músicas, también, pero al flamenco especialmente.

¿Y qué es el flamenco?

No lo sabemos y no lo vamos a saber. Debemos hablar de cómo funciona lo flamenco. En la «Antología del cante flamenco heterodoxo» yo propuse, por ejemplo, que el flamenco no se empieza a abrir en los 70, que es la típica posición progre. ¡Qué no! Si tenemos esa visión, nos estamos dejando a José Val del Omar, Pepe Marchena, Manolo Caracol, Antonio Chacón, Manuel Torres, La Niña de los Peines, Ramón Montoya, Manolo de Huelva, Vicente Escudero, Carmen Amaya, Gabriela Ortega… ¡puff! Podría seguir así mucho tiempo, pero los progres continúan diciendo eso porque lo relacionan con la muerte de Franco. Cualquiera que lea un poquito de historia sabe que el desarrollo no es lineal, que no todo es oscuro y, en 1975, todo blanco de repente.

Entonces no compartirá la etiqueta de «revolucionario» que se ha puesto a algunas de las grandes figuras de la historia del flamenco.

Hay que entender que el hecho de ser revolucionario no depende del artista, sino de sus seguidores. Sin los marxistas, Marx nunca habría sido revolucionario. Muchos, de hecho, se reivindican después de muertos. Además, para establecer una revolución se necesita una cierta violencia. Mairena es un revolucionario que afectó a los mairenistas y estos, a su vez, tuvieron que ser violentos de alguna manera para imponer sus códigos mercantiles y sociales dentro de las peñas y festivales. Si escuchas a los seguidores de Morente, que era todo lo contrario al mundo de las peñas, son muy conservadores, casi totalitarios, y prejuzgan… a excepción de sus hijas, que realmente entendieron a su padre. Y lo mismo pasa con los seguidores de Camarón, Manolo Caracol o Pepe Marchena, aficionados que siguen a artistas muy liberados, pero convierten su libertad en una pseudoreligión. Es una paradoja.

Dígame, entonces, qué le parecen las siguientes figuras del flamenco: el cantaor del siglo XIX Silverio Franconetti.

No sabemos cómo cantaba, pero revolucionó el flamenco en lo mercantil, convirtiéndolo en el gran espectáculo a través de los teatros. Eso nos da una pista de que el tipo era muy bueno, porque aquella fue la gran revolución del flamenco. Creo que hoy en día la revolución se está produciéndose también en lo mercantil.

¿La Niña de los Peines?

Fue una cantaora que ha influido en muchos cantaores y cantaoras, aunque no sé si eso se puede establecer como una revolución. No creo que cambiara mucho los códigos en su época más allá del mundo clásico.

¿Antonio Mairena?

Fue un revolucionario en todos los sentidos. En el sociológico y lo musical. Cambio la forma de escuchar de la afición, algo que casi nunca se ha dado. Fue el cantaor que estableció que el aficionado tenía que ser un entendido y saber que palo era y de dónde venía. Ahí se inventa la tradición. Eso en 1920 no era un problema, por eso la ortodoxia es una ficción. Ya decía Eric Hobsbawm que todas las tradiciones se inventan. De ahí que la revolución de Mairena tenga partes positivas y negativas.

¿Pepe Marchena, el cantaor que inventó la colombiana, por cierto?

También fue un revolucionario, aunque no tuvo tanto alcance en su época. Hizo que aparecieran muchos imitadores, aunque no entendieran su espíritu. Esto es algo que les pasa también a los seguidores de Morente, que homenajean sus canciones, pero no saben sacar su espíritu. Son revolucionarios que han creado traumas, porque nadie es capaz de superar al icono, solo imitarlo. Como Paco de Lucía.

¿Camarón de la Isla? A él siempre se le ha catalogado como el «gran revolucionario».

Fue un revolucionario porque cambió la lógica de muchos artistas que tratan de seguir su senda con los consiguientes traumas. Lo que sí estableció fue un sonido muy reconocible y una estética muy copiada. ¿Es una revolución en positiva? Pues no sé… Pero nadie habla de la revolución que hizo Pepe de Lucía a través de sus composiciones para Camarón, que establecieron una forma que aún hoy se utiliza: los coros, los estribillos, las palmas, las melodías…

¿Cuándo decidió que quería dedicarse a la música?

Siempre tuve esa intuición y no hice otra cosa que intentar conseguirlo, aunque lo viera como un sueño o una utopía.

¿Cómo se ganaba la vida antes?

