Autorretrato de Günter Grass incluido en «De la finitud»
Autorretrato de Günter Grass incluido en «De la finitud»
LIBROS

Miguel Sáenz: «Günter Grass era como Picasso, de esos que hacen de todo»

Pocos conocieron tan bien a Günter Grass como su traductor al español, Miguel Sáenz. En esta entrevista recuerda anécdotas del premio Nobel. Que en la India le confundieron con Graham Greene. O que, aunque parezca increíble, le robaron el ataúd

Madrid Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Miguel Saénz (Larache, Marruecos, 1932) es el traductor al español del Premio Nobel alemán Günter Grass desde los tiempos de «El rodaballo». Aunque hablar con él nunca será lo mismo que hacerlo con el autor mismo, que falleció hace poco más de un año, siempre nos quedará su fuente inagotable de anécdotas, literarias y personales.

Mucha responsabilidad ¿no?

Lo que pasa es que hay traductores que evitan encontrarse con sus autores, y con razón, porque hay autores que son indeseables y tremendos. Hay traductores que, al revés, han tenido una muy buena relación. He tenido la suerte de tener a dos personas con las que me he llevado muy bien. Una de ellas era Grass; la otra, Salman Rushdie, que sabe más inglés que nadie, pero también conocía la importancia de la traducción.

Yo le mandaba un «email» y al día siguiente tenía respuesta suya resolviéndome la duda.

«De la finitud» es un título raro, una traducción rara, por ende. De hecho, se debe a que Grass recupera un dialecto que hablaba cuando era niño.

Es una especie de prusiano oriental, pero mezclado con el «katsubou», que es polaco y el lenguaje de su infancia. Era un alemán, digamos, corrompido. ¿Por qué de repente Grass, cuando se está muriendo, se pone a hablar un andaluz extraño, para entendernos? Decidí al final inventarme un poema en una especie de «patois» que no se corresponde a ningún idioma. Le sale el lenguaje que él hablaba en su casa, sobre todo con su abuela.

Una anécdota que resume una vida como símbolo también de la Historia europea. ¿Llegó a reconciliarse con su pasado?

Él era muy de Dánzig [Gdansk], muy polaco, en muchos sentidos. Su libro más duro en ese aspecto fue uno que escribió la mayor parte en Madrid, «Pelando la cebolla», en el que cuenta cómo a los 17 años lo llamaron a filas y tuvo que ir a la guerra como tanta otra gente. Había sido de las Juventudes Hitlerianas, ayudante de aviación... y en un momento dado quiso voluntariamente entrar en el Ejército, pero le gustaban los submarinos. Y le rechazaron: «Mira, niño, tienes 15 años, eres muy joven. Vuelve dentro de un par de años». Lo llamaron a filas al final de la guerra. Entonces se encontró metido en las SS.

A pesar de que eso les pasó a muchos, y nos podría haber pasado a cualquiera, resulta complicado entender cómo tardó tanto tiempo.

Creyó en el nacionalsocialismo hasta que un año después de que lo hirieran, y de estar en un campo de concentración, empezó a comprender lo que había pasado en Alemania. Hitler tenía una capacidad para captar a la gente que hoy no nos la explicamos porque nos parece ridículo. Y, sin embargo, Grass lo confesó. Sobre todo en «Pelando la cebolla». Hubo una campaña tremenda de por qué se lo había callado 50 años y se había permitido el lujo de meterse con gente que había hecho lo mismo que él.

¿Qué se reprochaba?

Por ejemplo, que en su colegio un maestro judío desapareció y no se volvió a saber de él. Grass decía que se tenía que haber preguntado por qué desapareció.

¿Cómo asumió las críticas de aquellos días, cuando salta la noticia sobre su pasado?

Fue muy duro para él. Grass era muy sensible a la crítica. Cuando escribió «Es cuento largo» tuvo unas críticas demoledoras, se enfadó muchísimo, se fue a la India... No aceptaba muy bien la crítica, se resentía mucho. Su mejor crítica era su mujer y él aceptaba lo que le decía. Era mucho más sensible a la opinión ajena de lo que hacía pensar.

