ENTREVISTA

Jorge Herralde: «Ahora vivimos sometidos a la censura del mercado»

Jorge Herralde es el padre fundador de la editorial Anagrama, que cumple 50 años. Ha descubierto y publicado a algunos de los autores más relevantes de las últimas décadas. Entre ellos, varios premios Nobel. La voz de la experiencia, y de la historia

Herralde en el parque Güell de Barcelona, su ciudad natal Inés Baucells

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Jorge Herralde tiene 83 años (Barcelona, 1935) y en junio de 1969 fundó, oficialmente, la editorial Anagrama. En todo este tiempo ha editado cerca de 4.000 títulos . Pero las cifras estratosféricas no acaban aquí. En el archivo de la editorial, cuya organización está previsto que concluya en 2020 y por el que se «pelean» la Bibloteca Nacional de España y la de Cataluña, hay catalogadas más de 30.000 hojas guardadas en cientos de archivadores. ¿Esto en qué se traduce? Nada más y nada menos que todos y cada uno de los autores que han pasado por sus manos tienen un cajón (o varios) donde se guarda todo lo que usted quiso saber y nunca se atrevió a preguntar sobre la literatura y el pensamiento que se ha escrito y editado en España en las últimas e históricas décadas: cartas, documentos... Por ejemplo, de Javier Marías hay 2.200 hojas; de Tabucchi, 400. Y sumemos otros nombres: Roberto Bolaño, Sergio Pitol, Carmen Martín Gaite , Soledad Puértolas... Los autores de Jorge Herralde, de Anagrama, no son pocos, ni poca cosa . Hablar con Herralde no resulta fácil, porque no quiere entrar en «grescas» pasadas. Todos le admiran, le quieren y -¿por qué no decirlo?- le temen.

Siento que estoy hablando con la voz de la experiencia...

Como el anciano de la tribu...

No lo digo en un tono negativo. En muchas culturas, al anciano de la tribu se le respeta por encima de todo. Y por ahí va a ir la primera pregunta: ¿se considera lo suficientemente respetado?

No aspiro a la respetabilidad. Es muy aburrido.

¿Le gustará que se le oiga, que se le tenga en cuenta?

Sobre todo me gusta que se oiga la voz de mis lectores.

Cincuenta años de la editorial Anagrama. Arranquemos por el principio, o por el final, porque me gustaría saber cómo ve el presente en relación con aquel pasado.

Son tiempos muy distintos. Entonces, hubo una época, que coincide con los años 70, de gran ebullición cultural y política. Se avecinaba la muerte de Franco, aunque resultó muy tardón...

-¿El enemigo a batir era Franco y las armas para combatir los libros?

Yo tenía una gran curiosidad, no solo política, sino en muchos ámbitos, y actuaba un poco como caja de resonancia de las inquietudes de la gente joven de aquellos años. Hubo un crítico que aseguró que en Anagrama se encontraba el panteón de la izquierda heterodoxa, porque en su catálogo estaban desde Mao y Bakunin, hasta Trotski... Pero también lo más underground. Fue la primera editorial que publicó en su colección «Cuadernos de Anagrama» a la cultura underground. Luego incorporó corrientes más independientes, como el estructuralismo, la anti-psiquiatría, el freudo-marxismo, la semiótica, la lingüística, que entonces eran el paradigma de lo que había que estudiar. Atlhusser, Foucault... ¡Qué extremadamente remoto queda todo esto!

«El duopolio editorial se nota a la hora de los anticipos a los autores, de las incursiones corsarias en nuestro catálogo»

Eso me recuerda que el primer nombre de la editorial iba a ser Crítica y que su primer libro lo edita en catalán, aunque no de un autor catalán, sino el italiano Cesare Pavese, su «El oficio de vivir».

Sí, había otra editorial con el mismo nombre y no podíamos comprarla. Una de nuestras primeras colecciones fue en catalán, pero fue un desastre.

Anagrama, precisamente, se ha caracterizado por sus colecciones temáticas («Cuadernos»...) que antes citaba. ¿De cuál se siente más satisfecho?