Un año tuve un pub con unos amigos en Elche, pero fue una anécdota. Siempre he vivido de la música, unas veces mejor y otras peor. Tuve un grupo rociero e iba a concursos, peñas, festivales, tablaos y, por último, las compañías de baile. Ahí empecé a ser profesional con un jornal, por decirlo así. El cambio brutal vino con el disco «Voces del extremo» y la actuación de RaVerdial [proyecto junto a Los Voluble que mezcla flamenco, música electrónica y vídeo en directo] en el Sonar. Ahí empecé a trabajar con una oficina de management, Plan B, y a quitarme las cadenas del underground. También a librarme de la pandilla que me rodeaba y que no me dejaba llegar a estas cotas.

¿Así se sentía?

No lo sentía, no, lo sé. Cuando «Voces del extremo» fue escogido mejor álbum de año y empecé a llenar salas, la gente que me rodeaba entonces quería que me quedara en el mismo círculo.

¿No aceptaba su éxito?

Exacto. Al underground le pasan estas cosas de la pureza. Y a mí me ha enseñado cosas positivas, pero también las que no quería hacer. Esa idea de comunidad y colectivo que luego vi que no era real. Ese año para mí fue una catarsis y el siguiente, uno de aprendizaje de muchas cosas.

¿También recibió críticas por fichar por una multinacional como Sony?

Al principio me tacharon de vendido. La gente de aquel círculo llegó a decirme que sería mi perdición. Por suerte, no es tan importante para la gente.

¿Cuál es la clave de su éxito?

No lo sé. Sigue siendo un interrogante para mí y eso es lo que más me pone. Siempre digo que es un milagro que pueda vivir de mi propuesta. Y no es falsa humildad, en serio. Entiendo que gente que hace canciones más convencionales pueda vivir dentro de esa burbuja que es la industria, pero no en mi caso. No lo entiendo, sinceramente. Y eso que la gente del underground me decía que iba a durar un año…

Pero no parece que vaya a llegar el WiZink Center…

No, no.

¿Le molesta que haya gente que pueda sentirse más atraída por la provocación, más que por su música?

Habrá de esos también, pero creo que esa etapa ya la he pasado. Y creo que luego ven que tampoco es para tanto. La provocación del concierto de la Bienal de Sevilla de septiembre del año pasado me parecía una broma en comparación con cualquier propuesta de arte contemporánea o de las vanguardias de los 70. ¡Una broma! Y la polémica que hubo habla muy mal, no de mí, sino del contexto artístico, que es muy convencional y conservador.

¿Cómo vivió las críticas a su concierto en la Bienal?

Muy bien. Si las lees, parece que fue un batalla campal, pero a mí no venían a verme los flamencos, sino un público más liberado que aplaudió. Había una sensación de liberación brutal y, encima, en el Teatro Lope de Vega, lo que significa una conquista. Con ese concierto cerré una página, rompí toda mi relación con el flamenco. Ahí nació el ex-flamenco. J de Los Planetas me dice que esa actuación supuso la muerte oficial de los críticos.

¿Por qué?

Porque escriben desde la derrota y entendieron que ya no tienen fuerza. No tanto por el concierto en sí, sino por todo lo que ocurrió alrededor, tanto antes como después de la actuación. Creo que se dieron cuenta de que no fueron capaces de boicotear el concierto en el Lope de Vega ni mi participación antes en el espectáculo del bailaor Israel Galván en la Maestranza de Sevilla, en el que también me pusieron verde.

Es raro que viva aquella noche de la Bienal como un triunfo con todas las críticas que recibió.

Tocar en la Bienal de Sevilla no fue un triunfo, porque ya lo había hecho antes con «VaconBacon», una propuesta mucho más radical. El éxito para mí fue tocar en el Teatro Lope de Vega con la «Antología del cante flamenco heterodoxo»… ¡ese fue el triunfo! Con «Colombiana» no habría tenido mucho sentido. Y también me gustó que fuera una victoria para la gente que vino a verme. Se notaba: el teatro lleno, las risas y el ambiente de fiesta que había. Fue muy emocionante. Imagínate, Israel Galván se travistió por primera vez en su carrera. Fue todo muy liberador y notamos que el paradigma había cambiado ahí. Recuerdo que luego nos decíamos entre nosotros: «Si Morente estuviera vivo, se estaría partiendo de risa». Seguro, porque muchos de los que hablaron mal de mí, eran los enemigos de Enrique, también.

¿Pero entonces el Niño de Elche es un gran artista o un tongo?

Tengo de todo. Quien hace arte siempre tienen una parte de tongo. Es algo tan subjetivo que siempre existe esa sensación de tongo.

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