ENTREVISTA

Joël Dicker: «Hay gente quisquillosa, envidiosa, que critica los 'best sellers'. Es una lástima»

El escritor suizo saltó a la fama con «La verdad sobre el caso Harry Quebert». Un éxito mundial que le hizo autor imprescindible en el ámbito de la novela negra. Ahora, regresa con «El enigma de la habitación 622»

El escritor suizo, nacido en Ginebra en 1965, Joël Dicker Belén Díaz

Marina Sanmartín

«Un botones me escoltó con el equipaje hasta el sexto piso. Según recorría el pasillo, fui mirando pasar los números de las habitaciones. ¡Y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que el orden era el siguiente: 620, 621, 621 bis y 623». Así es como el novelista superventas Joël Dicker (Ginebra, 1985), autor de la ya mítica La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013), regresa prácticamente de forma simultánea y dos años después de su último triunfo , La desaparición de Stépahnie Mailer , a las librerías de medio mundo; todo un reto que, para ser culminado con éxito, deberá superar esta vez no solo la competencia literaria de otros autores y títulos con afán de conquistar a millones de lectores, sino también la ansiedad generada por los estragos del coronavirus , la pandemia inimaginable que nos ha alejado más que nunca de la ficción para confirmarnos lo que siempre habíamos afirmado con ligereza: que la realidad puede superarla con creces.

De todas formas, Dicker, amparado por numerosos reconocimientos entre los que destacan el Goncourt de los Estudiantes y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa , ambos concedidos en 2012 por Harry Quebert , no tiene miedo. Está convencido de que es ahora más que nunca cuando necesitamos que nos cuenten buenas historias y él asegura tener una: El enigma de la habitación 622 .

Escrita en primera persona y con un hilo conductor a priori bien sencillo, un asesinato cometido tiempo atrás en el Hotel Palace de Verbier, donde el protagonista de la trama se refugia en nuestros días para superar un desamor, la que casi con total seguridad es la novela más personal e íntima de Dicker , parte de un par de premisas que se intuyen y son bienvenidas desde la primera página: homenajear a su editor y amigo Bernard de Fallois, fallecido en 2018; y reflexionar, sin abandonar el crimen, acerca del juego que supone ese proceso siempre misterioso de trasladar a un mundo imaginado y en construcción los elementos de nuestro entorno más auténtico.

Con casi 70 000 seguidores en Instagram , donde no escatima en selfis, y la garantía de unas ventas anuales que podrían permitirle olvidarse de la literatura de por vida, es tentador catalogar a Dicker de vacuo y facilón, pero ese sería un error fatal, porque cualquiera que se acerque, por poco que sea, a su narrativa detectará enseguida que de fácil no tiene nada; más bien al revés, hay en ella ciertos contrastes y elementos invisibles , que le confieren una capacidad para absorber y evadir al lector similar a la más peligrosa de las drogas. No en vano, el propio Dicker define su «camino literario» como una trayectoria «de placer», pero al mismo tiempo, al ser interrogado acerca de sus influencias, recurre sin dudar a su compatriota, el formalísimo Friedrich Dürrenmatt (Suiza, 1921-1990), cuyo prestigio y fama internacional cristalizan, entre otras propuestas, en La promesa , que, publicada en España por Navona, es uno de los ejercicios más brillantes y ejemplares de la ficción criminal.

Cabe preguntarse qué pensaría Dürrenmatt del estilo de Dicker . Tal vez le sorprendería, es posible, incluso, que no le gustara en absoluto, que no acertara a comprender el motivo de su masiva aceptación, de su extraordinario tono de encantamiento, y en una aproximación inicial lo considerara algo banal; pero esto ocurriría únicamente al principio. Después, terminada la lectura de una sola de sus novelas, en ningún caso dejaría de considerarlo un adversario a la altura.

¿Cómo se afronta un lanzamiento literario en la época del coronavirus? ¿No teme que la cruel realidad de esta enfermedad haya acabado con las ganas de que nos cuenten historias y se sume a la competencia, ya de por sí feroz, de otros autores y títulos con aspiraciones a ser incluidos en las listas de más vendidos?