Una de ellas es la que llamamos «La educación sentimental». Se publicaron veintitantos títulos a finales de los años 70 sobre temas de feminismo, homosexualidad masculina y femenina, trans... Fue, en cierta manera, precursora del movimiento LGTB.

¿Con los aires que corren, quizá hubiera que sacar del armario a esa colección?

Fueron tiempos muy excitantes, luchando contra la censura franquista. Anagrama tuvo muchos tropiezos, libros secuestrados, pero logramos sobrevivir. Hasta finales de los 70, lo fundamental en nuestro catálogo fue el libro político. Luego llegó el desencanto y se hundió este tipo de ensayo.

¿El entusiasmo inicial iba acompañado de unas buenas ventas?

Tuvimos un par de años realmente muy complicados económicamente en ese sentido porque buena parte del catálogo se quedó obsoleto. Luego empezamos la colección «Panorama de narrativas», y a partir del primer año publicamos a la gran Jane Bowles y también a Patricia Highsmith, de la que sacamos ocho novelas en dos años... Y luego vino el gran éxito de «La conjura de los necios», que ya nos permitió salir a flote. E inventarnos el premio de Novela. Y suma y sigue.

Cita a autores míticos. Entre sus muchos descubrimientos, destaque uno.

Han sido muchísimos, aunque no me gusta la palabra «descubrimiento». Hubo una gran editora inglesa que dijo: «El editor no descubre, reconoce». Muchísimos: desde Álvaro Pombo, hasta en los últimos años -aunque no eran descubrimientos, porque ya habían sido publicados por otros- Marta Sanz, Sara Mesa, y mi querido Marcos Giralt Torrente, por ejemplo.

«"La conjura de los necios", de John Kennedy Toole, ha sido nuestro mayor éxito editorial»

¿Los escritores son gente difícil? ¿Qué relación tiene y ha tenido con ellos?

Entre buena, muy buena o más profesional en algunos casos. Hay vínculos de amistad con muchos de ellos, con alguna clamorosa excepción.

Hábleme de esas clamorosas excepciones.

No... es bien conocida...

-¿No me meto por ahí?

Sería un rollo, un rollo antiguo.

(Se refiere a Javier Marías y a Enrique Vila-Matas. Jorge Herralde no lo quiere recordar, pero son públicas y notorias estas desavenencias. Así las ha contado en alguna otra ocasión: «Marías tiene una psicología extremadamente complicada... Vila-Matas un año quedó finalista de nuestro Premio, pasó de vender 1.000 ejemplares a 20.000 y fue debidamente tentado por un gran grupo... Una editorial especializada en ofrecer mucho dinero...»).

En aquellos primeros años, Anagrama luchaba contra el régimen. Ahora, ¿dónde se localiza el enemigo?

Hemos pasado, muy sintéticamente, de la censura franquista a la censura del mercado, que tiene rasgos muy importantes. Uno es el proceso de concentración acelerado de editoriales, que ya empezó en los 80, pero que culminó hace uno o dos años. Hay dos colosos, un duopolio. Por un lado está Penguin Random House, y por otro, Planeta, y el resto son editoriales independientes -Anagrama, Salamandra, Siruela...-, que son diminutas comparativamente. Esto se nota a la hora de anticipos, a la hora de incursiones corsarias en nuestro catálogo...

Jorge Herralde con Richard Ford, quien ha publicado todos sus libros con Anagrama

¿Y el abusar de lo políticamente correcto no es otra forma de censura?

Hay una tendencia quizás excesiva en este sentido.

Antes se leía. Ahora, mucho menos. ¿No es ese el gran enemigo a batir?

El otro tema, aparte de la crisis -la crisis en sí misma supuso un bajón de ventas general de entre un 30 y un 40%- es el cambio de costumbres y las nuevas tecnologías. Como síntesis, los jóvenes de entonces, que habían leído en las bibliotecas de sus padres, a los 18 años se hacían su propia biblioteca gracias a la espectacular oferta de bolsillo que había y hay en España, que empezó Alianza, luego Anagrama con los compactos, y tantas otras editoriales. Ahora se entretienen con cosas de digestión más fácil en sus móviles y tabletas.