¿De ahí su relación de amor-odio con Alemania?

Por ejemplo, fue contrario a la unificación alemana porque decía que era demasiado pronto, que no se podía hacer así, que era una chapuza... pero la gente se había echado a la calle y aquello era imparable. Él era muy reacio, porque temía que Alemania cometiese los mismos errores que en el pasado.

¿Cuál sería, en su opinión como traductor y casi como especialista, la aportación de Grass a la literatura europea?

Haber resucitado la novela alemana después de la guerra. Él escribió una novela que era una obra maestra. Con «El tambor de hojalata» se anticipa al realismo mágico: el protagonista, un niño que de repente decide dejar de crecer, se queda estancado y vuelve a crecer. Escribió una novela de una riqueza de léxico, de anécdotas y de historias extraordinarias.

En «De la finitud», a pesar de que el mundo va como va y él no se caracterizó por tener pelos en la lengua, no habla de política ni se mete en charcos.

Le dedica una cosa a Merkel que es muy menor. Habla un poco de Grecia, de Israel. Hay un poema, que me impresionó mucho, que se llama «En este verano inflamado por el odio», que habla de los refugiados. Pero cuando se está muriendo dice que probablemente ha empezado ya la Tercera Guerra Mundial.

«Cuando se estaba muriendo, decía que probablemente había empezado ya la Tercera Guerra Mundial»

En la presentación del libro usted contó la anécdota de que Grass dejó encargados los ataúdes de él y de su esposa y que se los robaron.

Es una historia que creo que Grass inventa un poco. Se encargaron los ataúdes... y de repente cuenta cómo los roban y vuelven a aparecer. No te podías fiar nunca de si era cien por cien real lo que contaba o había algo inventado. Él cuenta esa historia de que, de repente, les roban el coche, cuando viven cerca de la frontera con Italia, y luego se lo devuelven dos días después, lavado y con una carta pidiendo perdón; y, además, para compensar, les mandaban dos entradas para la ópera de La Scala de Milán. Se van a Milán y, cuando vuelven, les han saqueado la casa.

«Genio y figura hasta la sepultura». El libro está ilustrado con dibujos suyos. ¿Cómo combina ambas facetas?

Eso es admirable. Grass es un personaje como Picasso, de esos que hacen de todo. Y su parte artística era muy importante para él. Hubo años en que no escribió ni una sola letra, solo hizo grabados. Su formación fue de escultor, en Berlín. Era más que un buen escultor, era un muy buen dibujante. Una vez me dibujó un retrato y no le gustó. Dibujó otro, y tampoco le gustó. No me los quiso dar. No era por tacañería, era por... pudor.

¿Será difícil reemplazarle en el mundo de las letras?

No ha tenido discípulos. Que haya influido, sí. Hoy no veo en la literatura alemana a nadie que escriba con esa riqueza, con esa abundancia de ideas, con ese vigor, con esa fuerza. Será difícil reemplazarlo.

¿Seguía la literatura española?

Conocía a Unamuno. Le regalé «La Regenta» porque pensé que le iba a interesar. Se la regalé con la traducción alemana, y no me comentó nada del libro. No sé si lo leyó. Siempre hablaba de Unamuno. Lo leyó muy joven y le gustó. Lo demás, la literatura española contemporánea, no la conocía. El Lazarillo es uno de sus personajes favoritos, porque era un pícaro. Seguro que había leído «El Quijote», «El Lazarillo», pero no conocía bien la literatura española. En cuanto a la sudamericana, había leído a Vargas Llosa, con quien había tenido algún encuentro.

¿Encuentro o desencuentro?

Mal encuentro, porque Grass era muy partidario de Cuba, y Vargas Llosa, que había sido muy partidario de Cuba, estaba muy escarmentado.

¿Le echará de menos?

Había decidido no traducir más obras suyas. En el fondo, yo ya he cumplido. Lo único que podría tentarme alguna vez es traducir «Años de perro», pero sabré resistir la tentación, porque es demasiado difícil.

Ver los comentarios