No, al contrario, espero que despierte en nosotros el deseo de leer más; de escapar de este extraño mundo en el que vivimos. Tal vez influya en la literatura que está por venir, en las próximas novelas. ¿Volveremos a besarnos en un futuro? ¿Nos volveremos siquiera a tocar? ¿Esta nueva forma de vida es solo temporal o ha llegado para quedarse? Todavía tardaremos algunos meses en responder a estas preguntas.

«Sin duda, la frustración es uno de los obstáculos para los que un novelista debe prepararse mejor»

Y usted, ¿cree que escribirá algún día sobre la pandemia?

No lo creo; este ambiente ansiógeno no me interesa en absoluto.

Dígame cuál es la función que el escritor debe desempeñar en dicho ambiente, en un contexto como este, donde la realidad supera la ficción.

Depende del escritor. Efectivamente, creo que la realidad a menudo es más inverosímil e impensable que la ficción. A diario en los periódicos se publican relatos verdaderos que nadie creería si los leyera en una novela. En este caso, la función del escritor es quizás advertir y señalar cómo la crisis del Covid-19 demuestra que lo imposible puede llegar a suceder; que no somos indestructibles.

Un ejemplo claro de esta visión equivocada, que muestra al ser humano como invencible, es la emergencia climática y las catástrofes que se predicen en consecuencia: hay quienes consideran que nunca sucederán porque perfilarían un escenario demasiado irreal, sin embargo es muy probable que lleguen a producirse.

Alejándonos de lo que nos rodea ahora y mientras la escribía, «El enigma de la habitación 622» es su título más peculiar, valorado individualmente y al compararlo con el resto. En sus otras tres obras más recientes, «La verdad sobre el caso Harry Quebert», «El libro de los Baltimore» y «La desaparición de Stéphanie Mailer», se impone sobre las tragedias que relatan la levedad de la narrativa criminal, en la que lo que impera es la resolución de la intriga. Sin embargo, en esta ocasión, a la importancia del misterio se suma la intuición de que se está contando la historia a sí mismo, de que en cierto modo se debía esta novela, que adquiere de esta manera un valor muy especial... ¿Quién es Bernard de Fallois y cómo ha contribuido a cincelar su literatura?

Mi editor. Para mí, un hombre importantísimo; el arquitecto del éxito de «La verdad sobre el caso Harry Quebert» y de mis siguientes títulos; la primera persona que creyó en mí, que me vio como un escritor y me ayudó a buscar en mi interior mi identidad como autor en un proceso nada fácil, que supuso mucho tiempo y esfuerzo, y también mucha confianza por su parte. A Bernard le debo todo.

Además, me enseñó parcialmente su oficio y me introdujo en el mundo de la edición. Veía su trabajo de una forma muy abierta y tenía una inmensa curiosidad, por la que se dejaba llevar tanto en su entorno laboral como a la hora de conducirse en su vida; una curiosidad que he heredado de él y conservo y aplico en mi día a día.

Leyendo las primeras páginas de esta nueva novela, en las que resume la importancia de Fallois en su carrera y la misión fundamental del editor, si es bueno, en todo proceso de creación literaria, me gustaría saber hasta qué punto considera que la literatura se puede entender en ocasiones como un trabajo en equipo.

Así lo considero, por supuesto que sí. Es muy importante para un autor tener un editor en quien confiar, que le permita distanciarse de su texto y avanzar en su obra y en su vida. El editor es un elemento indispensable para la existencia del libro y para permitir que encuentre su público. Un libro es el trabajo de dos: el autor y el editor.

«Mi camino literario es el placer. Me devuelve a mi condición de lector. Escribo las novelas que me gustaría leer»

Y en la estela de las condiciones imprescindibles para convertirse en un buen escritor, una vez se ha dado con el editor adecuado, ¿el compromiso con la literatura debe ser absoluto? ¿Qué renuncias exige?

Muchísimas, pero sobre todo una: la literatura nos exige renunciar a la realidad para ser capaces de crear otro mundo, un mundo imaginario. Es un trabajo enorme de hacer y deshacer, que a menudo implica mucha frustración... sin duda, la frustración es uno de los obstáculos para los que un novelista debe prepararse mejor.