Entre sus autores más recientes hay muchas mujeres.

Las ha habido siempre. Recuerdo que hubo una crítica que dijo: «Ahora, una editorial tan masculina como Anagrama empieza a publicar mujeres». Y le mandé un e-mail en el que le especificaba: «Revisa la historia». Le adjunté el catálogo de la editorial, porque en los años 70 publicamos, por ejemplo, a Juliet Mitchell, que entonces era el símbolo de las feministas. También publicamos feministas españolas. Y luego en la colección «Panorama de narrativas», entre los diez primeros títulos estaba Jane Bowles, luego Patricia Highsmith y una gran cuentista americana cuyo nombre no recuerdo, la de «Enormes cambios en el último minuto»...

Grace Paley.

Sí. Me falla la memoria. Una escritora muy feminista, precisamente, y muy de izquierdas que solo escribió, debido a su militancia, tres libros de cuentos espléndidos.

«Con los escritores, tengo una relación entre buena, muy buena o más profesional en algunos casos. Hay vínculos de amistad con muchos de ellos»

Antes hablaba de los grandes grupos editoriales que se han comido todo, pero Anagrama llega un momento en que pasa a formar parte del emporio italiano Feltrinelli. ¿Cómo vive ese momento, esa contradicción según lo que me ha comentado antes?

La editorial, aparte de la primera década que fue a trancas y barrancas, desde los primeros 80 ha tenido una gran solidez empresarial. Nunca ha habido ningún problema, al contrario. Pero llegó un momento, cuando cumplí 75 años, que pensé: «¿Qué vamos a hacer con Anagrama en el futuro?». Y pese a que tenía muy tentadoras ofertas de grandes grupos españoles y extranjeros, me decidí por Feltrinelli. Con Feltrinelli, había muchas afinidades desde el inicio porque el tipo de edición que hacía era el tipo de edición que yo deseaba hacer, culturalmente vanguardista.

Feltrinelli falleció hace poco. ¿Todo sigue igual?

Estuvimos en Milán en la capilla ardiente, muy conmovedora. Es un tipo de editorial o de empresa muy poderosa, pero que no tiene nada que ver con las multinacionales habituales, sino que desde el principio se ha dedicado, y se sigue dedicando, a una política progresista importante, con una vocación social muy fuerte. Empezó con una librería o dos, luego siguió y tienen 110 librerías en toda Italia. Ha sido muy importante para la vida cultural de su país. Mucha gente no sabe, ni tiene por qué saber, quién es Feltrinelli. Digamos que es un polo opuesto de Mondadori.

¿Qué papel ocupa Anagrama en la estructura? ¿Qué aporta?

Sigue siendo una editorial independiente, solo que ha cambiado de dueño, con una armonía en las relaciones. Escogí a la directora editorial, Silvia Sesé, que pasó por el examen de Feltrinelli, con la que tenemos una complicidad perfecta.

¿De todos los autores habidos y conocidos, a cuál le da rabia no haber podido editar?

En los años 60 descubrí a Borges, entonces relativamente poco conocido, y fui persiguiendo por las librerías sus libros, que no eran tan fáciles de encontrar porque no era un autor mayoritario. Esto ocurrió en los 60. Luego, cuando ya tenía la editorial, Borges no estaba disponible. No esperó a que yo naciera como editor para que yo publicara sus libros... Luego estuve a punto de editar a Juan Marsé, a quien conozco desde que empezó, pero lo tenía Carmen Balcells con criterios dinerarios más importantes... cosa que entiendo perfectamente.

¿Un editor nace o se hace?

Nace y se hace. Nace como lector. Me gustaba mucho leer de pequeño. Cuando estudiaba, lo que más me gustaba era la literatura y la historia. Pero poner en marcha un proyecto editorial no era tan fácil, tampoco en aquel tiempo, y tardé años en llevarlo a cabo. Antes tuve algunos proyectos y fantasías editoriales previos que no llegaron a cuajar. Desde que empecé me sentí -digámoslo de una manera un poco cursi- en la tierra prometida. Pensé: «Esto es lo que me va a hacer feliz».