En «El enigma de la habitación 622», por primera vez en su carrera, sitúa la acción en Suiza, su país natal; concretamente en Ginebra y en un lujoso hotel de Verbier, un pueblecito de los Alpes suizos. ¿Es más difícil escribir sobre lo que conocemos mejor? ¿Supone un mayor reto?

Sí, es difícil narrar una historia ambientada en la ciudad donde se vive, porque la ficción tropieza constantemente con la realidad. Para escribir esta, he tenido que aprender a hablar de Ginebra no desde esa realidad que menciono, sino desde la ficción y los sentimientos, que son la base fundamental de una novela.

Además de la elección de lugar, hay muchas cosas nuevas en «El enigma…» con respecto a sus obras anteriores: está contada desde el «yo» (el protagonista se llama Joël, como usted) y en muchos aspectos parece un homenaje a los clásicos policiacos. Pero ¿qué tiene en común con sus éxitos previos? ¿Cuáles son los rasgos que definen su voz literaria?

Mi camino literario es el placer. Escribo por placer. Es un elemento muy importante para mí, porque me devuelve a mi condición de lector: escribo las novelas que me gustaría leer.

«Espero que se despierte el deseo de leer más; de escapar de este extraño mundo en el que vivimos»

Y, basándonos en esa dicotomía que establece en el texto, entre la imagen pública del escritor y la privada, del individuo, ¿Qué Dicker protagoniza la novela, el escritor, más popular, o el hombre desconocido que se esconde tras él? ¿Hasta dónde ha llegado la introspección?

El relato de este libro se teje alrededor de la figura de Bernard de Fallois. Cuento los recuerdos que me unen a él y que van construyendo la novela de ficción; y es cierto que el narrador, como yo, es escritor y se llama Joël, para alimentar el juego de espejos entre lo auténtico y lo imaginado, pero la verdad es que el Joël de la novela no soy yo y nunca me sentí protagonista del libro. Se trata de un personaje de ficción, como los demás.

¿Qué importancia le concede al lenguaje en su narrativa?

El lenguaje es importante porque nos permite definir a un personaje, un lugar o una situación; marca el tono del suspense y del humor, que en este libro era muy importante para mí. Quería escribir una novela divertida y eso no es nada fácil, porque lo que te hace reír mientras lo escribes con frecuencia no resulta tan gracioso a la hora de corregir; produce el efecto de un chiste que ya sabes. Por eso me costó bastante atreverme a dar ese paso, pero ahora me alegro, porque creo que sí que se percibe, y para bien, el humor en el texto.

«Leyendo a Friedrich Dürrenmatt fui consciente de la fuerza de la intriga y el poder de atracción de los personajes atormentados»

Con «La verdad sobre el caso Harry Quebert», que en 2018 Jean-Jacques Annaud adaptó para la televisión en una miniserie protagonizada por Patrick Dempsey, superó los seis millones de ejemplares vendidos y el resto de sus novelas no tienen nada que envidiar a esta cifra. ¿Qué les diría a aquellos que las desprecian por el mero hecho de ser superventas?

Vaya por delante, porque me parece muy importante dejarlo claro, que todos tenemos el derecho a que no nos guste un libro, tanto si se vende como si no. Dicho esto, siempre hay gente quisquillosa, envidiosa quizás, que critica los best sellers, y es una lástima. Deberíamos saber alegrarnos porque haya libros que gustan a un amplio espectro de lectores.

¿Cuáles son los autores de la tradición literaria suiza en los que se inspira?

Fundamentalmente, Friedrich Dürrenmatt. Leyendo su obra fui consciente de la fuerza de la intriga y el poder de atracción de los personajes atormentados; de cómo es posible construir con palabras un mundo con una potencia tal, que el lector se resiste a salir de él.

Y, para construir ese mundo, ¿siempre debe haber un crimen, un misterio? ¿Cuándo supo que era ficción criminal lo que quería escribir?

No sé si siempre tiene que haber un crimen, aunque en mis últimas novelas incluirlo ha sido la manera de unir a todos los protagonistas de la historia. No es tanto una elección como una estrategia, porque los personajes tienen destinos diferentes, incluso distantes, y hay que dar con un elemento central que los reúna a todos. El crimen, en mi caso, es ese elemento; es el cemento de la historia, pero desde luego no los cimientos sobre los que se construye el libro.

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