¿Si Jorge Herralde fuera joven, crearía una editorial en estos precisos momentos?

Es una pregunta muy difícil, me cuesta trasladarme... Es posible que sí, porque hay un espacio, como se ve por las numerosísimas editoriales independientes que han surgido en los últimos tiempos. En general, las llevan una o dos o tres personas explotadas y auto-explotadas, es decir con escasos recursos económicos. Entre todas las que han nacido hay algunas que están obligadas a la excelencia para crear un catálogo que inspire confianza a los lectores. Hay bastantes que llevan 10 o 15 años con ciertos apuros, pero que solventan brillantemente sus problemas.

«Estuve a punto de editar a Juan Marsé, a quien conozco desde que empezó, pero lo tenía Carmen Balcells»

Sé que es lector ávido de periódicos y de suplementos culturales.

Mi primer recuerdo como lector... en casa estábamos suscritos a «La Vanguardia». Recuerdo de pequeño leyendo ávidamente las noticias sobre la II Guerra Mundial, por una parte el Imperio nipón, el Führer, los aliados... no entendía gran cosa... He sido de siempre un lector apasionado de periódicos. También leía la prensa deportiva con idéntica pasión. Esto se refleja en el catálogo de la editorial. Hay bastantes libros teóricos sobre periodismo, pero, sobre todo, hay una colección, que es una de las pioneras, «Crónicas», que empezamos con «Cabeza de turco» de Günter Wallraff. También publicamos todo el nuevo periodismo.

¿Como ciudadano, cómo lee la realidad del país, cultural, política...?

Si es política, no haré ninguna revelación, la veo extremadamente compleja y que cualquier pronóstico ahora es un poco como lanzar los dados al aire. Compleja, complicada y peligrosa.

¿Y cultural?

Cultural... no es tan dramático el tema.

Antes no me ha querido hablar de sus desavenencias ya conocidas, hablemos entonces de esos autores que nunca le han defraudado.

¡Qué pregunta tan difícil! Uno de los autores con el que he tenido una mejor relación personal es Rafael Chirbes. Con Carmen Martín Gaite, también. Ahora con Marta Sanz y Sara Mesa tengo una muy buena relación, que trasciende la profesional.

Ahora que habla de Chirbes, aquí se demuestra la paciencia y el ojo de un editor. Rafael Chirbes fue un escritor que empezó a vender casi al final de su vida...

En aquellos tiempos -ahora también- se podía hacer política de autor. Creías en un autor y tú le ibas publicando a pesar de que podía tardar años o décadas en lograr un reconocimiento masivo. Y fue el caso de Chirbes, de Vila-Matas, de Kapuscinski. De este último, publiqué sus cinco primeros libros... pero no vendía. Para los periodistas era un dios, pero los libros muchas veces transcurrían en Angola... y los asuntos exteriores, en general, al lector español le han interesado poco. Hasta el quinto o sexto libro, con «Ébano» tocó una tecla.

¿Su libro más rentable?

«La conjura de los necios», de John Kennedy Toole. Luego está un autor que cayó en el purgatorio, pero que espero que remonte, Tom Sharpe, y su «Wilt». Sharpe durante años vivió en el Ampurdán. Éramos muy amigos. En Barcelona, al pasear por la calle la gente lo vitoreaba. Y, por ejemplo, el famoso «dream team», Martin Amis, Julian Barnes, Ishiguro, Kureishi... De repente, dieron el salto, y no es que sean grandes «best sellers», pero tienen sus fieles lectores.

Ahí tiene un premio Nobel, Ishiguro.

Hay varios premios Nobel en nuestro catálogo: Ishiguro, Modiano, Kenzaburo Oé, Seamus Heaney, Derek Walcott y hasta García Márquez, con mi novela suya favorita: «El coronel no tiene quien le escriba».

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